lunes, 29 de octubre de 2012

(Archivo recuperado de mi blog POPAYÁN NUEVA ÉPOCA)

Homenaje a un escritor menor con plumas de pavo real premiado en chiquinquirá, segundo en el Pablo Neruda de temuco y próximo finalista del Jorge Luis Borges de timbío; puesto 999 de la Casa Silva por una frase de encargo sobre la guerra, entre 1000 escogidas. QUIEN ME NIEGA EN LA ESCRITURA.

LA VAMPIRESA (Cuento)

Del libro La Seducción y otros relatos (Popayán 2003) acerca del cual ha dicho Vicente Pérez Silva (Escritor y ensayista de temas históricos y literarios. Colaborador del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá – Averiguar en Google): "... Básteme por ahora expresarle que he leído o mejor, que he vivido plenamente los relatos de su pluma. Unos relatos de acrisolada calidad que encantan y seducen. Toda una urdimbre del más fino erotismo que, según expresión de Octavio Paz es el "reflejo de la mirada humana en el espejo de la naturaleza". Le reafirmo, mi apreciado amigo: he disfrutado sus recreaciones, sus "vivencias oníricas" con un deleite inenarrable. Páginas inspiradas por una voluptuosidad que nos hace sentir, que nos hace vivir toda la fuerza que entrañan la seducción y sus más secretos atractivos..." (Nota manuscrita en: Código del amor, Pérez Silva Vicente, Gustavo Ibáñez, Bogotá, 2004)

I
Aquella tarde la puerta me supo a mujer. Los toques suaves, algo temerosos, alteraron mi corazón mientras ordenaba los libros. Muchos acudían a este sitio, donde con frecuencia nos entreteníamos en largas conversaciones, en las que no faltaban palabras bonitas para una mujer. Algunas veces brilló el genio de donjuán. Llegué a usar la poesía para adornar un piropo : Aldeanita a cuyas trenzas até mi corazón de seda, o me valí de ella para insinuar alguna secreta intención: ...me gustaría ser el poeta peregrino siempre y cuando tú fueras la noche...

Esta vez el sobresalto fue mayor, como si hubiera quedado atrapado en una nube de energía que desde afuera me alcanzaba. Aunque recibía visitas frecuentes pocas veces me colmaban. Sin embargo, una renovada esperanza me prometía algo grande. La realidad sorprende como juego de azar. Cada hombre o mujer va y viene sin saber que lo dramático acecha.

Un golpe de emoción me sorprendió al mirar a través de la lentilla: no era una mujer bella, sino la viva carne del deseo, con abundantes signos de una naturaleza ardiente, que rebosaba hasta por sus ojos. Tras de ese cuerpo, rebelde a la menuda ropa que lo aprisionaba, vislumbré una mujer golosa y de acción. A esa hora el calor y el movimiento me hicieron imaginar un cuerpo resbaloso y en celo. Llevaba el cabello corto; lucía una blusa atrevida y su faldilla atraía la mirada sobre la vellosa línea de su vientre, donde quedó flotando mi deseo. Sus nalgas podrían haber resistido una procesión de amantes. Respiré con avidez, en busca de otros olores más allá de los cosméticos de tocador. Me preguntó sobre libros de vampiros. Una vez adentro, la conversación fue más importante que los libros. Al indagar por su curiosidad respondió : «¡Creo en su existencia... los he visto!» No tenía idea de lo que me estaba hablando. Era inverosímil que algo semejante ocurriese en estos tiempos. A pesar de mi incredulidad puse mucho empeño en ayudarla. Le hablé de creencias tan arraigadas en nuestro subconsciente que suelen confundirse con lo real, sin que ningún argumento valga para sacarnos del equívoco, debido a fuertes impresiones ancladas en nuestro inconsciente. Nada de esto aceptó, ni otros argumentos que le expuse. De niña había visto algunas películas famosas: Nosferatu y el Conde Drácula. Le insinué que en el mito vampiresco se esconde un afán de inmortalidad y un desorden sexual, por exceso de naturaleza, que no tiene nada de oscuro y es, más bien, una suerte de pocas personas privilegiadas. Algo satisfecha decidió marcharse, prometiéndome regresar al siguiente dia con un obsequio que cambiaría mi vida.

