De regreso a la intimidad,
haciendo balance de lo que es posible hacer todavía. Estuve algunos días en el
túnel filosófico. Pero la filosofía aísla, por lo que sigo sosteniendo que, en
razón de su aridez, es una práctica institucional con la cual se devenga. En
cambio la literatura nos vitaliza en su diversa proximidad y una más amplia
comunión universal con los demás. Aunque la filosofía siempre será el gran
telón de fondo desde donde se proyecta la lucidez. Por lo tanto, hay que lidiar
con todo en esta época de deslumbramientos y rumbos inciertos.
Aquí estoy en la comodidad del
retiro, con mis artefactos tecnológicos y artesanales, intentando crearme un
ambiente imaginario con la poesía, el ensayo y la narración, a la caza de otro
lenguaje que nos permita tallar la experiencia en bruto que se ha acumulado
desde la infancia. Importa todo: el tono, el punto de vista, la temporalidad,
la universalidad, el lenguaje, los aprendizajes, la anécdota, el humor, la
ironía, el desarraigo, el fracaso, la tragedia, la ficción, etc.
Analizando bien, el afuera es
irrelevante. Recuerdo la dedicatoria que siempre ponía en una postal con un
motivo de Aracataca, el poblado humilde de chozas cuna de García Márquez, para
obsequiar a mis amigos turistas que visitaban la librería Macondo: " La
pobreza de la realidad es la riqueza de la imaginación", agregando que aún
en la ostentación hay pobreza, la del espíritu y el intelecto.
Posdata para enriquecer la nota compartida con varios contactos:
Paloma Muñoz Ñáñez, en página de Felipe García Quintero comentó:
"Esa pose de intelectual para un balance filósofo literario sobre ese
edredón da una sensación de pequebu jajajjaja? Un abracito".
R/pta.: Palomita. La cogí un poco
tarde.... lo de pequeña burguesía (?), debió ser porque estoy lejos de ella. Se
trata del exilio hogareño, de la mejor comodidad que ahí podemos proveernos.
Afuera están las Instituciones (más allá de las cuales "nada existe";
pertenecer a ellas es "sentirse in"), el tumulto callejero y el caos
ensordecedor del tráfico automotor, protagonista principal de la
"nueva" vida urbana en Popayán; y más allá, en fronteras peligrosas, está
el atraco, la extorsión, la muerte, el secuestro o la simple desaparición;
cerca y lejos convivimos con el miedo. Ningún paisaje amable queda para
disfrutar, ni lugares interesantes a donde ir. Todo se agota en el parque
Caldas, Campanario y uno que otro Café, donde te recogen rápido para atender a
otro cliente; toca frecuentarlos en "temporada baja". ¿Será que un
día este pueblo va a reventar por falta de espacios, para el comercio, para la
recreación, la cultura cotidiana y la buena bohemia? O seguiremos en las ventas
ambulantes, la drogadicción y la violencia? Por eso he dicho que Popayán es hoy
"nuestro aburridero más grande del mundo".