(Archivo recuperado de mi blog POPAYÁN NUEVA ÉPOCA)
Homenaje a un escritor menor con plumas de pavo real premiado en
chiquinquirá, segundo en el Pablo Neruda de temuco y próximo finalista
del Jorge Luis Borges de timbío; puesto 999 de la Casa Silva por una
frase de encargo sobre la guerra, entre 1000 escogidas. QUIEN ME NIEGA EN LA ESCRITURA.
LA VAMPIRESA (Cuento)
Del libro La Seducción y otros relatos (Popayán 2003) acerca del cual ha
dicho Vicente Pérez Silva (Escritor y ensayista de temas históricos y
literarios. Colaborador del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá – Averiguar
en Google): "... Básteme por ahora expresarle que he leído o mejor,
que he vivido plenamente los relatos de su pluma. Unos relatos de
acrisolada calidad que encantan y seducen. Toda una urdimbre del más
fino erotismo que, según expresión de Octavio Paz es el "reflejo de la
mirada humana en el espejo de la naturaleza". Le reafirmo, mi apreciado
amigo: he disfrutado sus recreaciones, sus "vivencias oníricas" con un
deleite inenarrable. Páginas inspiradas por una voluptuosidad que nos
hace sentir, que nos hace vivir toda la fuerza que entrañan la seducción
y sus más secretos atractivos..." (Nota manuscrita en: Código del amor,
Pérez Silva Vicente, Gustavo Ibáñez, Bogotá, 2004)
I
Aquella tarde la puerta me supo a mujer. Los toques suaves, algo
temerosos, alteraron mi corazón mientras ordenaba los libros. Muchos
acudían a este sitio, donde con frecuencia nos entreteníamos en largas
conversaciones, en las que no faltaban palabras bonitas para una mujer.
Algunas veces brilló el genio de donjuán. Llegué a usar la poesía para
adornar un piropo : Aldeanita a cuyas trenzas até mi corazón de seda, o
me valí de ella para insinuar alguna secreta intención: ...me gustaría
ser el poeta peregrino siempre y cuando tú fueras la noche...
Esta vez el sobresalto fue mayor, como si hubiera quedado atrapado
en una nube de energía que desde afuera me alcanzaba. Aunque recibía
visitas frecuentes pocas veces me colmaban. Sin embargo, una renovada
esperanza me prometía algo grande. La realidad sorprende como juego de
azar. Cada hombre o mujer va y viene sin saber que lo dramático acecha.
Un golpe de emoción me sorprendió al mirar a través de la lentilla:
no era una mujer bella, sino la viva carne del deseo, con abundantes
signos de una naturaleza ardiente, que rebosaba hasta por sus ojos. Tras
de ese cuerpo, rebelde a la menuda ropa que lo aprisionaba, vislumbré
una mujer golosa y de acción. A esa hora el calor y el movimiento me
hicieron imaginar un cuerpo resbaloso y en celo. Llevaba el cabello
corto; lucía una blusa atrevida y su faldilla atraía la mirada sobre la
vellosa línea de su vientre, donde quedó flotando mi deseo. Sus nalgas
podrían haber resistido una procesión de amantes. Respiré con avidez, en
busca de otros olores más allá de los cosméticos de tocador. Me
preguntó sobre libros de vampiros. Una vez adentro, la conversación fue
más importante que los libros. Al indagar por su curiosidad respondió :
«¡Creo en su existencia... los he visto!» No tenía idea de lo que me
estaba hablando. Era inverosímil que algo semejante ocurriese en estos
tiempos. A pesar de mi incredulidad puse mucho empeño en ayudarla. Le
hablé de creencias tan arraigadas en nuestro subconsciente que suelen
confundirse con lo real, sin que ningún argumento valga para sacarnos
del equívoco, debido a fuertes impresiones ancladas en nuestro
inconsciente. Nada de esto aceptó, ni otros argumentos que le expuse. De
niña había visto algunas películas famosas: Nosferatu y el Conde
Drácula. Le insinué que en el mito vampiresco se esconde un afán de
inmortalidad y un desorden sexual, por exceso de naturaleza, que no
tiene nada de oscuro y es, más bien, una suerte de pocas personas
privilegiadas. Algo satisfecha decidió marcharse, prometiéndome regresar
al siguiente dia con un obsequio que cambiaría mi vida.
