"Pienso luego existo" Descartes
Siguiendo la pauta de la primera parte estableceremos
el marco general de este cambio, cuyo detonante en Popayán, fue el terremoto de
1983, pero que en el ámbito nacional se venía gestando desde tiempo atrás bajo
la presión de los movimientos sociales, el narcotráfico, la guerrilla, el
paramilitarismo y el neoliberalismo internacional. Incluiremos tres temas: 1.-
la arcadia destruida, 2.- metamorfosis de la nación, 3.- El Centro Histórico,
escenario actual de desajustes y contradicciones de la ciudad.
1.- La arcadia destruida
El sismo de 1983 fue uno de los más
devastadores en la historia de Popayán, no tanto por la intensidad según la
escala de Richter (5.5 grados), sino por la escasa profundidad de su epicentro,
la antigüedad de las construcciones y la fragilidad de las modernas edificaciones,
sin las técnicas de amarre mediante el uso del hierro. El terremoto destruyó
prácticamente la totalidad del Centro Histórico, corazón de la Ciudad Antigua,
eje administrativo y residencial de Popayán. Fue como un fin para
otro comienzo, en razón de que, por lo general, se tuvo que tirar al
suelo lo que quedó en pie, retirar escombros y poner nuevos cimientos para
refundar la ciudad colonial, como repetición histórica del gesto de Sebastián
de Belalcázar. La tarea demandaba enormes recursos, esfuerzo y tiempo, por lo
cual muchas familias se ausentaron de la ciudad, vendiendo sus propiedades o
alquilando las averiadas casonas al estamento oficial para reinstalar oficinas.
Nunca se recuperaron de esa condición; el tiempo las desconfiguró en función del
nuevo uso. La antigua Popayán, de quinientos años, labrada desde la
colonia con el oro de las minas y el comando en posiciones claves del Estado,
desde cuando fue capital del Gran Cauca que abarcaba medio país, hasta lustros
recientes, cenit de la familia Valencia y de figuras políticas que descollaron
a la máxima investidura política de nuestro país (Víctor Mosquera Chaux y
Carlos Lemos Simmonds). Ciudadanos raizales ocupaban cargos importantes en la
administración pública local y nacional. Todavía se saboreaba el rancio
abolengo y su destino dependía de los propios habitantes, cuya mentalidad
impregnaba a propios y extraños, que adquirían de buen grado la idiosincrasia
payanesa. Un conjunto de valores tradicionales unía a la ciudad, desde el
patojo plebeyo al payanés ilustrado. Sin duda, ya no era la ciudad idílica de
otros tiempos, pero prevalecían sus valores en el imaginario colectivo, que
atraía la atención foránea hacia su historia y cultura letrada, cuyos
máximos símbolos eran los poetas Guillermo Valencia y Rafael Maya, el
Seminario, el Liceo Alejandro de Humboldt, la Universidad del Cauca y la Semana
Santa con su Festival de Música Religiosa, entre otros. El poder
político, económico, cultural, comercial, turístico y hotelero se hallaba en
poder de familias tradicionales sin mayor competencia en la oferta.
Popayán tenía su propia simbiosis, sin presiones excesivas; la población no
excedía los 80 mil habitantes; sus alrededores no se hallaban poblados de
cinturones de miseria; eran parajes agrestes donde se encontraba inspiración
para la música y la poesía. Quien venía a Popayán traía en sus hombros los
medios de subsistencia, recursos económicos e intelectuales que aportaba a la
ciudad; la inmigración era cualificada y ponía su cuota en la multiculturalidad
local. El nivel de vida, en todos los sentidos, era bueno. Se disfrutaba de una
aureola cultural, histórica, intelectual, propicia a la educación, la plenitud
de la vida y el turismo nacional e internacional de calidad. Aún se conservaban
los oficios tradicionales que irrigaban bienestar económico y social, otorgando
cierta dignidad a la vida independiente. La comunicación de sus habitantes
fluía mediante la tertulia, famosa acá por el culto a la conversación, la
práctica de reunirse y las fiestas populares que integraban la ciudad. En
síntesis, la ciudad gozaba de una vida pública y social activa, con sanas
rivalidades en la competencia por el prestigio.
