lunes, 29 de octubre de 2012

(Archivo recuperado de mi blog POPAYÁN NUEVA ÉPOCA)

GUILLERMO VALENCIA SÍMBOLO NACIONAL DE LA CONSTITUCIÓN DE 1886 (Parte I: ASPECTO SOCIOPOLÍTICO)
Por: Omar Lasso Echavarría
Especial para El Liberal
Ago. 23 de 2009


Centrando el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán con el terremoto de 1983, y en toda Colombia con la Constitución de 1991, tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a fines del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
Guillermo Valencia (1873-1943). Encarna, en su calidad de humanista, aristócrata, conservador, católico, buen ciudadano y patriota, los ideales y valores de la Constitución de 1886, a cuyo orden, de convivencia social armónica bajo preceptos de la iglesia Católica, se mantuvo siempre fiel. Con él culmina, en Colombia, la época del político “ilustrado”, y acaso también la del poeta civil. Fue poeta de su tiempo, de su clase social en Popayán, aunque algo rezagado en el contexto de las ideas de la época, tanto en lo estético como en lo social y político. El modelo de la élite conservadora e ilustrada era todavía entonces el humanismo hispánico, católico y grecorromano, heroico y ecuménico, el estoicismo cristiano y el formalismo de la ley. Todo ello en oposición a las corrientes ilustradas que bebieron en la fuente de las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana, en el empirismo, el positivismo y el pragmatismo.

Guillermo Valencia consciente como ciudadano, como político y como poeta de su ethos aristocrático recrea en su poesía los símbolos de la nacionalidad colombiana, de tradición católica y conservadora. En ella distingue tres estadios bien definidos que componen el orden ontológico de su cosmovisión social y poética: 1) El reino divino, 2) El orden aristocrático de los mártires, y 3) El de la plebe, tal como se aprecia en la siguiente cita: “En torno de las cruces / do murieron las víctimas, aullando / se amontonó la plebe enfurecida / como un tropel de deslomadas hienas, / Y abajo, los zarzales por alfombra, / y arriba, el Numen, el Amor y la Calma; / los mártires, en medio, / rasgando -muertos— la terrena sombra / al blando golpe de su fresca palma”. En este esquema piramidal la aristocracia se rige por las buenas maneras, la elegancia y la delicadeza, y la plebe por el instinto; aquella necesita del ideal, que naufraga por culpa de la plebe; ésta, en cambio, necesita del sometimiento y la amenaza del infierno. En el poema “Caballeros Teutones” resalta los valores nobles de la honra y el respeto a los códigos de honor que aconsejan morir primero antes que deshonrarse, del modo como sigue: “A destrizar la sórdida gavilla / bastaba la teutónica cuchilla; / pero la ley caballeresca manda / perecer sin defensa en la demanda / antes que herir a gentes de trahilla”. La plebe está conformada por el pueblo, los campesinos, los indios y los mineros. Al respecto dice Baldomero Sanín Cano, amigo de Valencia y prologuista de “Ritos”: “Las glorias del pasado español las ha hecho propias, y el espíritu maleante de sus vecinos ha señalado en su recinto la piedra que cubre los restos inmortales del Ingenioso Hidalgo”. Son frecuentes, en su poesía, los calificativos despectivos hacia la plebe: “[...salvajes de puño sanguinario”, “mesnada oscura”, impura falange de malsines y traidores “zurda banda de pillos y gañanes”, “sórdida gavilla”, “tropel de deslomadas hienas”; además: rufianes, turba, vulgo, etc. Sólo en el poema Anarkos, se vislumbra la sensibilidad social del poeta de Popayán; en él encontramos un sentimiento de piedad hacia los mineros, artífices de las grandes fortunas del Cauca. El poema lleva por epígrafe el famoso aforismo de Nietzsche: “[...] Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu”, escogencia que causa perplejidad, por hallarse fuera del contexto de su poética y, aun, del poema mismo, cuyo final concluye en la más absoluta sumisión a los preceptos católicos, contrario al credo nietzscheano. Aunque en el poema intuye una posible rebelión contra los amos, al recordar los sucesos de la Revolución Francesa y el cambio de época, neutraliza estos vientos, a través de la invocación conciliadora del Papa y de Jesucristo. El orden ecuménico lo representa Dios, la religión Católica y su organización eclesiástica, tan importantes para la conducción del mundo como el gobierno civil y el poder militar.

Acorde con su credo parnasiano y su educación aristocrática desterró de su poesía las alusiones al universo personal de infortunios y desajustes de la subjetividad, porque de acuerdo con las buenas maneras es preferible aparentar que exhibir las miserias. Lo normal en esta esfera de buenos modales es controlar los instintos, ignorarse como individuo particular, respondiendo a un modelo de hombre, de católico, de ciudadano y patriota, como, sin duda, se lo inculcaron en el Seminario de Popayán, donde hizo su bachillerato y se inició en el humanismo y las lenguas clásicas, incluyendo el hebreo, bajo la orientación del profesor Malezieux. Todo ello, más sus viajes por Europa, le confirieron una aureola de superioridad que le permitió desarrollar una vocación universal en su poética, en la cual prefirió no hablar de sí mismo, sino del género humano como portador de los más altos ideales. Quizá por ello le atrajo Nietzsche, aunque su pensamiento vaya en contravía del filósofo. Sin embargo, desea conservar a toda costa la moral de los señores.
Lo abruma la relación entre su yo y el finito, haciendo dolorosa la resignación, pero vislumbra en la eternidad el camino de salvación para salir de la angustia. Si el hombre se conformara con la pequeñez no sentiría angustia, mas como desea la grandeza, está expuesto al desengaño, por lo cual pregunta: “¿Es débil gemido / que anuncia el olvido, / o símbolo oscuro / que cifra el futuro? / ¿ Es la oculta clave / del amor humano, / o el ¡ay! De un gusano / que quiso ser ave ¿ave?”. En este sentido, el cristianismo creyó haber resuelto la angustia del hombre, al proporcionarle a través de la Redención un sentido a la vida humana. De igual modo el misterio, otro de los temas predilectos en la poesía Valenciana, se resuelve mediante la certeza en la creencia religiosa. La relación entre la pequeñez del ser humano, amenazado por la desgracia, la muerte y la condenación, versus el infinito, representado por Dios, es tan radical como absurda y se resuelve en el terreno de la fe, de acuerdo con los dogmas y el existencialismo cristiano de Kierkegaard. Esta apuesta abismal aumenta la pequeñez del ser humano; la vida parece un soplo, que llena al poeta de las más duras contriciones. Se mira así mismo como alguien que se despide preso de la melancolía ante el pobre balance de la existencia y lo inútil del propósito humano. La vida del hombre sólo tiene sentido en función de la Ciudad de Dios, como en San Agustín.

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