lunes, 29 de octubre de 2012

(Archivo recuperado de mi blog POPAYÁN NUEVA ÉPOCA) 
 
GUILLERMO VALENCIA SÍMBOLO NACIONAL DE LA CONSTITUCIÓN DE 1886(PARTE II: SU POÉTICA)
Por Omar Lasso Echavarría

Especial para el Liberal
 
Su poética se ajusta al precepto de vida de Rubén Darío, cuando dice: “Como hombre he vivido en lo cotidiano, como poeta no he claudicado nunca, siempre he tendido a la eternidad”. Los siguientes versos de José Asunción Silva: “Allí la Vida llora y la Muerte sonríe, / y el Tedio, como un ácido, corazones deslíe”,y la máxima salomónica: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, presiden el tono y contenido de su poesía. El mundo poético de Valencia está poblado de amargura y pesimismo, consecuencia tal vez de sus derrotas políticas. Se refugió en el humanismo y se entregó a la resignación, como resultante de una sabiduría asimilada a través del conocimiento de la historia, el estoicismo y la religión católica.
Respecto a la concepción poética, la poesía es para Valencia una forma de conocimiento, la más esencial de todas, que intuye lo puro e inviolado durante el silencio, como si se tratara de esencias platónicas. Esto se nota cuando escribe: “deja oír el silencio de las frases no escritas, / roedor alfabeto que al espíritu quitas / tantas fibras sonoras, ¡tanta gota de miel!”. De acuerdo con este planteamiento el éxtasis precede al lenguaje, y se entiende por qué la poesía valenciana es grandilocuente, por la necesidad de poner el lenguaje, de por sí defectuoso, a la altura de sus grandes intuiciones, que requieren máxima belleza y precisión, porque las esencias no pueden vestirse de harapos, sino de finas telas, encajes y pedrerías. Por tanto, su estética se halla sujeta a la eficacia del lenguaje, que en su caso alcanza una solvencia pocas veces lograda por otros poetas. En este orden de ideas su estilo puede parecer artificioso sólo a quienes no se hallan a la altura de su pensamiento ilustrado. La estética valenciana une sensibilidad y maestría artística; en ella las palabras, en rima, se atraen como los amantes, tal como lo confirman estos versos: “la luz amarilla / que en ráfagas brilla / y apenas alumbra / la tibia penumbra. ... Cual fijo en papiro / la piel de vampiro / despliega en la sombra / vocablo que asombra”. A pesar de la resignación y el pesimismo de Valencia no hay nada pequeño en esta poesía que refleja lo más general de la condición humana; el hombre aparece como la suma de todos los hombres, y la mujer como la suma de todas de todas las mujeres. Una poesía que se ocupa del destino humano escogerá el lenguaje más exquisito y los símbolos más elevados de la cultura y la historia.

En lo atinente a su estética modernista el común de la crítica lo ha situado en la corriente parnasiana, donde la inspiración está sujeta a la artesanía del verso. No es tan exacto en Valencia que la “orfebrería” preceda a la inspiración, tal como lo constatamos al referirnos a su técnica poética. Ante todo, digamos que la poesía de Valencia se desarrolla principalmente en la esfera consciente del yo, como prolongación inspirada de su pensamiento; en ella no hay asaltos de capas más profundas del inconsciente, lo cual lo alejaría de la corriente romántica, en sentido estricto. Sus preocupaciones metafísicas se mueven en un terreno exterior al inconsciente. Es decir, no realiza un proceso de demolición interno, como sí lo llevaron a cabo los románticos franceces. Su observación se halla dirigida afuera, hacia una realidad ya constituida por la historia. Es, de alguna manera, un poeta objetivante, evasivo de su mundo íntimo, lugar del cual procede, realmente, toda angustia. Como buen conocedor de la historia, la cultura y la tradición católica, y por su deliberada musicalidad y el uso que hace de símbolos para expresar sus intuiciones poéticas se lo podría catalogar, en parte, como un poeta simbolista. Por otro lado, nadie se atrevería a afirmar que no hay sentimiento en la poesía de Valencia, pero se trata de impresiones leves que no trascienden la epidermis, y se hallan distantes de ocasionar terremotos interiores.
Marcado por la influencia de José Asunción Silva, heredó de él su estética. Los siguientes versos atestiguan la lección del maestro: “Ambicionar la túnica que modelaba Grecia, / y los desnudos senos de la gentil Lutecia ; / pedir en copas de ónix el ático nepentes; / ansias para los triunfos, el hacha de Arminio / buscar para los goces el oro del triclinio; / amando los detalles, odiar el universo; / sacrificar un mundo para pulir un verso [...] tener la frente en llamas y los pies entre el lodo; / querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo; / eso fuiste ¡oh poeta! los labios de tu herida / blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida. Sin embargo, Mientras Silva es un poeta introvertido respecto a su poesía, Valencia es extrovertido; sustituye lo particular por lo general; el primero sacrifica un mundo, el segundo, las vivencias de su yo íntimo. En otras palabras el drama de la poesía en Silva es él mismo; en Valencia es la humanidad. Su estética se refleja con mayor precisión en los siguientes versos: “dadme el verso pulido en alabastro, / que, rígido y exangüe, como el ciego / mire sin ojos para ver: un astro / de blanda luz cual cinerario fuego. / ¡busco las rimas en dorada lluvia; / chispa, fuentes, cascada, ola¡ / ¡quiero el soneto cual león de Nubia: de ancha cabeza y resonante cola!”. Como se aprecia, se trata de la contemplación interior de la belleza, como reflejo, vestida suntuosamente por el verso. Recordemos que el modernismo hispanoamericano incorporó elementos del romanticismo europeo, por ejemplo el gusto por lo exótico y la ilusión compensadora de la realidad como verdad suprema; de igual modo el Simbolismo, alejado de la angustia de los primeros románticos, tenía algo de artificial, donde se hallaba el poder encantador de la recurrencia a la elegancia y el buen gusto, propios de la élite culta y acomodada. El poeta simbolista vuela en su ensoñación sobre este mundo preciosista e ilusorio, enmarcado en una selección rigurosa de símbolos del drama espiritual humano, de elevadas aspiraciones. Todos estos elementos presentes en la poética de Valencia van en consonancia con su belleza abstracta y los ideales aristocrático-religiosos. Por ello, le encontramos sentido a la afirmación del crítico argentino Enrique Anderson Imbert, que ha hecho carrera, sobre la poética de Guillermo Valencia, cuando dice: “tiene corazón romántico, ojos de parnasiano y, oído de simbolista”.
Recapitulando, las características más visibles de la poética de Valencia son las siguientes: 1) La dimensión universal-cosmopolita que abreva en la mitología, la religión y la historia. 2) La tendencia descriptiva, decorativa, y escultórica. 3) El esteticismo que sitúa a la Belleza como suprema realidad estética. 4) La preponderancia de la técnica en detrimento de la inspiración. 5) La escogencia de temas grandilocuentes. 6) La ideología conservadora en sus temas y propósitos. Y, 7) Como persona es una celebridad pública, no un dandy descarriado.
Finalmente, la poesía de GuillermoValencia, modelo de una época premoderna que buscaba la unidad social, política y cultural en la ideología del cristianismo católico, quedó relegada definitivamente en la historia, ante el triunfo definitivo de la democracia burguesa inspirada en ideales filosóficos seculares. Las huellas que aun quedaban de la constitución original de 1886, al cabo de incontables reformas, fueron borradas del todo en la Nueva Constitución de 1991, la cual refleja un contexto histórico muy distinto.

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