II

Debido a mi educación racionalista me acostumbré a ignorar el mundo oscuro. Todo lo veía a través de coordenadas cartesianas, como si la fantasía sólo fuera parte del folclor, la literatura o el cine. Del mundo vampiresco y otros habitantes de la noche mi conocimiento no superaba el de la gente común. Desde mi infancia me infundieron miedo, como seres emparentados con el mal, formas horrorosas en las cuales encarnan espíritus fantasmales, puestos en el mundo para amedrentar a los descarriados y prevenir a los inocentes. Ello me produjo un temor reverencial a la oscuridad y a la soledad. La ciudad y la ilustración me ayudarían a superar tales lastres. ¡Eso creía!. La experiencia que voy a referir me enseñó que la ciencia apenas había iluminado parte de la realidad.

III

La ilusión de estar con ella me predisponía a seguirle la corriente, seguro de que sus fantasías ocultaban vigorosas calenturas del cuerpo. Grande era mi ansiedad por compartir ese remolino de pasiones. Con el paso de los días, y ante el incumplimiento de su promesa, me fui olvidando del asunto, hasta que un sábado, sobre el filo del mediodía, algunos clientes de mi establecimiento se movieron inquietos en sus asientos al ver entrar a la sensual mujer. Vestía las mismas prendas de la primera vez: minifalda y diminuta blusa, ambas prendas de color rojo, intenso como viva sangre. Los zapatos de tacones moderadamente altos, la pulsera, un anillo y los aretes resaltaban su elegancia. Se dirigió hasta donde yo estaba y me saludó de beso. Luego sacó del bolso el regalo prometido, turbador envoltorio que me entregó con recelo, bajo la promesa de no verlo en ese instante. Su aliento me distraía cada vez que hablaba. Cuando quedamos solos miró la escalera, y preguntó : «¿que hay arriba? Tengo curiosidad...» -agregó-, y se encaminó hacia allá. Al subir, sus muslos se descubrieron por completo. Arriba, miró con emoción hacia todos lados como si hubiera encontrado el lugar deseado. Todo le agradaba: la alfombra roja, el juego de sala color vinotinto, el espejo, donde se leía, también en tinta roja, espejo de las pasiones, y el cuadro de Hernández que celebra de forma voluptuosa el cuerpo femenino, la música y el amor. Después indagó por el recinto encerrado en madera y tríplex con adornos en relieve. «Allí, ¿qué hay?» -preguntó-. Sin esperar respuesta avanzó. Su mirada quedó vagando en el tendido de color carmesí que cubría la cama. Poco a poco fue levantando los ojos, que se posaron en un cuadro surrealista de una joven desnuda suspendida a media altura sobre el arco de un puente. Alterado por su presencia le dije: «voy a caer si no me apoyo en algo», y me fui acercando hasta quedar pegado a ella. Al ver que sus brazos me ceñían descansé. Su cuerpo me tenía desvelado desde el primer día. Soñaba con sus labios carnosos, algo recogidos, como pétalos de rosa, para ofrecer su fragancia, y con sus senos, semejantes a racimos de madura fruta bajo la doblada rama. Muchas veces en la soledad de mi cuarto inventé el goce que cuidaba como el avaro a su fortuna. Tenía práctica en esto desde los furores de la adolescencia. Ahora, su boca atizaba mi pasión, exquisita humedad que compartíamos con deleite. Sus ojos, en donde había descifrado el deseo, se adormecían. Mis labios jugaban en su cuello dejando estelas de tibio vaho. «Antes de continuar debo tomar algo» -dijo-. Fue hasta el asiento donde había dejado el bolso y sacó un frasco mediano, lleno de un líquido color vinotinto. Supuse que era vino. Lo destapó y bebió la mitad. «El resto es para ti si lo deseas» -dijo-. Lo consumí como un autómata, sin tener tiempo de reparar en su sabor, porque al instante ya no era el mismo; en mi consciencia sólo habitaba un deseo majestuoso. Recuerdo que me tumbó sobre la cama, hundiendo mi falo en su pulposo nicho, que succionaba como un tirabuzón. Muy cómoda y complacida cabalgaba, resbalando sus senos sobre mi pecho. La fuerza de su mirada hería mis ojos, y sus amenazantes muecas turbaban mi espíritu. A bocanadas me tomó del cuello, donde finalmente se adormeció. Era curioso, mi cuerpo de atleta se iba debilitando, en cambio mi falo se hacía más imponente en la andanada de vigorosos tirones. Sin duda era por el brebaje. Una dulce corriente, apenas perceptible sentía en mis venas, como si mi espíritu viajara feliz, en medio de una fiesta. Sin noción del tiempo me extinguía, viendo embellecerce más y más a ese animal, en medio de la fatal atracción que me llevaba a la muerte. Apenas atiné a vislumbrar el fin, como si marchara raudo hacia un abismo.

