lunes, 29 de octubre de 2012

(Archivo recuperado de mi blog POPAYÁN NUEVA ÉPOCA)


EL AMBIENTE INTELECTUAL
Por: Omar Lasso Echavarría
Epecial para El Liberal
Domingo, junio 28 de 2009

 
Acercando más la lente encontramos algunos factores que propiciaron la investigación y la creación literaria en Popayán durante la década anterior, que alcanza, inicialmente, su punto más alto con tres premios nacionales del Ministerio de Cultura (antes Colcultura): el obtenido por Guido Barona Becerra, con el ensayo “Legitimidad y sujeción: Los paradigmas de la “invención” de América” (1993), el de Francisco Gómez Campillo con el libro de poesía “La tiniebla luminosa” (1993), y el asignado a Hortensia Alaix de Valencia, en la modalidad de literatura oral, por el libro “Literatura popular. Tradición oral en la localidad del Patía” (1994). Pero ya antes, en 1988, Horacio Ayala, entonces estudiante de literatura, había ganado el premio universitario de poesía ICFES, y Mario Erazo, compañero suyo, obtenía el segundo lugar.

Después vendría una serie de éxitos de varios poetas, que ganaron premios regionales, nacionales e internacionales. Los concursos y las becas de creación del Fondo Mixto de Cultura del Cauca y el Ministerio de Cultura impulsaron a toda una generación de investigadores y escritores. En el campo de la creación literaria sobresalió, en un principio, la poesía; luego, en el último lustro, se observa un marcado interés por la narrativa, lo cual merece un estudio aparte de esta reflexión. De igual modo, poco a poco se consolidan auténticos sellos editoriales, como el de la Universidad del Cauca, Estuario y Axis Mundi.

Este florecimiento coincide o, quizá, fue propiciado por un cambio de época en el pensamiento occidental: la crisis de la modernidad, centrada en la dominación de una razón ilustrada que pretendía imponer sus ideas a la realidad, y que en nuestro caso lo venía haciendo en una lucha enconada contra el modelo escolástico, desde la conformación de nuestro estado nacional, hasta el triunfo de las corrientes conservadoras que impusieron una Constitución de apariencia demoliberal y fundamento escolástico. Con el cambio de Constitución en 1991, en respuesta a la exigencia de un amplio reconocimiento político de la nación colombiana, nuestro país dio un viraje hacia la corriente postmoderna, caracterizada por un descentramiento de la razón ilustrada que abandonó el propósito de ejercer una legislación universal desde la soberanía del pensamiento, en sentido kantiano.

Para precisar más esta idea digamos que la Constitución colombiana efectuó un cambio considerable respecto a la concepción de sujeto implícito en ella. Pasó de un sujeto abstracto de aureola católica, con derechos generales, a una diversidad de sujetos con derechos específicos y cosmovisiones diversas que se harían valer mediante la Tutela y las Acciones populares y de Cumplimiento. En consecuencia, el papel del intelectual cambió; ya no buscaría la transformación del mundo o de la historia, sino la de su entorno y de algunas parcelas de la realidad. De este modo, se hizo corriente la participación del intelectual en política. Como fruto de este cambio de paradigma la Universidad del Cauca pasó en los últimos periodos rectorales de un modelo centralista a un modelo descentralizado, de cara a la provincia caucana. También la Gobernación del Cauca durante el período 2001-2004, fue motivo de hechos notables: la elección del indígena guambiano Floro Tunubalá.

Esto quizá como resultado del reconocimiento de las minorías étnicas y el fortalecimiento de lo alternativo en todos los ámbitos de la vida, sumado también a la crisis de los partidos políticos tradicionales. Sería éste, sin duda, el suceso más notable en la esfera de lo social y lo político que cerró el siglo XX en Popayán y el departamento del Cauca, reflejo de una época singular, que se probó y, a la vez, se agotó ante unas fuerzas y estamentos tradicionales en crisis, en medio de la ingobernabilidad propia de un sistema político de castas, que, a la postre, se fortalecería en Popayán, a través de sus partidos históricos.