II
Debido a mi educación racionalista me acostumbré a ignorar el mundo
oscuro. Todo lo veía a través de coordenadas cartesianas, como si la
fantasía sólo fuera parte del folclor, la literatura o el cine. Del
mundo vampiresco y otros habitantes de la noche mi conocimiento no
superaba el de la gente común. Desde mi infancia me infundieron miedo,
como seres emparentados con el mal, formas horrorosas en las cuales
encarnan espíritus fantasmales, puestos en el mundo para amedrentar a
los descarriados y prevenir a los inocentes. Ello me produjo un temor
reverencial a la oscuridad y a la soledad. La ciudad y la ilustración
me ayudarían a superar tales lastres. ¡Eso creía!. La experiencia que
voy a referir me enseñó que la ciencia apenas había iluminado parte de
la realidad.
III
La ilusión de estar con ella me predisponía a seguirle la
corriente, seguro de que sus fantasías ocultaban vigorosas calenturas
del cuerpo. Grande era mi ansiedad por compartir ese remolino de
pasiones. Con el paso de los días, y ante el incumplimiento de su
promesa, me fui olvidando del asunto, hasta que un sábado, sobre el filo
del mediodía, algunos clientes de mi establecimiento se movieron
inquietos en sus asientos al ver entrar a la sensual mujer. Vestía las
mismas prendas de la primera vez: minifalda y diminuta blusa, ambas
prendas de color rojo, intenso como viva sangre. Los zapatos de tacones
moderadamente altos, la pulsera, un anillo y los aretes resaltaban su
elegancia. Se dirigió hasta donde yo estaba y me saludó de beso. Luego
sacó del bolso el regalo prometido, turbador envoltorio que me entregó
con recelo, bajo la promesa de no verlo en ese instante. Su aliento me
distraía cada vez que hablaba. Cuando quedamos solos miró la escalera,
y preguntó : «¿que hay arriba? Tengo curiosidad...» -agregó-, y se
encaminó hacia allá. Al subir, sus muslos se descubrieron por completo.
Arriba, miró con emoción hacia todos lados como si hubiera encontrado el
lugar deseado. Todo le agradaba: la alfombra roja, el juego de sala
color vinotinto, el espejo, donde se leía, también en tinta roja, espejo
de las pasiones, y el cuadro de Hernández que celebra de forma
voluptuosa el cuerpo femenino, la música y el amor. Después indagó por
el recinto encerrado en madera y tríplex con adornos en relieve. «Allí,
¿qué hay?» -preguntó-. Sin esperar respuesta avanzó. Su mirada quedó
vagando en el tendido de color carmesí que cubría la cama. Poco a poco
fue levantando los ojos, que se posaron en un cuadro surrealista de una
joven desnuda suspendida a media altura sobre el arco de un puente.
Alterado por su presencia le dije: «voy a caer si no me apoyo en algo», y
me fui acercando hasta quedar pegado a ella. Al ver que sus brazos me
ceñían descansé. Su cuerpo me tenía desvelado desde el primer día.
Soñaba con sus labios carnosos, algo recogidos, como pétalos de rosa,
para ofrecer su fragancia, y con sus senos, semejantes a racimos de
madura fruta bajo la doblada rama. Muchas veces en la soledad de mi
cuarto inventé el goce que cuidaba como el avaro a su fortuna. Tenía
práctica en esto desde los furores de la adolescencia. Ahora, su boca
atizaba mi pasión, exquisita humedad que compartíamos con deleite. Sus
ojos, en donde había descifrado el deseo, se adormecían. Mis labios
jugaban en su cuello dejando estelas de tibio vaho. «Antes de continuar
debo tomar algo» -dijo-. Fue hasta el asiento donde había dejado el
bolso y sacó un frasco mediano, lleno de un líquido color vinotinto.
Supuse que era vino. Lo destapó y bebió la mitad. «El resto es para
ti si lo deseas» -dijo-. Lo consumí como un autómata, sin tener tiempo
de reparar en su sabor, porque al instante ya no era el mismo; en mi
consciencia sólo habitaba un deseo majestuoso. Recuerdo que me tumbó
sobre la cama, hundiendo mi falo en su pulposo nicho, que succionaba
como un tirabuzón. Muy cómoda y complacida cabalgaba, resbalando sus
senos sobre mi pecho. La fuerza de su mirada hería mis ojos, y sus
amenazantes muecas turbaban mi espíritu. A bocanadas me tomó del
cuello, donde finalmente se adormeció. Era curioso, mi cuerpo de atleta
se iba debilitando, en cambio mi falo se hacía más imponente en la
andanada de vigorosos tirones. Sin duda era por el brebaje. Una dulce
corriente, apenas perceptible sentía en mis venas, como si mi espíritu
viajara feliz, en medio de una fiesta. Sin noción del tiempo me
extinguía, viendo embellecerce más y más a ese animal, en medio de la
fatal atracción que me llevaba a la muerte. Apenas atiné a vislumbrar el
fin, como si marchara raudo hacia un abismo.