Cuando ya la luz me abandonaba irrumpieron en la habitación dos vigorosos jóvenes en cuya presencia me sentí como miseria lastimosa. A no dudar, eran de su misma especie. Sin dificultad la arrancaron de mi cuerpo y se la llevaron. Muy cerca de la muerte, la película de mi vida había empezado a rodar sin esperanza. En uno de sus pasajes me veía rodeado de personas vestidas de blanco, que aguardaban mi resurrección en la camilla de convaleciente.

Los médicos aún se esfuerzan para detener una mutación que avanza de modo inexorable. Al recordar el obsequio de la vampiresa fui en su búsqueda. Era el mismo frasco con el líquido que bebimos en el fatal preludio amoroso. ¡Un júbilo sobrecogedor me embarga cada vez que lo tengo en mis manos!

POESÍA
TRÍPTICO EN CONSTRUCCIÓN UNO

I
RINCÓN DE ALEJANDRÍA
(A Macondo Libros..)

Semilla de sabios
que nació en el mar
y voló sobre montañas.

Invención de un mago
donde ofició el librero de Borges
mientras la musa presidía
un oráculo de sueños.

Bárbaros enemigos
hijos de un tiempo veloz,
como huracanes aciagos,
destruyeron el sueño
de la biblioteca como un paraíso.

Digno final el de Alejandría,
llama infinita de saber y ceniza.
Peor yacer en el olvido
entre fantasmas y libros
que nadie quiere leer.

Ya no hay Borges
ni Quessep.
No están los caballeros de la luz
tampoco los de la oscuridad
voces infinitas
que rumoran en la nostalgia
Barona, Posada, Jaramillo
Torres, Luciano, Jordán
Rafaelito, Ricardo y el Conde
Donaldo, Rodrigo y la sutil Luz María
con Kenny, flor primorosa,
a quien solté por primera vez
aquella frase que fue slogan:
No te preocupes… quien me debe
me pertenece un poco
y cuanto más me debas
mi ilusión dice que más me perteneces.

Emigraron también las vampiresas
y aquellos nuevos poetas
de la Generación Post Terremoto
con sus musas.

Ahora el librero sólo cuenta su historia:
hubo una vez ...


II

RAZÓN DE SER

No sé si hay amor
en mi corazón
sí un dolor
de mujer en la raíz
donde abreva una escondida tristeza
y también esa otra alegría
de inventar y reinventar el mundo propio
como un juego travieso
en que lo imposible es lo nunca pensado.



III


MANTRA


Y a pesar de todo quiero la vida.
Vida saludable, inspirada y bella.

De dulce corazón
alma grande y un
pensamiento vigoroso.

Quiero leve la alegría
sutil la ironía
dulce la tristeza.

Que un bálsamo sereno me toque
en la turbulencia del ánimo

Y una idea febril dance siempre
en la quietud
Con renovado asombro.


ENSAYO

LA NUEVA POESÍA EN LA CRISIS
DE LA CIUDAD LETRADA
[ Popayán 1980 – 2005]
Omar Lasso Echavarría *
10 CAPÍTULOS

Ensayo que le ha permitido decir al poeta y editor Felipe García Quintero: “…y en atención a dicha circunstancia, remitimos al epílogo de Omar Lasso Echavarría titulado La nueva poesía en la crisis de la ciudad letrada, ensayo de exploración que se constituye en el primer intento de ordenar de modo crítico la poesía de la última generación de escritores en Popayán” (Llama de piedra. Poesía contemporánea en Popayán, 1970-2010, GARCÍA QUINTERO, Felipe. Ediciones Axis Mundi/Ministerio de Cultura, 2010,

