(Archivo recuperado de mi blog POPAYÁN NUEVA ÉPOCA)
GUILLERMO VALENCIA SÍMBOLO NACIONAL DE LA CONSTITUCIÓN DE 1886 (Parte I: ASPECTO SOCIOPOLÍTICO)
Por: Omar Lasso Echavarría
Por: Omar Lasso Echavarría
Especial para El Liberal
Ago. 23 de 2009
Ago. 23 de 2009
Centrando el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán con el terremoto de 1983, y en toda Colombia con la Constitución de 1991, tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a fines del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
Guillermo
Valencia (1873-1943). Encarna, en su calidad de humanista, aristócrata,
conservador, católico, buen ciudadano y patriota, los ideales y valores
de la Constitución de 1886, a cuyo orden, de convivencia social armónica
bajo preceptos de la iglesia Católica, se mantuvo siempre fiel. Con
él culmina, en Colombia, la época del político “ilustrado”, y acaso
también la del poeta civil. Fue poeta de su tiempo, de su clase social
en Popayán, aunque algo rezagado en el contexto de las ideas de la
época, tanto en lo estético como en lo social y político. El modelo de
la élite conservadora e ilustrada era todavía entonces el humanismo
hispánico, católico y grecorromano, heroico y ecuménico, el estoicismo
cristiano y el formalismo de la ley. Todo ello en oposición a las
corrientes ilustradas que bebieron en la fuente de las revoluciones
inglesa, francesa y norteamericana, en el empirismo, el positivismo y el
pragmatismo.
Guillermo Valencia consciente como ciudadano, como
político y como poeta de su ethos aristocrático recrea en su poesía los
símbolos de la nacionalidad colombiana, de tradición católica y
conservadora. En ella distingue tres estadios bien definidos que
componen el orden ontológico de su cosmovisión social y poética: 1) El
reino divino, 2) El orden aristocrático de los mártires, y 3) El de la
plebe, tal como se aprecia en la siguiente cita: “En torno de las cruces
/ do murieron las víctimas, aullando / se amontonó la plebe enfurecida /
como un tropel de deslomadas hienas, / Y abajo, los zarzales por
alfombra, / y arriba, el Numen, el Amor y la Calma; / los mártires, en
medio, / rasgando -muertos— la terrena sombra / al blando golpe de su
fresca palma”. En este esquema piramidal la aristocracia se rige por las
buenas maneras, la elegancia y la delicadeza, y la plebe por el
instinto; aquella necesita del ideal, que naufraga por culpa de la
plebe; ésta, en cambio, necesita del sometimiento y la amenaza del
infierno. En el poema “Caballeros Teutones” resalta los valores nobles
de la honra y el respeto a los códigos de honor que aconsejan morir
primero antes que deshonrarse, del modo como sigue: “A destrizar la
sórdida gavilla / bastaba la teutónica cuchilla; / pero la ley
caballeresca manda / perecer sin defensa en la demanda / antes que herir
a gentes de trahilla”. La plebe está conformada por el pueblo, los
campesinos, los indios y los mineros. Al respecto dice Baldomero Sanín
Cano, amigo de Valencia y prologuista de “Ritos”: “Las glorias del
pasado español las ha hecho propias, y el espíritu maleante de sus
vecinos ha señalado en su recinto la piedra que cubre los restos
inmortales del Ingenioso Hidalgo”. Son frecuentes, en su poesía, los
calificativos despectivos hacia la plebe: “[...salvajes de puño
sanguinario”, “mesnada oscura”, impura falange de malsines y traidores
“zurda banda de pillos y gañanes”, “sórdida gavilla”, “tropel de
deslomadas hienas”; además: rufianes, turba, vulgo, etc. Sólo en el
poema Anarkos, se vislumbra la sensibilidad social del poeta de Popayán;
en él encontramos un sentimiento de piedad hacia los mineros, artífices
de las grandes fortunas del Cauca. El poema lleva por epígrafe el
famoso aforismo de Nietzsche: “[...] Escribe con sangre y aprenderás que
la sangre es espíritu”, escogencia que causa perplejidad, por hallarse
fuera del contexto de su poética y, aun, del poema mismo, cuyo final
concluye en la más absoluta sumisión a los preceptos católicos,
contrario al credo nietzscheano. Aunque en el poema intuye una posible
rebelión contra los amos, al recordar los sucesos de la Revolución
Francesa y el cambio de época, neutraliza estos vientos, a través de la
invocación conciliadora del Papa y de Jesucristo. El orden ecuménico lo
representa Dios, la religión Católica y su organización eclesiástica,
tan importantes para la conducción del mundo como el gobierno civil y el
poder militar.
Acorde con su credo parnasiano y su educación
aristocrática desterró de su poesía las alusiones al universo personal
de infortunios y desajustes de la subjetividad, porque de acuerdo con
las buenas maneras es preferible aparentar que exhibir las miserias. Lo
normal en esta esfera de buenos modales es controlar los instintos,
ignorarse como individuo particular, respondiendo a un modelo de
hombre, de católico, de ciudadano y patriota, como, sin duda, se lo
inculcaron en el Seminario de Popayán, donde hizo su bachillerato y se
inició en el humanismo y las lenguas clásicas, incluyendo el hebreo,
bajo la orientación del profesor Malezieux. Todo ello, más sus viajes
por Europa, le confirieron una aureola de superioridad que le permitió
desarrollar una vocación universal en su poética, en la cual prefirió no
hablar de sí mismo, sino del género humano como portador de los más
altos ideales. Quizá por ello le atrajo Nietzsche, aunque su pensamiento
vaya en contravía del filósofo. Sin embargo, desea conservar a toda
costa la moral de los señores.
Lo abruma la relación entre su yo y
el finito, haciendo dolorosa la resignación, pero vislumbra en la
eternidad el camino de salvación para salir de la angustia. Si el hombre
se conformara con la pequeñez no sentiría angustia, mas como desea la
grandeza, está expuesto al desengaño, por lo cual pregunta: “¿Es débil
gemido / que anuncia el olvido, / o símbolo oscuro / que cifra el
futuro? / ¿ Es la oculta clave / del amor humano, / o el ¡ay! De un
gusano / que quiso ser ave ¿ave?”. En este sentido, el cristianismo
creyó haber resuelto la angustia del hombre, al proporcionarle a través
de la Redención un sentido a la vida humana. De igual modo el misterio,
otro de los temas predilectos en la poesía Valenciana, se resuelve
mediante la certeza en la creencia religiosa. La relación entre la
pequeñez del ser humano, amenazado por la desgracia, la muerte y la
condenación, versus el infinito, representado por Dios, es tan radical
como absurda y se resuelve en el terreno de la fe, de acuerdo con los
dogmas y el existencialismo cristiano de Kierkegaard. Esta apuesta
abismal aumenta la pequeñez del ser humano; la vida parece un soplo,
que llena al poeta de las más duras contriciones. Se mira así mismo como
alguien que se despide preso de la melancolía ante el pobre balance de
la existencia y lo inútil del propósito humano. La vida del hombre sólo
tiene sentido en función de la Ciudad de Dios, como en San Agustín.
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