Cuando ya la luz me abandonaba irrumpieron en la habitación dos
vigorosos jóvenes en cuya presencia me sentí como miseria lastimosa. A
no dudar, eran de su misma especie. Sin dificultad la arrancaron de mi
cuerpo y se la llevaron. Muy cerca de la muerte, la película de mi vida
había empezado a rodar sin esperanza. En uno de sus pasajes me veía
rodeado de personas vestidas de blanco, que aguardaban mi resurrección
en la camilla de convaleciente.
Los médicos aún se esfuerzan para detener una mutación que avanza
de modo inexorable. Al recordar el obsequio de la vampiresa fui en su
búsqueda. Era el mismo frasco con el líquido que bebimos en el
fatal preludio amoroso. ¡Un júbilo sobrecogedor me embarga cada vez que
lo tengo en mis manos!
POESÍA
TRÍPTICO EN CONSTRUCCIÓN UNO
I
RINCÓN DE ALEJANDRÍA
(A Macondo Libros..)
Semilla de sabios
que nació en el mar
y voló sobre montañas.
Invención de un mago
donde ofició el librero de Borges
mientras la musa presidía
un oráculo de sueños.
Bárbaros enemigos
hijos de un tiempo veloz,
como huracanes aciagos,
destruyeron el sueño
de la biblioteca como un paraíso.
Digno final el de Alejandría,
llama infinita de saber y ceniza.
Peor yacer en el olvido
entre fantasmas y libros
que nadie quiere leer.
Ya no hay Borges
ni Quessep.
No están los caballeros de la luz
tampoco los de la oscuridad
voces infinitas
que rumoran en la nostalgia
Barona, Posada, Jaramillo
Torres, Luciano, Jordán
Rafaelito, Ricardo y el Conde
Donaldo, Rodrigo y la sutil Luz María
con Kenny, flor primorosa,
a quien solté por primera vez
aquella frase que fue slogan:
No te preocupes… quien me debe
me pertenece un poco
y cuanto más me debas
mi ilusión dice que más me perteneces.
Emigraron también las vampiresas
y aquellos nuevos poetas
de la Generación Post Terremoto
con sus musas.
Ahora el librero sólo cuenta su historia:
hubo una vez ...
II
RAZÓN DE SER
No sé si hay amor
en mi corazón
sí un dolor
de mujer en la raíz
donde abreva una escondida tristeza
y también esa otra alegría
de inventar y reinventar el mundo propio
como un juego travieso
en que lo imposible es lo nunca pensado.
III
MANTRA
Y a pesar de todo quiero la vida.
Vida saludable, inspirada y bella.
De dulce corazón
alma grande y un
pensamiento vigoroso.
Quiero leve la alegría
sutil la ironía
dulce la tristeza.
Que un bálsamo sereno me toque
en la turbulencia del ánimo
Y una idea febril dance siempre
en la quietud
Con renovado asombro.
ENSAYO
LA NUEVA POESÍA EN LA CRISIS
DE LA CIUDAD LETRADA
[ Popayán 1980 – 2005]
Omar Lasso Echavarría *
10 CAPÍTULOS
Ensayo que le ha permitido decir al poeta y editor Felipe García
Quintero: “…y en atención a dicha circunstancia, remitimos al epílogo de
Omar Lasso Echavarría titulado La nueva poesía en la crisis de la
ciudad letrada, ensayo de exploración que se constituye en el primer
intento de ordenar de modo crítico la poesía de la última generación de
escritores en Popayán” (Llama de piedra. Poesía contemporánea en
Popayán, 1970-2010, GARCÍA QUINTERO, Felipe. Ediciones Axis
Mundi/Ministerio de Cultura, 2010,
PRIMERA PARTE: CONTEXTO
Un recital poético de 2004 reunió en Popayán a Edgar Caicedo Cuéllar
(1966), Francisco Gómez Campillo (1968), César Samboní (1972) y Felipe
García Quintero (1973) . Durante ese mismo año se celebró, también, el
quinto aniversario de la muerte del poeta Carlos Illera (1957-1999)
Estos dos acontecimientos me llevaron a reflexionar sobre la actual
generación de poetas que ha llegado a su madurez en la bisagra del
reciente siglo. En el presente ensayo tendremos en cuenta, además, otras
voces que afirmaron esta generación como las de Hilda Inés Pardo
(1956), Luis Arleyo Cerón (1962), Marco Antonio Valencia (1967), Fabio
Holguín Marriaga (1961) y Elvio Cáceres (1955). No sobra declarar que
esta aproximación es tan sólo el punto de vista de un observador del
acontecer cultural y amigo personal de los poetas.