PRIMERA PARTE: CONTEXTO
Un recital poético de 2004 reunió en Popayán a Edgar Caicedo Cuéllar (1966), Francisco Gómez Campillo (1968), César Samboní (1972) y Felipe García Quintero (1973) . Durante ese mismo año se celebró, también, el quinto aniversario de la muerte del poeta Carlos Illera (1957-1999) Estos dos acontecimientos me llevaron a reflexionar sobre la actual generación de poetas que ha llegado a su madurez en la bisagra del reciente siglo. En el presente ensayo tendremos en cuenta, además, otras voces que afirmaron esta generación como las de Hilda Inés Pardo (1956), Luis Arleyo Cerón (1962), Marco Antonio Valencia (1967), Fabio Holguín Marriaga (1961) y Elvio Cáceres (1955). No sobra declarar que esta aproximación es tan sólo el punto de vista de un observador del acontecer cultural y amigo personal de los poetas.

Creemos que este grupo de poetas es vástago de una época llena de contradicciones, lo suficientemente vigorosas como para confrontar, desde lo poético, valores todavía dominantes, aunque con poca o ninguna conciencia política. En tanto hecho cultural y sociológico, este grupo se caracteriza por tener preocupaciones comunes respecto a temas literarios y formas de enunciación, mediante la imagen y el verso libre, expresión dominante en la poesía contemporánea. Unos conservan el tono lírico y confesional; otros, un tono coloquial cercano a la prosa. Dicha generación, iniciada cronológicamente por Carlos Illera (Popayán, 1957-1999) se ubica en el punto de transición de la Perestroika que dio origen a una nueva época de corte nihilista, retomando el camino de los poetas malditos
Con Illera se inicia en Popayán lo que podría denominarse generación poética posterremoto, caracterizada por la confrontación individual su existencia, importádoles “su verdad”, en calidad de sujetos fragmentados por diversos aspectos de orden familiar y social. En su mayoría son poetas de provincia o de modesta condición socioeconómica que se rebelan en el canto contra su propia condición de vida, frente a una sociedad tradicional en crisis, tanto en sus imaginarios como en la pérdida de poder económico y sociopolítico, en un proceso de reacomodo de nuevas fuerzas sociales con representaciones distintas desde la promulgación de la nueva Constitución que reivindicó al Tercer Estado o Estado Llano.

Se trata de una generación de voces emergentes que ponen de manifiesto la nueva situación de la ciudad, dominada por diversos actores sociales llegados de la provincia caucana después del terremoto de 1983, y por la estampida progresiva de los payaneses raizales a ciudades de mayor progreso. Este cambio social generó una dinámica distinta en la ciudad de Popayán, tras el surgimiento de nuevos fenómenos urbanos, característicos de grandes ciudades, como la conformación caótica de cinturones de miseria, delincuencia organizada, pandillismo, narcotráfico, consumo de estupefacientes, mendicidad generalizada y desplazamiento forzado desde zonas de conflicto, etc. Tales fenómenos, ya comunes en nuestro país y agravados durante las dos últimas décadas, transformaron aceleradamente pueblos y ciudades, alterando las identidades sociales e individuales.

Estos cambios, no obstante, generaron condiciones favorables a la creación estética. Uno de esos aspectos fue el surgimiento de lo anónimo como categoría despersonalizadora de la sociedad entre sujetos que ya no se reconocen. La problematización de la existencia, tras la disolución de la identidad, condujo a indagar sobre quiénes somos en un contexto donde se desestabilizaron los roles sociales. A ello hay que agregar la liberación extrema del individuo por obra y gracia de la sociedad de consumo y la cultura de masas, a través del poder omnipresente de los medios de comunicación que, mediante el recurso de lo libidinal, explota toda clase de necesidades del cuerpo y del alma. Por este camino hemos arribado al punto en que la irreverencia ya no escandaliza, como resultado de la relativización de todos los valores; por el contrario, es el alimento de una sociedad vertiginosa en la que toda novedad envejece al instante.
Complementan este conjunto de aspectos sociológicos y políticos otro de importancia fundamental: la pérdida de poder espiritual y social de la Iglesia Católica, ante la diáspora de sus feligreses, captados por diversos movimientos religiosos de inspiración protestante.