Nos interesa ahora resaltar el aspecto del intelectual, ya no aislado, sino el de aquel que se integró al dinamismo social animando nuestra época. Teniendo en cuenta este punto de vista, donde el talento se mide por la capacidad de influir en el acto generoso de darse a los demás, debemos destacar la labor de algunos intelectuales en Popayán que animaron esta época desde las distintas esferas del saber y la vida cotidiana: el historiador Guido Barona Becerra ha sido, sin lugar a dudas, el librepensador más solvente durante este periodo. Con una vigorosa vocación epistemológica, practicó la transversalidad disciplinar de saberes: historia, antropología, filosofía, política y semiótica. Su conocimiento, deliciosamente permeado por la vivencia, logró acercar lo universal a la dimensión cotidiana de las problemáticas de distinto orden: académico, social, político, económico y cultural. Destacamos también la actitud del politólogo Diego de Jesús Jaramillo, quien encarnó al intelectual orgánico de Gramci en su afán de unir el saber a la vida.

Por su parte Eduardo Gómez Cerón, modelo de hombre culto, en el sentido de vivir la dimensión cultural de lo cotidiano, poseedor de un gran don de gentes y altura crítica en el ejercicio del periodismo, ha sido inagotable cantera anecdótica del devenir social, político y cultural de la ciudad. Gustavo Wilches, una de las inteligencias más lúcidas y polifacéticas, de orientación holística en su quehacer práctico y teórico, se ha destacado como guía social indiscutible, con una visión de ciudad cual pocos para dirigir los destinos de Popayán, en una época acéfala de políticos ilustrados. Julio César Payán continuó la práctica revolucionaria de la medicina bioenergética, iniciada en Popayán por su colega Germán Duque Mejía, a principios de los setentas, en claro desafío a la ortodoxia anclada en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Cauca, de la cual Payán fue docente. Además, se integró luego al devenir social y político desempeñando una labor educadora y crítica desde la prensa y la radio.

En otra orilla, como voz nostálgica de un tiempo pasado ya irrecuperable, el antropólogo Hernán Torres, de formación anglosajona, ahondó en el imaginario cultural de la ciudad a través de sus brillantes conferencias de antropología poética. No obstante su labor de quijote solitario, vio naufragar la arcadia en medio de la indiferencia de sus contemporáneos. Luciano Rivera, con sus charlas krishnamurtianas propició el encuentro del individuo consigo mismo en contraposición de aquellos preocupados sólo por la transformación del mundo, como si los seres humanos se rigieran únicamente por relaciones objetivas. Ricardo Quintero, a través de su cultura, lucidez y constante inquietud, animó la conciencia crítica de la ciudad, sin perder de vista la síntesis necesaria entre pasado, presente y porvenir. Víctor Paz Otero, por su parte, encarnó la conciencia histórica y crítica de Popayán, en un lenguaje delirante y lleno de belleza, cargado de ironía y resentimiento frente a un pasado histórico de voraces apetitos personales y un presente sin grandeza; sentimientos que recuerdan antiguas rencillas partidistas, que en su momento se resolvieron con la espada.

Este grupo de pensadores, fieles al “posteris lumen moriturus edat” (El que ha de morir deje una luz a la posteridad) no estaría completo si no mencionáramos a tres artistas de constante presencia en el quehacer cultural de fin de milenio en Popayán, como protagonistas y mecenas de la cultura, éstos son: Guido Enríquez, de amplios conocimientos humanísticos y cultor de la poesía moderna y de género festivo, en la mejor tradición payanesa de las últimas generaciones; Gloria Cepeda Vargas, la poeta más reconocida en nuestro medio, quien abrió el camino a una nueva generación de mujeres escritoras, hoy integrada al grupo Amaltea, junto a Matilde Eljach, Hilda Inés Pardo, Mary Edith Murillo y Luisa Fernanda Bossa, estas últimas de exitosa participación en recientes versiones del concurso de poesía femenina de Roldanillo, Valle. Igual de importante fue el aporte de Eduardo Rosero Pantoja, lingüista, escritor, y cantautor, por haber puesto su talento musical al servicio de los escritores con generosidad sin par. Su voz lírica, llena de nostalgia, tuvo la versatilidad para cantar toda clase de ritmos del folclor nacional y latinoamericano, aun en lengua vernácula. (Continuará).


 

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