Creemos que este grupo de poetas es vástago de una época llena de
contradicciones, lo suficientemente vigorosas como para confrontar,
desde lo poético, valores todavía dominantes, aunque con poca o ninguna
conciencia política. En tanto hecho cultural y sociológico, este grupo
se caracteriza por tener preocupaciones comunes respecto a temas
literarios y formas de enunciación, mediante la imagen y el verso
libre, expresión dominante en la poesía contemporánea. Unos conservan el
tono lírico y confesional; otros, un tono coloquial cercano a la prosa.
Dicha generación, iniciada cronológicamente por Carlos Illera (Popayán,
1957-1999) se ubica en el punto de transición de la Perestroika que dio
origen a una nueva época de corte nihilista, retomando el camino de
los poetas malditos
Con Illera se inicia en Popayán lo que podría denominarse generación
poética posterremoto, caracterizada por la confrontación individual su
existencia, importádoles “su verdad”, en calidad de sujetos fragmentados
por diversos aspectos de orden familiar y social. En su mayoría son
poetas de provincia o de modesta condición socioeconómica que se rebelan
en el canto contra su propia condición de vida, frente a una sociedad
tradicional en crisis, tanto en sus imaginarios como en la pérdida de
poder económico y sociopolítico, en un proceso de reacomodo de nuevas
fuerzas sociales con representaciones distintas desde la promulgación de
la nueva Constitución que reivindicó al Tercer Estado o Estado Llano.
Se trata de una generación de voces emergentes que ponen de manifiesto
la nueva situación de la ciudad, dominada por diversos actores sociales
llegados de la provincia caucana después del terremoto de 1983, y por la
estampida progresiva de los payaneses raizales a ciudades de mayor
progreso. Este cambio social generó una dinámica distinta en la ciudad
de Popayán, tras el surgimiento de nuevos fenómenos urbanos,
característicos de grandes ciudades, como la conformación caótica de
cinturones de miseria, delincuencia organizada, pandillismo,
narcotráfico, consumo de estupefacientes, mendicidad generalizada y
desplazamiento forzado desde zonas de conflicto, etc. Tales fenómenos,
ya comunes en nuestro país y agravados durante las dos últimas décadas,
transformaron aceleradamente pueblos y ciudades, alterando las
identidades sociales e individuales.
Estos cambios, no obstante, generaron condiciones favorables a la
creación estética. Uno de esos aspectos fue el surgimiento de lo
anónimo como categoría despersonalizadora de la sociedad entre sujetos
que ya no se reconocen. La problematización de la existencia, tras la
disolución de la identidad, condujo a indagar sobre quiénes somos en un
contexto donde se desestabilizaron los roles sociales. A ello hay que
agregar la liberación extrema del individuo por obra y gracia de la
sociedad de consumo y la cultura de masas, a través del poder
omnipresente de los medios de comunicación que, mediante el recurso de
lo libidinal, explota toda clase de necesidades del cuerpo y del alma.
Por este camino hemos arribado al punto en que la irreverencia ya no
escandaliza, como resultado de la relativización de todos los valores;
por el contrario, es el alimento de una sociedad vertiginosa en la que
toda novedad envejece al instante.
Complementan este conjunto de aspectos sociológicos y políticos otro de
importancia fundamental: la pérdida de poder espiritual y social de la
Iglesia Católica, ante la diáspora de sus feligreses, captados por
diversos movimientos religiosos de inspiración protestante.