Aparte de este contexto general, debemos referir algunos factores que propiciaron la investigación y la creación literaria en Popayán que alcanza, inicialmente, su punto más alto con tres premios nacionales del Ministerio de Cultura (Colcultura): el obtenido por Guido Barona Becerra, con el ensayo Legitimidad y sujeción: Los paradigmas de la “invención” de América (1993), el de Francisco Gómez Campillo con el libro La tiniebla luminosa (1993), y el asignado a Hortensia Alaix de Valencia (1939), en la modalidad de literatura oral, por el libro Literatura popular. Tradición oral en la localidad del Patía (1994). Pero ya antes, en 1988, Horacio Ayala (1965), entonces estudiante de literatura, había ganado el premio universitario de poesía ICFES, y Mario Erazo, compañero suyo, obtenía el segundo lugar. Después vendría una serie de éxitos de varios poetas, que ganaron premios regionales, nacionales e internacionales . Los concursos y las becas de creación del Fondo Mixto y el Ministerio de Cultura impulsaron a toda una generación de investigadores y escritores. En el campo de la creación literaria sobresalió, en un principio, la poesía; luego, en el último lustro, se observa un marcado interés por la narrativa, lo cual merece un estudio aparte de esta reflexión. De igual modo, poco a poco se consolidan auténticos sellos editoriales, como el de la Universidad del Cauca, Estuario y Axis Mundi.

Nos interesa resaltar el aspecto del intelectual, ya no aislado, sino el de aquel que se integró al dinamismo social animando nuestra época. Fue así como la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad del Cauca se posicionó en la investigación histórica y antropológica, a nivel nacional e internacional. Destacamos los trabajos de Zamira Díaz (1986, 1994, 1996), Herinaldy Gómez (2000, 2004), Hugo Portela (2002) y Diego de Jesús Jaramillo (1997); intelectuales de vocación que han dejado huella, no sólo en el ámbito académico, sino, y principalmente en la vida social de la ciudad y de las comunidades indígenas del Cauca.

Este florecimiento coincide o, quizá, fue propiciado por un cambio de época en el pensamiento occidental: la crisis de la modernidad, centrada en la dominación de una razón ilustrada que pretendía imponer sus ideas a la realidad, y que en nuestro caso lo venía haciendo en una lucha enconada contra el modelo escolástico, desde la conformación de nuestro estado nacional, hasta el triunfo de las corrientes conservadoras que impusieron una Constitución de apariencia demoliberal y fundamento escolástico (Galvis, 1986: 223). Con el cambio de Constitución en 1991, en respuesta a la exigencia de un amplio reconocimiento político de la nación colombiana, nuestro país dio un viraje hacia la corriente postmoderna, caracterizada por un descentramiento de la razón ilustrada que abandonó el propósito de ejercer una legislación universal desde la soberanía del pensamiento, en sentido kantiano. Para precisar más esta idea digamos que la Constitución colombiana efectuó un cambio considerable respecto a la concepción de sujeto implícito en ella. Pasó de un sujeto abstracto de aureola católica, con derechos generales, a una diversidad de sujetos con derechos específicos y cosmovisiones diversas que se harían valer mediante la Tutela y las Acciones populares y de Cumplimiento. En consecuencia, el papel del intelectual cambió; ya no buscaría la transformación del mundo o de la historia, sino la de su entorno y de algunas parcelas de la realidad. De este modo, se hizo corriente la participación del intelectual en política; y algunas universidades ajustaron su modelo pedagógico a las nuevas exigencias sociales, aunque se expusieron de modo más evidente a la contaminación política.