2.- Metamorfosis de la Nación
En el contexto nacional el país se debatía, desde
la década de los 70, en la encrucijada de los movimientos sociales, la lucha
armada, el narcotráfico, el “paraestado” o parapolítica y la globalización como
ingrediente externo. Este coctel de elementos explosivos fueron minando el
orden social, político y económico tradicional y su conjunto de valores,
representado en la centenaria constitución de 1886, que consagraba el orden
estamental de las élites dominantes, su fortalecimiento y reproducción a través
de la distribución piramidal del poder, en orden de continuidad, desde el
vértice (presidencial) a la base, con nombramientos “a dedo”. Esta práctica
sustentó lo que se conoce como “ciudades letradas”, consecuencia, sin duda, de
los valores intelectuales inherentes a toda aristocracia. Aquel proceso de transformación
nacional despertó una nueva conciencia política, tanto en dirigentes como en
las masas, que aprovecharon la oportunidad para sacudirse de toda clase de
subyugaciones, sociales, políticas, económicas, culturales, étnicas, de género,
etc., que hallaron en los vigorosos Movimientos Sociales la forma de
manifestarse, y cuyos afluentes desembocaron, en coyuntura con el narcoterrorismo, en La Constituyente de 1991, donde
se fraguó la nueva Constitución, promulgada ese mismo año, la cual liquidó
definitivamente el orden estamental tradicional, basado en privilegios
que otorgaba la centenaria constitución de 1886. La nueva carta política,
mediante la descentralización y la elección popular de gobernadores y alcaldes,
invirtió, de cierta manera, la pirámide política empoderando al estado llano o
“tercer estado”, en jerga de la Revolución Francesa. Las consecuencias fueron
extraordinarias, no tanto en lo sustancial, cuanto sí en lo formal. En su parte
negativa acentuó el clientelismo, ampliando el espectro hacia sectores
políticos emergentes, irrigando prácticas políticas malsanas, que popularizaron
la corrupción en muchos ámbitos de la vida nacional. La parte positiva vendría
a través de los mecanismos de democracia directa: la tutela, los derechos de
petición y las acciones populares, que colapsaron el sistema ante la falta de
respuestas efectivas. La reorganización política aún está en marcha, en un
proceso de ajuste y formación. Ante la amenaza del caos social el
Gobierno tuvo que emprender una transformación acelerada: 1.- fortaleció las fuerzas
militares en armamento, tecnología, inteligencia y pie de fuerza. 2.- modernizó
el estado, adaptándolo a las exigencias del neoliberalismo global, con la
consiguiente privatización en detrimento de lo público, minimizando el estado
burocrático para aligerar su peso de cargas laborales. Así, de Estado gestor se
transformó en Estado contratista; fortaleciendo su condición rentista, que impregnó todo el sistema y la clase política; ahora podían enriquecerse y dominar a
las clientelas mediante la gabela de los contratos. 3.- entregó, de modo
intensivo, la explotación de los recursos mineros a multinacionales extranjeras
y abrió el mercado a la inversión extranjera, como estrategia para generar
empleo, con mínimas garantías laborales; para lo cual tuvo que flexibilizar la
legislación laboral y desmontar la estabilidad y las cargas prestacionales, en
consonancia con la filosofía neoliberal, con el fin de abaratar costos,
incrementar rentabilidad y responder a la feroz competencia del capitalismo
mundial; 4.- los recursos estatales se incrementaron por la vía de la venta de
empresas y bienes públicos, de impuestos y del IVA. Gracias a esta feria de
privatizaciones se incrementó el producto interno bruto (PIB); el cual, sin
embargo, no se ha reflejado en el bienestar de todos los colombianos,
porque el éxito es más de naturaleza especulativa que de un dinamismo interno
de la economía; reflejo éste de la característica de nuestras burguesías
tercermundistas, que desde la colonia se especializaron en el comercio,
en la exportación de materias primas (minerales, petróleo, productos agrícolas
tropicales como quina, cacao, tabaco, café, plátano, banano, etc., llamados
commodities, en la nueva jerga internacional) e importación de artículos,