Aparte de este contexto general, debemos referir algunos factores que
propiciaron la investigación y la creación literaria en Popayán que
alcanza, inicialmente, su punto más alto con tres premios nacionales del
Ministerio de Cultura (Colcultura): el obtenido por Guido Barona
Becerra, con el ensayo Legitimidad y sujeción: Los paradigmas de la
“invención” de América (1993), el de Francisco Gómez Campillo con el
libro La tiniebla luminosa (1993), y el asignado a Hortensia Alaix de
Valencia (1939), en la modalidad de literatura oral, por el libro
Literatura popular. Tradición oral en la localidad del Patía (1994).
Pero ya antes, en 1988, Horacio Ayala (1965), entonces estudiante de
literatura, había ganado el premio universitario de poesía ICFES, y
Mario Erazo, compañero suyo, obtenía el segundo lugar. Después vendría
una serie de éxitos de varios poetas, que ganaron premios regionales,
nacionales e internacionales . Los concursos y las becas de creación
del Fondo Mixto y el Ministerio de Cultura impulsaron a toda una
generación de investigadores y escritores. En el campo de la creación
literaria sobresalió, en un principio, la poesía; luego, en el último
lustro, se observa un marcado interés por la narrativa, lo cual merece
un estudio aparte de esta reflexión. De igual modo, poco a poco se
consolidan auténticos sellos editoriales, como el de la Universidad del
Cauca, Estuario y Axis Mundi.
Nos interesa resaltar el aspecto del intelectual, ya no aislado, sino
el de aquel que se integró al dinamismo social animando nuestra época.
Fue así como la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la
Universidad del Cauca se posicionó en la investigación histórica y
antropológica, a nivel nacional e internacional. Destacamos los trabajos
de Zamira Díaz (1986, 1994, 1996), Herinaldy Gómez (2000, 2004), Hugo
Portela (2002) y Diego de Jesús Jaramillo (1997); intelectuales de
vocación que han dejado huella, no sólo en el ámbito académico, sino, y
principalmente en la vida social de la ciudad y de las comunidades
indígenas del Cauca.
Este florecimiento coincide o, quizá, fue propiciado por un cambio de
época en el pensamiento occidental: la crisis de la modernidad, centrada
en la dominación de una razón ilustrada que pretendía imponer sus ideas
a la realidad, y que en nuestro caso lo venía haciendo en una lucha
enconada contra el modelo escolástico, desde la conformación de nuestro
estado nacional, hasta el triunfo de las corrientes conservadoras que
impusieron una Constitución de apariencia demoliberal y fundamento
escolástico (Galvis, 1986: 223). Con el cambio de Constitución en 1991,
en respuesta a la exigencia de un amplio reconocimiento político de la
nación colombiana, nuestro país dio un viraje hacia la corriente
postmoderna, caracterizada por un descentramiento de la razón ilustrada
que abandonó el propósito de ejercer una legislación universal desde la
soberanía del pensamiento, en sentido kantiano. Para precisar más esta
idea digamos que la Constitución colombiana efectuó un cambio
considerable respecto a la concepción de sujeto implícito en ella. Pasó
de un sujeto abstracto de aureola católica, con derechos generales, a
una diversidad de sujetos con derechos específicos y cosmovisiones
diversas que se harían valer mediante la Tutela y las Acciones
populares y de Cumplimiento. En consecuencia, el papel del intelectual
cambió; ya no buscaría la transformación del mundo o de la historia,
sino la de su entorno y de algunas parcelas de la realidad. De este
modo, se hizo corriente la participación del intelectual en política; y
algunas universidades ajustaron su modelo pedagógico a las nuevas
exigencias sociales, aunque se expusieron de modo más evidente a la
contaminación política.
Si tenemos en cuenta, como señalábamos atrás, que lo importante es la
relación del intelectual con la sociedad, donde el talento se mide por
la capacidad de influir en el acto generoso de darse a los demás,
debemos destacar la labor de algunos intelectuales en Popayán que
animaron esta época desde las distintas esferas del saber y la vida
cotidiana: el historiador Guido Barona Becerra (1945) ha sido, sin lugar
a dudas, el librepensador más prestigioso durante este periodo. Con
una vigorosa vocación epistemológica practicó la transversalidad
disciplinar de saberes: historia, antropología, filosofía, política y
semiótica. Su conocimiento, deliciosamente permeado por la vivencia,
logró acercar lo universal a la dimensión cotidiana de las problemáticas
de distinto orden: académico, social, político, económico y cultural.
