domingo, 15 de febrero de 2015

La generación literaria posterremoto de Popayán en pleno vigor

El mismo artículo en versión de audio:  https://www.youtube.com/watch?v=dMPErsG-nto

Nos habíamos desentendido de su pista desde algún tiempo, por ciertas actitudes que desmotivaron nuestro acercamiento al grupo, entendible desde lo humano, aunque baladí respecto al valor de la literatura misma. Quisiéramos dar un borronaso a todo ello, pasándolo de largo, como una simple flaqueza de la condición humana, y volver a retomar nuestro interés por este grupo que todavía conserva el vigor creativo, ampliando la frontera a los escritores que se formaron afuera, quienes han cosechado éxitos notables desde la óptica del reconocimiento editorial internacional. Todos ellos vienen publicando con la continuidad normal de escritores dedicados al oficio, tanto en poesía como en narrativa y ensayo.

Nos gustaría examinar sus recientes producciones para determinar las novedades y progresos alcanzados, desde cuando presentamos nuestro ensayo La nueva poesía en la crisis de la ciudad letrada, por allá en el año 2004, publicado en el libro Silencio de serpientes sobre el tesoro, poesía contemporánea en Popayán (1975-2005); GARCÍA QUINTERO, Felipe (Editor), Universidad del Cauca, 2006. Y reeditado para el libro Llama de piedra. Poesía contemporánea en Popayán, 1970-2010, GARCÍA QUINTERO, Felipe. Ediciones Axis Mundi/Ministerio de Cultura, 2010. Intentaremos conseguir (de préstamo, ya que nuestra actual frontera económica está dentro de los mínimos) ese conjunto de obras y las de los noveles narradores “patojos foráneos”, para intentar una aproximación apreciativa, en el contexto local y nacional.

Nos mueve los vínculos personales, la cercanía al habla y en algunos casos el intercambio de documentos. Hace poco, Felipe García Quintero nos entregó generosamente sus dos producciones más recientes (La piedad. Poesía reunida y Régimen escópico colonial: la representación plástica mural de Popayán). Cesar Samboní Quintero, también nos prometió completar el haber de sus publicaciones. Obras nuevas de Edgar Caicedo y Marco Valencia Calle se publicaron finalizando el año anterior.

Sin embargo, el estímulo decisivo para el cambio de actitud llegó por el lado de Francisco Gómez Campillo, nuestro escritor más silencioso, entregado de lleno, desde comienzos del 2000 al laboratorio narrativo, venciendo su demostrada condición innata para la poesía en la que descolló con el premio nacional del Ministerio de Cultura (1993). La estimulante conversación se produjo hace apenas pocas noches.

Hablar con Francisco es como recrear la alegría, la curiosidad, la imaginación y la inteligencia entre personas dedicadas a ingentes búsquedas por territorios de la literatura, la filosofía y el amplio espectro de las "ciencias humanas". Dialogar con él es darse una oportunidad para enterarnos de inquietudes y lecturas recientes. Con este amigo, profesor universitario, intelectual de bastas lecturas e intereses, es posible tener una conversación entretenida y a fondo.

Francisco Gómez podría ser, en novela de ficción, una promesa contundente. Sabemos de sus desorbitados proyectos desde cuando aun teníamos la librería Macondo. Puso en nuestras manos su, quizás, primer intento narrativo: un monólogo gigantesco, sin parangón en las vanguardias literarias, que terminó por superar nuestra paciencia y voluntad de lectura. El despiadado y afectuoso concepto que le dimos se convirtió luego en celebrada anécdota que fue mutando poco a poco: decíamos que había escrito un monólogo de 999 páginas acerca de un personaje que hacía terribles esfuerzos por desplazarse dentro de una estrecha habitación, digno de un Guinness Records; una verdadera anti epopeya moderna, por su extensión y barroquismo, con un estilo más propio de la poesía que de la narrativa.

Luego nos confió otro material novelesco de tendencia post estructuralista (No deja de ser interesante la paradoja de un patojo escritor post estructuralista, digno hijo de Deleuze). Esta vez su característica predominante era lo fragmentario, que nos llevó a plantearle la pregunta de si se trataba o no de una novela. De inmediato saltó la justificación, apoyada en Rayuela de Cortázar. Por supuesto iba mucho más lejos, desafiando todo límite. Recuerdo haberle dicho que no se encontraba un hilo conductor, que entre capítulo y capítulo había un muro más grueso que las tapias de Popayán.

No cabe duda, estaba luchando con el "lastre poético", igual que a otros los condiciona el "lastre filosófico" o el “lastre periodístico”, como si los géneros y la formación intelectual impusieran sus propios parámetros. Sin embargo, al final el combate produce enriquecidos frutos, cuando surgen articulaciones nuevas.

Al día de hoy Francisco cuenta, por lo menos, con cuatro novelas bien depuradas y de buena composición. Menciono solamente dos títulos: Nueva apoteosis y La Virgen de los zombis. Escuchamos de su voz el resumen de las historias, algo alucinante, con escenas cinematográficas, envueltas en una atmósfera inevitablemente patoja (consecuencia del sedentarismo nativo, pero en coordenadas universales).

Estaremos atentos a ver cómo se des represa esta aventura literaria.
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domingo, 1 de febrero de 2015

Por fin corté la cabeza de la hidra del hueco (Segunda crónica)

Esta mañana, Domingo 01 de febrero de 2014 amanecí  como un Hércules, después de cortar la cabeza, la noche anterior, de una vez por todas,  a " la hidra del hueco".
Mientras iba al Éxito a la 8 P.M. a comprar lo del desayuno, vi revuelo de trabajadores y máquinas en la kra. 4 con calle 4.  Entonces se me ocurrió otra idea, la  de mendigar un poco de mezcla para sellar el hueco. 
Hablé con uno de los  trabajadores, ya maduro. Le expuse mi odisea. Dijo el cansado empleado: venga a las diez a ver si se sobra mezcla; casi siempre sobra, agregó, y tenemos que botarla.  ¡Qué lástima! pensé, habiendo tantos huecos en la ciudad.
Hice varios viajes atento al final de su jornada. No escatimé la donación de unas cuantas gaseosas; hacen milagros cuando hay sudor. Traiga el balde me dijeron.
Previamente limpié el rebelde hueco, excavando por los bordes para obtener una superficie homogénea,  de 7 u 8 cms. de profundidad. Luego lo remojé como manda el canon de la construcción.
Una vez listo todo empecé el acarreo. Calculé 5 baldados, pero tuve que ir por otro, en recipiente distinto, porque había perdido la mitad de uno en el camino, al rajarse el balde por una brusca bajada para descansar. Llegué con el trasto casi vacío, tratando infructuosamente de evitar que se derramara la valiosa mezcla, como en el Viejo y el Mar de Heminway, cuando el Viejo llega de su aventura, con tan solo el esqueleto del enorme pez que le disputaron los tiburones.
Esta vez bufé más que la otra noche  por el camino. Sin embargo, valió la pena. Ahora el bendito hueco está sellado para siempre. Ya no habrá petróleo para nuestro Alcalde.


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