actualmente ampliada a casi toda clase de productos elaborados y no
elaborados, cuyo costo es inferior en otros países, no tanto por la eficiencia
técnica, sino por el subsidio estatal y la mano de obra barata. De este modo
el Estado contribuyó a la quiebra de la industria y la agricultura nacional,
convirtiendo a la mayor parte de la población colombiana, incluyendo a
campesinos desplazados en masivo ejército de vendedores de mercancías
extranjeras importadas de Asia oriental (Corea, Taiwán, China, etc.),
países que revolucionaron la economía mundial mediante el aprendizaje del
capitalismo norteamericano, el cual pagó caro la estrategia de establecer
industrias en otros países para disminuir costos y eludir impuestos. Sus
aprendices asimilaron bien la lección, imitando sus productos, disminuyendo la
calidad al límite tolerable de lo efímero e invadiendo al mundo con sus
mercancías baratas, burlando tratados internacionales de la Organización
Mundial del Comercio (OMC). Por esta vía China se ha convertido en un monstruo
insaciable de materias primas que monopoliza el reciclaje mundial, que a diario
desmantela la infraestructura de nuestras ciudades en busca del valioso cobre y
otros minerales. La industria asiática ha puesto en jaque al capitalismo
tradicional, norteamericano, europeo y japonés, mediante la oferta de una
enorme cantidad de productos al alcance de la población mundial, ávida de
consumo. Gracias a esta oferta astronómica de mercancías y al desempleo
generalizado la mayoría de nuestra población se volvió experta en ventas
(callejeras, de tienda y mostrador y las de multinivel basadas en la estrategia
piramidal, tales como Amway, Omnilife, Yanbal, etc. a través de las cuales
mercadean productos básicos, de salud y belleza, favoreciendo a empresas
multinacionales y a unos pocos líderes, laureados con llamativos nombres
(plata, esmeralda, diamante, etc.), encumbrados en la pirámide gracias al consumo y
trabajo de la mayoría de los peones de la cadena que no logran ascender
en la pirámide, pero cuya ilusión los mantiene con una fe cuasi religiosa)
y otras actividades de naturaleza especulativa, en el recaudo de dinero fácil,
desde los juegos de azar que ilusionan con premios millonarios de muchos
dígitos, hasta las famosas pirámides, de nefastas consecuencias, aún recordadas
por las infinitas colas para reclamar algunos céntimos de su inversión;
muchos todavía las defienden como el milagro millonario, de alcanzar un
bienestar utópico, sin esforzarse. De este modo la vieja vocación
especulativa de nuestras burguesías mercantiles se extendió al grueso de la
población, antes productor de servicios básicos, tanto agrícolas como
manufacturados a través de microempresas de oficios tradicionales; actitud que
se retroalimenta en nuestra mentalidad de vieja data, desde los sueños de la
conquista en busca del oro, de la guaca, del premio millonario, de la “mula”
que corona el viaje, etc.; en síntesis, el sueño del hidalgo, heredado de la
madre patria, que alcanza también el universo administrativo y político a
través de las defraudaciones públicas, la tajada de los contratos, etc. Nuestra
educación, además, contribuye a reforzar estos valores mediante la reproducción
del saber y la dependencia, liberándonos de la responsabilidad de gestionar
nuestro propio destino en todas las esferas de la vida. Bello sueño el de la
CEPAL, alguna vez, de la sustitución de importaciones. Pero los gobiernos
han sido lacayos de la burguesía mercantil, que siempre actuó con criterio de
negocio favoreciendo algunos sectores sociales de la economía, como por ejemplo
el del transporte automotor, en detrimento del ferroviario. Todavía hoy pesa
ese poder de los transportadores en las determinaciones políticas nacionales y
regionales. A esa actitud atribuimos la desaparición del transporte
ferroviario, que podía haber unido toda la nación de modo más
eficiente, constituyendo un solo país con comodidades repartidas por parejo,
librándonos del centralismo embrutecedor.
3.- El centro histórico de Popayán, escenario de
los desajustes y contradicciones de la ciudad.