Si tenemos en cuenta, como señalábamos atrás, que lo importante es la relación del intelectual con la sociedad, donde el talento se mide por la capacidad de influir en el acto generoso de darse a los demás, debemos destacar la labor de algunos intelectuales en Popayán que animaron esta época desde las distintas esferas del saber y la vida cotidiana: el historiador Guido Barona Becerra (1945) ha sido, sin lugar a dudas, el librepensador más prestigioso durante este periodo. Con una vigorosa vocación epistemológica practicó la transversalidad disciplinar de saberes: historia, antropología, filosofía, política y semiótica. Su conocimiento, deliciosamente permeado por la vivencia, logró acercar lo universal a la dimensión cotidiana de las problemáticas de distinto orden: académico, social, político, económico y cultural. Destacamos también la actitud del politólogo Diego de Jesús Jaramillo (1948), quien encarnó al intelectual orgánico de Gramci en su afán de unir el saber y la vida. Por su parte Eduardo Gómez Cerón (1955), modelo de hombre culto, en el sentido de vivir la dimensión cultural de lo cotidiano, poseedor de un gran don de gentes y altura crítica en el ejercicio del periodismo; ha sido inagotable cantera anecdótica del devenir social, político y cultural de la ciudad. Gustavo Wilches (1954), una de las inteligencias más lúcidas y polifacéticas, de orientación holística en su quehacer práctico y teórico; se ha destacado como guía social indiscutible, con una visión de ciudad cual pocos para dirigir los destinos de Popayán, en una época acéfala de políticos ilustrados. Julio César Payán (1942) continuó la práctica revolucionaria de la medicina bioenergética, iniciada en Popayán por su Colega Germán Duque Mejía, a principios de los setentas, en claro desafío a la ortodoxia anclada en la Facultad de Medicina de la Universidad del Cauca, de la cual Payán fue docente. Además, se integró luego al devenir social y político desempeñando una labor educadora y crítica desde la prensa y la radio. En otra orilla, como voz nostálgica de un tiempo pasado, el antropólogo Hernán Torres (1937), de formación anglosajona, ahondó en el imaginario cultural de la ciudad a través de sus brillantes conferencias de antropología poética. No obstante su labor de quijote solitario, vio naufragar la arcadia en medio de la indiferencia de sus contemporáneos. Víctor Paz Otero (1945), encarnó la conciencia histórica y crítica de Popayán, en un lenguaje delirante lleno de belleza, cargado de ironía y resentimiento frente a un pasado histórico de voraces apetitos personales y un presente sin grandeza, sentimientos que recuerdan antiguas rencillas partidistas, que en su momento se resolvieron mediante la espada.

Este grupo de pensadores, fieles al posteris lumen moriturus edat , no estaría completo si no mencionáramos a tres artistas de constante presencia en el quehacer cultural a lo largo de las dos décadas que cierran el siglo XX en Popayán, como protagonistas y mecenas de la cultura, éstos son: Guido Enríquez (1937), de amplios conocimientos humanísticos y cultor de la poesía moderna y de género festivo, en la mejor tradición payanesa de las últimas generaciones; Gloria Cepeda Vargas (1928), la poeta más reconocida en nuestro medio, quien abrió el camino a una nueva generación de mujeres escritoras, hoy integradas en el grupo Amaltea; son ellas: Matilde Eljach (1952), Hilda Inés Pardo (1956), Mary Edith Murillo (1969) y Luisa Fernanda Bossa (1981), de exitosa participación en recientes versiones del concurso de poesía femenina de Roldanillo, Valle. Igual de importante fue el aporte de Eduardo Rosero Pantoja (1944), lingüista, escritor, y cantautor, por haber puesto su talento musical al servicio de los escritores con generosidad sin par. Su voz lírica, llena de nostalgia, tuvo la versatilidad para cantar toda clase de ritmos del folclor nacional y latinoamericano, aun en lengua vernácula.