Destacamos también la actitud del politólogo Diego de Jesús Jaramillo
(1948), quien encarnó al intelectual orgánico de Gramci en su afán de
unir el saber y la vida. Por su parte Eduardo Gómez Cerón (1955),
modelo de hombre culto, en el sentido de vivir la dimensión cultural de
lo cotidiano, poseedor de un gran don de gentes y altura crítica en el
ejercicio del periodismo; ha sido inagotable cantera anecdótica del
devenir social, político y cultural de la ciudad. Gustavo Wilches
(1954), una de las inteligencias más lúcidas y polifacéticas, de
orientación holística en su quehacer práctico y teórico; se ha destacado
como guía social indiscutible, con una visión de ciudad cual pocos para
dirigir los destinos de Popayán, en una época acéfala de políticos
ilustrados. Julio César Payán (1942) continuó la práctica revolucionaria
de la medicina bioenergética, iniciada en Popayán por su Colega Germán
Duque Mejía, a principios de los setentas, en claro desafío a la
ortodoxia anclada en la Facultad de Medicina de la Universidad del
Cauca, de la cual Payán fue docente. Además, se integró luego al
devenir social y político desempeñando una labor educadora y crítica
desde la prensa y la radio. En otra orilla, como voz nostálgica de un
tiempo pasado, el antropólogo Hernán Torres (1937), de formación
anglosajona, ahondó en el imaginario cultural de la ciudad a través de
sus brillantes conferencias de antropología poética. No obstante su
labor de quijote solitario, vio naufragar la arcadia en medio de la
indiferencia de sus contemporáneos. Víctor Paz Otero (1945), encarnó la
conciencia histórica y crítica de Popayán, en un lenguaje delirante
lleno de belleza, cargado de ironía y resentimiento frente a un pasado
histórico de voraces apetitos personales y un presente sin grandeza,
sentimientos que recuerdan antiguas rencillas partidistas, que en su
momento se resolvieron mediante la espada.
Este grupo de pensadores, fieles al posteris lumen moriturus edat , no
estaría completo si no mencionáramos a tres artistas de constante
presencia en el quehacer cultural a lo largo de las dos décadas que
cierran el siglo XX en Popayán, como protagonistas y mecenas de la
cultura, éstos son: Guido Enríquez (1937), de amplios conocimientos
humanísticos y cultor de la poesía moderna y de género festivo, en la
mejor tradición payanesa de las últimas generaciones; Gloria Cepeda
Vargas (1928), la poeta más reconocida en nuestro medio, quien abrió el
camino a una nueva generación de mujeres escritoras, hoy integradas en
el grupo Amaltea; son ellas: Matilde Eljach (1952), Hilda Inés Pardo
(1956), Mary Edith Murillo (1969) y Luisa Fernanda Bossa (1981), de
exitosa participación en recientes versiones del concurso de poesía
femenina de Roldanillo, Valle. Igual de importante fue el aporte de
Eduardo Rosero Pantoja (1944), lingüista, escritor, y cantautor, por
haber puesto su talento musical al servicio de los escritores con
generosidad sin par. Su voz lírica, llena de nostalgia, tuvo la
versatilidad para cantar toda clase de ritmos del folclor nacional y
latinoamericano, aun en lengua vernácula.
Esta época dorada tuvo, además, otros creadores artísticos que aportaron
su esfuerzo. El registro fotográfico correspondió a Diego Tovar
(1946), a través de estudios, exposiciones, cubrimiento de eventos, y
como partícipe de muchas tertulias. En el campo de la plástica
resaltaron los pintores Gustavo Hernández (1946), Rodrigo Valencia
(1949), Adolfo Torres (1951), Ramiro Leiton (1958) y Alfonso Renza
(1958), quienes ilustraron generosamente libros y carátulas de varios
autores. Los tres primeros nos descubrieron un mundo onírico y simbólico
desde diferentes preocupaciones y cosmovisiones: mágicas, esotéricas,
místicas, metafísicas, existencialistas, con símbolos de la tradición
occidental y también local. Ramiro Leiton, seguido después por Jafet
Gómez, llamó la atención sobre el valor de las culturas autóctonas. Por
su parte Alfonso Renza nos puso en contacto de otras inquietudes
contemporáneas del mundo urbano. Fue también el tiempo de la caída del
acuarelista escocés Peter Walton (1937-1995), quien, atraído por la
magia del trópico, había llegado en 1973 a Popayán donde se vinculó como
profesor de Artes Plásticas en la Universidad del Cauca. Otro retazo de
esta historia, en lo marginal, le correspondió a Billy Fals (1956 - ?