La pérdida de importancia del Centro Histórico debe
medirse a partir de las siguientes consideraciones: El terremoto de 1983 fue el
primer suceso natural que propició el cambio de eje de la cualificación
residencial y comercial de Popayán en dirección Norte. El segundo momento lo
constituye la instalación de varios hipermercados en la zona norte,
determinando nuevos polos de atracción y desarrollo que, poco a poco, han ido
cambiando la geografía urbana de la ciudad. El Centro Histórico lo coparon las
matrices bancarias, la administración judicial, municipal y gubernamental con
la coorte popular que se mueve en torno a ellas, en busca de soluciones a toda
clase de problemáticas. El pueblo, en su plena expresión variopinta está ahora
encima de las instituciones. Antes era el escenario de la aristocracia, el
lugar del despliegue de sus símbolos. Desde 1983 y 1991, ya no es camino real,
sino plaza del pueblo. Los establecimientos comerciales tradicionales han ido
desapareciendo, para instalarse otros afines a lo popular, con productos de
todo a mil, dos mil, tres mil, cinco mil y diez mil, y almacenes de franquicia
con modernas estrategias de marketing y vitrinas al ancho de la pared
para contrarrestar la disminución de visibilidad por causa del comercio informal
que ocupa las calles, ahogando como hiedra a los locales comerciales. La lucha
por el cliente callejero es feroz, sin lealtades comerciales.
A lo que podríamos denominar una primera
descentralización comercial y residencial orientada hacia el Norte, siguió una
nueva concentración comercial en el Centro Histórico; esta vez de carácter
popular e informal, alimentado por la centralización institucional que mantiene
un alto flujo de peatones en sus calles. Esta presión ha ido en aumento con el
desaforado crecimiento del parque automotor, resultado de la globalización que
abarató y facilitó la adquisición de vehículos, ahora artículos privilegiados
de la especulación bancaria. En un primer momento se intentó resolver parte de
la presión con la peatonización del Parque Caldas. Sin embargo, el
propósito no se ha cumplido, porque la disminución del tráfico generó
condiciones para la toma de las calles por el comercio informal que ha invadido
hasta el mismo parque, y cuya fuerza laboral se surte, no solamente de los
estratos bajos, acrecentados por los asentamientos pos terremoto y el
desplazamiento del campo a la ciudad, sino también por el grueso de la
población, sin distinción de procedencia social, cuya única fuente de empleo
son las ventas. En sus inicios la economía capitalista demandó mano de obra en
grandes cantidades. Hoy día, cuando la mayor parte del trabajo lo realizan las
máquinas, multiplicando los bienes en proporción astronómica, lo que más se
necesita son vendedores. Los estados han creado las condiciones para liberar
esta fuerza de trabajo. Todas las modalidades de ventas se han puesto a la
orden del día, desde las tradicionales, las callejeras, las de puerta a puerta,
hasta las de multinivel con aparente participación de los beneficios
empresariales; sin duda, sólo benefician a los pocos privilegiados de los
primeros niveles de la pirámide y, por supuesto, a las empresas y sus
inversionistas. El resto son consumidores y peones que sostienen la
organización, bien adoctrinados por una fe inquebrantable en la ilusoria
oportunidad de ascender. El elemento consustancial de la informalidad, en el
marco globalizador y masificador de la economía capitalista es el fenómeno de
las mercancías desechables y piratas producidas en los países asiáticos,
incluyendo a China, que inundan a los países pobres con productos de baja
calidad a un valor irrisorio, fuente abastecedora del comercio
informal. Como elemento explosivo de esta mezcla, para Colombia y para
Popayán, en particular, ha sido la agudización del fenómeno del desplazamiento,
expresión de la nueva modalidad del conflicto armado con protagonismo
tripartito de Estado, paramilitares y guerrilla, que crucificó a la población
campesina. El campesinado vino a estacionarse en los centros urbanos, con
gravosos costos para el estado y la sociedad, en forma de subsidios, saturación
del espacio público, crecimiento del comercio informal, mendicidad
generalizada, colas interminables ante las oficinas municipales y
gubernamentales y deterioro de la seguridad más elemental. Tampoco se puede
olvidar el caos y las penurias que produjeron las pirámides ‘virtuales’, de
ingrata recordación, como pesadilla, burla histórica, o parodia irrisoria de
aquellas que sí han perdurado por siglos. Los anteriores elementos conformaron
una realidad peligrosa donde el bienestar y la vida se ponen en riesgo cada
día.