Esta época dorada tuvo, además, otros creadores artísticos que aportaron su esfuerzo. El registro fotográfico correspondió a Diego Tovar (1946), a través de estudios, exposiciones, cubrimiento de eventos, y como partícipe de muchas tertulias. En el campo de la plástica resaltaron los pintores Gustavo Hernández (1946), Rodrigo Valencia (1949), Adolfo Torres (1951), Ramiro Leiton (1958) y Alfonso Renza (1958), quienes ilustraron generosamente libros y carátulas de varios autores. Los tres primeros nos descubrieron un mundo onírico y simbólico desde diferentes preocupaciones y cosmovisiones: mágicas, esotéricas, místicas, metafísicas, existencialistas, con símbolos de la tradición occidental y también local. Ramiro Leiton, seguido después por Jafet Gómez, llamó la atención sobre el valor de las culturas autóctonas. Por su parte Alfonso Renza nos puso en contacto de otras inquietudes contemporáneas del mundo urbano. Fue también el tiempo de la caída del acuarelista escocés Peter Walton (1937-1995), quien, atraído por la magia del trópico, había llegado en 1973 a Popayán donde se vinculó como profesor de Artes Plásticas en la Universidad del Cauca. Otro retazo de esta historia, en lo marginal, le correspondió a Billy Fals (1956 - ? ), artista autodidacta malogrado por la droga, cuya genética ancestral se manifestó a través del uso de la tierra como elemento básico de una técnica que inventó y aplicó en su pintura, dando inicio a una tradición popular propagada en Popayán por algún tiempo. Memorables fueron, para lo que nos interesa mostrar, las exposiciones “Apocalípticos” (1991) de Rodrigo Valencia y “Carnaval” (1988) de Adolfo Torres (1951). Ambos pintores irrumpieron valerosamente en la escena de una sociedad religiosa tradicional con un conjunto de cuadros que perturbaron el imaginario local. Los “Apocalípticos” de Valencia transgredieron formas y símbolos, mostrando el caos del mundo. La exposición de Torres, portadora de una agresividad demoníaca, evocó el horror de la guerra en las pinturas de Goya, durante la invasión napoleónica a España. Recordamos en especial el “Ángel de la muerte”, un cuadro en carboncillo de aproximadamente cinco metros de largo, digno de la onda metálica, muy posicionada por aquel entonces en el rock pesado. Ambas exposiciones, a la vez que producían angustia, eran portadoras de un sentimiento liberador, como todo aquello que recuerda la condición humana, al emanciparnos de los artificios de una cultura que niega lo que en el fondo somos. Merece consideración especial, para cerrar este capítulo de la plástica, la importante labor desempeñada por la fundación Pintaw Mawa (1987) en pro de los artistas caucanos, tanto de formación académica como autodidactas, a través del Salón Septiembre de Artes Visuales que abrió ese mismo año, y donde se proyectó por primera vez el video-arte Fantasía protagonizado por Carlos Illera. Pintaw Mawa fue un colectivo de artistas y trabajadores sociales integrado por Ramiro Leiton, Nancy Muñoz, José Manuel Valdés, Gloria Díaz, Santiago Hurtado, Patricia Salinas, Oscar Potes, Pedro Salazar, Jafet Gómez, Alfonso Renza, Julián Rivera, Ari Hurtado, entre otros. Su intensa actividad se extendió hasta 1998. Este grupo se caracterizó por el propósito de integrar el arte a los ámbitos social y educativo, propiciando la diversidad de expresiones culturales, y haciendo énfasis, no tanto en la promoción individual de los artistas, como sí en la práctica del arte como medio de comunicación y creación social de valores. Por tal razón se orientó a la docencia, a los talleres, y al desarrollo de metodologías que privilegiaran el uso de materiales no convencionales. Sus aportes quedaron registrados en afiches, revistas, carteles, libros y murales.

Floreció también durante este periodo el arte audiovisual. Y aquí aparece de nuevo en escena, como lo veremos en el tópico literario, el colegio Inem. En el año de 1985 este colegio compró equipos de producción audiovisual con los cuales Gerardo Frey Campo (1965) y Nelson Freddy Osorio (1968) realizaron sus primeras obras: En carne viva (1985) y Por un mal camino (1985), respectivamente. En el año de 1988, Guillermo Pérez La Rotta (1955) y Herinaldy Gómez (1950), profesores de la Universidad del Cauca, iniciaron un taller de capacitación con el auspicio de Cine Arte Nueva Imagen y el Sena, en el que se impartieron cursos de apreciación, guión y realización, bajo la orientación de Lisandro Duque. De este taller resultó la película Crisálida (1990). En el año 1989 Nelson Osorio, Stella Fernández (1968) y Carlos Illera fundaron Fundefilms, que produjo: Fantasía (video poema, 1989), Koomsex (1991), Occidente (1991), Ecce Homo (1992) y Marcando Calavera (1999). En estas producciones predominó como tema el entorno social de marginalidad juvenil (drogas, violencia y sexualidad de los adolescentes), resultado del deterioro social posterior al terremoto. En el año 1999 el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, a través del apoyo del Ministerio de Cultura inició el Taller de Formación Imaginando nuestra imagen, bajo la dirección de Víctor Gaviria. Luego de este evento surge el grupo Cinestesia, animado por Juan Pablo Bonilla (1976), Víctor Hugo Camayo (1973), Manolo Gómez Mosquera (1977 ), Alex López (1979), entre otros jóvenes realizadores, quienes produjeron: Luna Criminal (1999), Perdida para un poema (1999), Besaste a Lily (2002), Invitado a cenar (2002), en cuyos temas predominó la intención ficcional. Al igual que ocurría en literatura, estos jóvenes problematizaron los valores y el sentido de la ciudad contemporánea.