), artista autodidacta malogrado por la droga, cuya genética ancestral
se manifestó a través del uso de la tierra como elemento básico de una
técnica que inventó y aplicó en su pintura, dando inicio a una tradición
popular propagada en Popayán por algún tiempo. Memorables fueron,
para lo que nos interesa mostrar, las exposiciones “Apocalípticos”
(1991) de Rodrigo Valencia y “Carnaval” (1988) de Adolfo Torres (1951).
Ambos pintores irrumpieron valerosamente en la escena de una sociedad
religiosa tradicional con un conjunto de cuadros que perturbaron el
imaginario local. Los “Apocalípticos” de Valencia transgredieron formas y
símbolos, mostrando el caos del mundo. La exposición de Torres,
portadora de una agresividad demoníaca, evocó el horror de la guerra en
las pinturas de Goya, durante la invasión napoleónica a España.
Recordamos en especial el “Ángel de la muerte”, un cuadro en carboncillo
de aproximadamente cinco metros de largo, digno de la onda metálica,
muy posicionada por aquel entonces en el rock pesado. Ambas
exposiciones, a la vez que producían angustia, eran portadoras de un
sentimiento liberador, como todo aquello que recuerda la condición
humana, al emanciparnos de los artificios de una cultura que niega lo
que en el fondo somos. Merece consideración especial, para cerrar este
capítulo de la plástica, la importante labor desempeñada por la
fundación Pintaw Mawa (1987) en pro de los artistas caucanos, tanto de
formación académica como autodidactas, a través del Salón Septiembre de
Artes Visuales que abrió ese mismo año, y donde se proyectó por primera
vez el video-arte Fantasía protagonizado por Carlos Illera. Pintaw Mawa
fue un colectivo de artistas y trabajadores sociales integrado por
Ramiro Leiton, Nancy Muñoz, José Manuel Valdés, Gloria Díaz, Santiago
Hurtado, Patricia Salinas, Oscar Potes, Pedro Salazar, Jafet Gómez,
Alfonso Renza, Julián Rivera, Ari Hurtado, entre otros. Su intensa
actividad se extendió hasta 1998. Este grupo se caracterizó por el
propósito de integrar el arte a los ámbitos social y educativo,
propiciando la diversidad de expresiones culturales, y haciendo énfasis,
no tanto en la promoción individual de los artistas, como sí en la
práctica del arte como medio de comunicación y creación social de
valores. Por tal razón se orientó a la docencia, a los talleres, y al
desarrollo de metodologías que privilegiaran el uso de materiales no
convencionales. Sus aportes quedaron registrados en afiches, revistas,
carteles, libros y murales.
Floreció también durante este periodo el arte audiovisual. Y aquí
aparece de nuevo en escena, como lo veremos en el tópico literario, el
colegio Inem. En el año de 1985 este colegio compró equipos de
producción audiovisual con los cuales Gerardo Frey Campo (1965) y Nelson
Freddy Osorio (1968) realizaron sus primeras obras: En carne viva
(1985) y Por un mal camino (1985), respectivamente. En el año de 1988,
Guillermo Pérez La Rotta (1955) y Herinaldy Gómez (1950), profesores de
la Universidad del Cauca, iniciaron un taller de capacitación con el
auspicio de Cine Arte Nueva Imagen y el Sena, en el que se impartieron
cursos de apreciación, guión y realización, bajo la orientación de
Lisandro Duque. De este taller resultó la película Crisálida (1990). En
el año 1989 Nelson Osorio, Stella Fernández (1968) y Carlos Illera
fundaron Fundefilms, que produjo: Fantasía (video poema, 1989), Koomsex
(1991), Occidente (1991), Ecce Homo (1992) y Marcando Calavera (1999).