Durante la época de la reconstrucción de Popayán no
se avizoró lo que podría ser la ciudad futura, para haber diseñado una ciudad
más funcional. No existían condiciones para ello, en razón de que Popayán había
estado por fuera del desarrollo, como ciudad aislada y tradicional. En
consecuencia no se tenía experiencia de la ciudad compleja y moderna.
Esto quizá fue determinante para no haber pensado o aceptado un modelo distinto
de planificación. Probablemente hubo quienes expusieron magníficos proyectos,
como el del arquitecto Eladio Valdenebro, quien propuso, según dicen, la
conservación del Centro Histórico con descentralización administrativa y
fortalecimiento residencial en su entorno. Sin embargo, las sociedades
tradicionales, entre ellas Popayán, no se mueven por actos visionarios, sino,
bajo la directriz de su mentalidad tradicional. Fue así como la ciudad mantuvo
su modelo histórico, característico desde su fundación.
Alguien se preguntará ¿Por qué hablar de decadencia
del Centro, si hay una arquitectura imponente y señorial con un parque
majestuoso, que evoca alguna joya del viejo mundo? Aparentemente es así, pero
la vida no es sólo monumentos ni ornamentos si ello no va acompañado de
bienestar y funcionalidad. El Centro Histórico de Popayán es hoy un lugar
caótico y menesteroso. Durante la administración de Ramiro Navia, quien
acometió, en actitud encomiable, soluciones de fondo en la malla vial, la
ciudad sufrió un colapso en la movilidad y en el comercio del Centro, por
afectaciones considerables y tardanza en la culminación de las obras
(desafortunadamente, la racionalidad administrativa, con plazos de cumplimiento
y tareas temporizadas no ha llegado todavía a nuestra administración pública y
privada). Por ejemplo la Carrera Tercera, en su totalidad estuvo cerrada
alrededor de tres años. Era triste ver todo ese sector muerto, con el comercio
en ruinas: muchos negocios cerrados, otros más pudientes trasladados, y un gran
número de propiedades en oferta de venta o arrendamiento. Esta atmósfera
marcó también gran parte de la zona centro, ocasión aprovechada por los
establecimientos nocturnos, al amparo de la Secretaría de Gobierno, para
establecerse poco a poco, en contra de lo prescrito por el Plan de Ordenamiento
Territorial (POT).
La peatonización del parque Caldas no ha traído los
beneficios esperados para el Centro Histórico. El tráfico vehicular fue
remplazado por vendedores ambulantes, quienes presionan por invadir el
mismo parque, el cual se proyectaba como lugar de descanso e interacción social
y cultural. Actualmente, es lugar de paso o de estacionamiento obligado, porque
no hay otra alternativa de esparcimiento, así tengamos que soportar las ventas
ambulantes, la mendicidad, a los minusválidos con carreta y parlante y a los
vendedores de música con amplificadores portátiles. Hoy por hoy, Popayán
regresó a la plaza de mercado de los años 50, 60 (?), ubicada a una cuadra del
Parque Caldas, ahora intensificada a un extremo intolerable, como en aquellos
pueblos de una sola calle, donde todo es comercio y bullicio, con negocios y
camionetas de baratillo estacionadas al lado la vía pública.