Para cerrar este inventario de motivos que propiciaron el florecimiento de la cultura en Popayán, tengo que citar finalmente, con la modestia debida, el papel que desempeñó Macondo, libros y tertulia, como punto de referencia y confluencia de este grupo multigeneracional. Esta librería ha sido, en el curso de su historia, una especie de Gruta Simbólica o de Café automático en Bogotá o la Cueva de Barranquilla; es decir, una ventana a la cultura y al mundo. Por ella pasaron infinidad de creadores, muchos de los cuales dejaron su mensaje en las Bitácoras de Macondo . Varias referencias aparecieron en revistas y periódicos, como en la edición del 9 de agosto de 1996 en Le mond de París y, recientemente, en un libro publicado en Francia, sobre pequeñas librerías culturales del mundo titulado Ici, lá-bas. Librairie Meura, Lille, 2005.

El terremoto de 1983 y la Constitución de 1991, no sólo cambiaron la fachada y el inquilinato institucional en Popayán, sino también el imaginario urbano, con nuevas expresiones sociales, culturales, políticas y económicas. No es nuestro propósito hacer una apología de esta época, sino indicar la necesidad de los complementos necesarios para no retroceder en la calidad de la ciudad, que parece decaer, corrido el primer lustro del s. XXI, en un atraso cultural que la aleja del protagonismo de otras épocas.

Creemos que el movimiento poético posterremoto en Popayán se consolidó a través del proyecto literario de la Revista Ophelia, la Corporación de Arte Fundapalabra, y el Recital semestral “Palabras y Notas”, proyectos de los cuales algunos de los poetas mencionados fueron fundadores y gestores. Sin embargo, esta parte material e inmaterial no hubiera sido posible sin el patrocinio económico de diversas instituciones como el Área Cultural del Banco de la República, la Biblioteca Pública Departamental “Rafael Maya” de Comfacauca, la Fundación Cultural del Banco del Estado, el Ministerio de Cultura, el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, la Fundación Casa de la Cultura y la Alcaldía Municipal de Popayán, que en 1992-1994 tuvo un alcalde sensible a lo artístico y consciente en ese momento del ethos cultural de la ciudad, como lo fue Luis Fernando Velasco, quien contribuyó en la financiación del “Encuentro de Poesía Ciudad de Popayán”, evento anual que en diez años de realización alcanzó dimensiones internacionales, y fue decisivo para nuestros poetas en su afán de lograr la interlocución externa y alcanzar la mayoría de edad.

Queda pendiente la tarea de investigar otros antecedentes literarios importantes que abrieron el camino a esta generación, explorando nuevos temas y lenguajes: Carmen Paredes Pardo (19?-1980), Elcías Martán Góngora (1920-1984), Alberto Mosquera (1904-1967), Gerardo Valencia (1911-1994), Plutarco Elías Ramírez (1933-1968), Matilde Espinosa (1912), Gloria Cepeda (1928), (Víctor Paz (1945), Alfredo Vanín (1950) y la generación de la revista La Rueda, integrada por Carlos Fajardo (1957) y Cristóbal Gnecco (1960), entre sus poetas. También Habría que tratar de reconstruir algunas líneas poéticas características en la historia de la poesía caucana que vienen de Guillermo Valencia, Rafael Maya, la tradición de la poesía epigramática, satírico-festiva y la poesía social o política, lo cual sugiere otro ensayo. Ahora nos interesa centrar el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán con el terremoto de 1983, y en toda Colombia con la Constitución de 1991. Para ello tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a fines del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto. PENDIENTES: 9 CAPÍTULOS

0 comentarios:

Publicar un comentario