En estas producciones predominó como tema el entorno social de
marginalidad juvenil (drogas, violencia y sexualidad de los
adolescentes), resultado del deterioro social posterior al terremoto. En
el año 1999 el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, a través del apoyo
del Ministerio de Cultura inició el Taller de Formación Imaginando
nuestra imagen, bajo la dirección de Víctor Gaviria. Luego de este
evento surge el grupo Cinestesia, animado por Juan Pablo Bonilla (1976),
Víctor Hugo Camayo (1973), Manolo Gómez Mosquera (1977 ), Alex López
(1979), entre otros jóvenes realizadores, quienes produjeron: Luna
Criminal (1999), Perdida para un poema (1999), Besaste a Lily (2002),
Invitado a cenar (2002), en cuyos temas predominó la intención
ficcional. Al igual que ocurría en literatura, estos jóvenes
problematizaron los valores y el sentido de la ciudad contemporánea.
Para cerrar este inventario de motivos que propiciaron el florecimiento
de la cultura en Popayán, tengo que citar finalmente, con la modestia
debida, el papel que desempeñó Macondo, libros y tertulia, como
punto de referencia y confluencia de este grupo multigeneracional. Esta
librería ha sido, en el curso de su historia, una especie de Gruta
Simbólica o de Café automático en Bogotá o la Cueva de Barranquilla; es
decir, una ventana a la cultura y al mundo. Por ella pasaron infinidad
de creadores, muchos de los cuales dejaron su mensaje en las Bitácoras
de Macondo . Varias referencias aparecieron en revistas y periódicos,
como en la edición del 9 de agosto de 1996 en Le mond de París y,
recientemente, en un libro publicado en Francia, sobre pequeñas
librerías culturales del mundo titulado Ici, lá-bas. Librairie Meura,
Lille, 2005.
El terremoto de 1983 y la Constitución de 1991, no sólo cambiaron la
fachada y el inquilinato institucional en Popayán, sino también el
imaginario urbano, con nuevas expresiones sociales, culturales,
políticas y económicas. No es nuestro propósito hacer una apología de
esta época, sino indicar la necesidad de los complementos necesarios
para no retroceder en la calidad de la ciudad, que parece decaer,
corrido el primer lustro del s. XXI, en un atraso cultural que la aleja
del protagonismo de otras épocas.
Creemos que el movimiento poético posterremoto en Popayán se consolidó a
través del proyecto literario de la Revista Ophelia, la Corporación de
Arte Fundapalabra, y el Recital semestral “Palabras y Notas”, proyectos
de los cuales algunos de los poetas mencionados fueron fundadores y
gestores. Sin embargo, esta parte material e inmaterial no hubiera sido
posible sin el patrocinio económico de diversas instituciones como el
Área Cultural del Banco de la República, la Biblioteca Pública
Departamental “Rafael Maya” de Comfacauca, la Fundación Cultural del
Banco del Estado, el Ministerio de Cultura, el Fondo Mixto de Cultura
del Cauca, la Fundación Casa de la Cultura y la Alcaldía Municipal de
Popayán, que en 1992-1994 tuvo un alcalde sensible a lo artístico y
consciente en ese momento del ethos cultural de la ciudad, como lo fue
Luis Fernando Velasco, quien contribuyó en la financiación del
“Encuentro de Poesía Ciudad de Popayán”, evento anual que en diez años
de realización alcanzó dimensiones internacionales, y fue decisivo para
nuestros poetas en su afán de lograr la interlocución externa y alcanzar
la mayoría de edad.
Queda pendiente la tarea de investigar otros antecedentes literarios
importantes que abrieron el camino a esta generación, explorando nuevos
temas y lenguajes: Carmen Paredes Pardo (19?-1980), Elcías Martán
Góngora (1920-1984), Alberto Mosquera (1904-1967), Gerardo Valencia
(1911-1994), Plutarco Elías Ramírez (1933-1968), Matilde Espinosa
(1912), Gloria Cepeda (1928), (Víctor Paz (1945), Alfredo Vanín (1950) y
la generación de la revista La Rueda, integrada por Carlos Fajardo
(1957) y Cristóbal Gnecco (1960), entre sus poetas. También Habría que
tratar de reconstruir algunas líneas poéticas características en la
historia de la poesía caucana que vienen de Guillermo Valencia, Rafael
Maya, la tradición de la poesía epigramática, satírico-festiva y la
poesía social o política, lo cual sugiere otro ensayo. Ahora nos
interesa centrar el análisis en el cambio de época que se produce en
Popayán con el terremoto de 1983, y en toda Colombia con la Constitución
de 1991. Para ello tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas
distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de
modo definitivo, a fines del s. XX: la primera, representada por la
Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo
Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya
nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación
Posterremoto. PENDIENTES: 9 CAPÍTULOS