El Centro Histórico de Popayán sufre actualmente
una presión crítica, con saturación y bloqueo de la movilidad que reviste
enorme peligro en caso de otro desastre. Reconocemos que no es suficiente echar
mano de la ley, porque se ha generado un conflicto de intereses de gran
envergadura. Es necesario desahogar el Centro mediante proyectos alternos que
redistribuyan la ocupación laboral, soluciones atractivas que conlleven ofertas
de comercio y recreación, imitando el estilo de los hipermercados, con multitud
de servicios. No sirven de nada proyectos como el del IDEMA, calabozos de
ventas, con un entorno poco atractivo. La oportunidad está a la vista: Hay tres
zonas estratégicas que se pueden reestructurar y modernizar con mega proyectos
arquitectónicos que respondan a necesidades y a una estética de
mejoramiento visual del entorno. Esos puntos son: la galería Bolívar, la
Galería de la Esmeralda y la galería del barrio Alfonso López; tres lugares
para grandes proyectos de impacto social, económico y cultural.
La zona centro, otrora próspera, padece, desde el
terremoto, un desplazamiento cualificado: del comercio formal, de
oficinas, de consultorios, de centros médicos, de
vivienda, de educación, etc. La consecuencia más grave es que al lado de
lo institucional, que tiene vida de oficina de ocho horas, se está conformando
otra realidad que pronto reinará, de no tomarse las medidas de anticipación:
una zona rosa con bares, discotecas, sitios de prostitución, casinos, y todo
aquello que suele rodear estas actividades: comercio de alucinógenos,
inseguridad, etc., realidad por la que pasaron otros centros históricos
del país, como la Candelaria en Bogotá y la zona antigua de Cali,
que por fortuna y con grandes costos sociales y económicos se han recuperado. Notamos
que el oficio burocrático se encerró por completo en las oficinas y no hay
vigilancia ni prevención. De tal modo que al final, las normas no
cumplen la función de evitar el conflicto entre los ciudadanos.
El Centro Histórico ya no es atractivo para
vivienda digna, comercio formal, hotelería, educación, etc., por ruido,
abandono, desaseo humano, embotellamiento, aparcamiento desorganizado, costosos
servicios públicos e impuestos, contrario a lo que ocurre en otras partes del
mundo, donde los Centros Históricos tienen un tratamiento preferencial como
contraprestación a las limitaciones de la conservación. El Centro Histórico,
poco a poco, se ha vuelto marginal, característica negativa para el comercio,
que se alimenta de la capacidad de compra de los individuos. Hoy día el Centro
es un lugar de trámites institucionales, de contratistas, de clientelas políticas,
de manifestaciones de toda índole, de ventas ambulantes, de desplazados e
indigentes, quienes conforman una población homogénea que resta importancia al
sector para generar prosperidad, belleza y tranquilidad. No nos explicamos qué
pasa con el Plan de Ordenamiento Territorial (POT), supuesta carta de
navegación para la ciudad. A años de haberse expedido no vemos sus efectos ni
comprendemos los criterios con que se otorgan licencias sin el estricto uso de
suelo.
Popayán fue un sentimiento acendrado en el corazón
y una Idea anclada en la mente de sus ciudadanos; hoy es un lugar como otro
cualquiera, de inconciencia colectiva, sin la fuerza para alimentar un sueño en
las nuevas generaciones. Sólo quedan huellas de una antigua arquitectura
esplendorosa, abandonada al tiempo, sin la mano amorosa para cuidarla y
preservarla. Con algunos retoques volvería a lucir su antiguo brillo, pero el
deterioro en la calidad de vida le pone el sello de muerte inexorable. ¿Cómo
poder decir: hubo una vez…? Si hasta la memoria se nos escapa de las manos,
porque no hay estímulos intelectuales para el ensayo, la creación literaria y
la historia. Habitamos una ciudad sin grandeza de alma, a merced del instinto
depredador.
Omar Lasso Echavarría
Licenciado en Filosofía – Universidad del Cauca. Fundador de Macondo libros y tertulia,
con reseña en el periódico Lemonde,París, agosto 9 de 1996 y en el libro Icì
las-bas, Librairie Meura, Lille, 2005. Autor del libro de cuentos La
seducción y otros relatos. Macondo libros, 2004, Popayán; y del ensayo
La nueva poesía en la crisis de la ciudad letrada,
Popayán 1980-2005. Llama de piedra. Poesía contemporánea de Popayán.
Felipe García Quintero (Editor), Ediciones Axis Mundi / Ministerio de
Cultura, Popayán, 2010
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