miércoles, 19 de diciembre de 2012



"Pienso luego existo"  Descartes

Siguiendo la pauta de la primera parte estableceremos el marco general de este cambio, cuyo detonante en Popayán, fue el terremoto de 1983, pero que en el ámbito nacional se venía gestando desde tiempo atrás bajo la presión de los movimientos sociales, el narcotráfico, la guerrilla, el paramilitarismo y el neoliberalismo internacional. Incluiremos tres temas: 1.- la arcadia destruida, 2.- metamorfosis de la nación, 3.- El Centro Histórico, escenario actual de desajustes y contradicciones de la ciudad.

1.- La arcadia destruida
El sismo de 1983 fue uno de los más devastadores en la historia de Popayán, no tanto por la intensidad según la escala de Richter (5.5 grados), sino por la escasa profundidad de su epicentro, la antigüedad de las construcciones y la fragilidad de las modernas edificaciones, sin las técnicas de amarre mediante el uso del hierro. El terremoto destruyó prácticamente la totalidad del Centro Histórico, corazón de la Ciudad Antigua, eje administrativo y residencial de Popayán.  Fue  como un fin para otro comienzo, en razón de que,  por lo general, se tuvo que tirar al suelo lo que quedó en pie, retirar escombros y poner nuevos cimientos para refundar la ciudad colonial, como repetición histórica del gesto de Sebastián de Belalcázar. La tarea demandaba enormes recursos, esfuerzo y tiempo, por lo cual muchas familias se ausentaron de la ciudad, vendiendo sus propiedades o alquilando las averiadas casonas al estamento oficial para reinstalar oficinas. Nunca se recuperaron de esa condición; el tiempo las desconfiguró en función del nuevo uso. La antigua  Popayán, de quinientos años, labrada desde la colonia con el oro de las minas y el comando en posiciones claves del Estado, desde cuando fue capital del Gran Cauca que abarcaba medio país, hasta lustros recientes, cenit de la familia Valencia y de figuras políticas que descollaron a la máxima investidura política de nuestro país (Víctor Mosquera Chaux  y Carlos Lemos Simmonds). Ciudadanos raizales ocupaban cargos importantes en la administración pública local y nacional. Todavía se saboreaba el rancio abolengo y su destino dependía de los propios habitantes, cuya mentalidad impregnaba a propios y extraños, que adquirían de buen grado la idiosincrasia payanesa. Un conjunto de valores tradicionales unía a la ciudad, desde el patojo plebeyo al payanés ilustrado. Sin duda, ya no era la ciudad idílica de otros tiempos, pero prevalecían sus valores en el imaginario colectivo, que atraía la atención foránea hacia su historia y  cultura letrada, cuyos máximos símbolos eran los poetas  Guillermo Valencia y Rafael Maya, el Seminario, el Liceo Alejandro de Humboldt, la Universidad del Cauca y la Semana Santa con su  Festival de Música Religiosa, entre otros. El poder político, económico, cultural, comercial, turístico y hotelero se hallaba en poder de familias  tradicionales sin mayor competencia en la oferta. Popayán tenía su propia simbiosis, sin presiones excesivas; la población no excedía los 80 mil habitantes; sus alrededores no se hallaban poblados de cinturones de miseria; eran parajes agrestes donde se encontraba inspiración para la música y la poesía. Quien venía a Popayán traía en sus hombros los medios de subsistencia, recursos económicos e intelectuales que aportaba a la ciudad; la inmigración era cualificada y ponía su cuota en la multiculturalidad local. El nivel de vida, en todos los sentidos, era bueno. Se disfrutaba de una aureola cultural, histórica, intelectual, propicia a la educación, la plenitud de la vida y el turismo nacional e internacional de calidad. Aún se conservaban los oficios tradicionales que irrigaban bienestar económico y social, otorgando cierta dignidad a la vida independiente. La comunicación de sus habitantes fluía mediante la tertulia, famosa acá por el culto a la conversación, la práctica de reunirse y las fiestas populares que integraban la ciudad. En síntesis, la ciudad gozaba de una vida pública y social activa, con sanas rivalidades en la competencia por el prestigio.

2.- Metamorfosis de  la Nación
En el contexto nacional el país se debatía, desde la década de los 70, en la encrucijada de los movimientos sociales, la lucha armada, el narcotráfico, el “paraestado” o parapolítica y la globalización como ingrediente externo. Este coctel de elementos explosivos fueron minando el orden social, político y económico tradicional y su conjunto de valores, representado en la centenaria constitución de 1886, que consagraba el orden estamental de las élites dominantes, su fortalecimiento y reproducción a través de la distribución piramidal del poder, en orden de continuidad, desde el vértice (presidencial) a la base, con nombramientos “a dedo”. Esta práctica sustentó lo que se conoce como “ciudades letradas”, consecuencia, sin duda, de los valores intelectuales inherentes a toda aristocracia. Aquel proceso de transformación nacional despertó una nueva conciencia política, tanto en dirigentes como en las masas, que aprovecharon la oportunidad para sacudirse de toda clase de subyugaciones, sociales, políticas, económicas, culturales, étnicas, de género, etc., que hallaron en los vigorosos Movimientos Sociales la forma de manifestarse, y cuyos afluentes desembocaron, en coyuntura con el narcoterrorismo, en La Constituyente de 1991,  donde se fraguó la nueva Constitución, promulgada ese mismo año, la cual liquidó definitivamente el orden estamental tradicional, basado en privilegios que  otorgaba la centenaria constitución de 1886. La nueva carta política, mediante la descentralización y la elección popular de gobernadores y alcaldes, invirtió, de cierta manera, la pirámide política empoderando al estado llano o “tercer estado”, en jerga de la Revolución Francesa. Las consecuencias fueron extraordinarias, no tanto en lo sustancial, cuanto sí en lo formal. En su parte negativa acentuó el clientelismo, ampliando el espectro hacia sectores políticos emergentes, irrigando prácticas políticas malsanas, que popularizaron la corrupción en muchos ámbitos de la vida nacional. La parte positiva vendría a través de los mecanismos de democracia directa: la tutela, los derechos de petición y las acciones populares, que colapsaron el sistema ante la falta de respuestas efectivas. La reorganización política aún está en marcha, en un proceso de ajuste y formación. Ante la amenaza del  caos social el Gobierno tuvo que emprender una transformación acelerada: 1.- fortaleció las fuerzas militares en armamento, tecnología, inteligencia y pie de fuerza. 2.- modernizó el estado, adaptándolo a las exigencias del neoliberalismo global, con la consiguiente privatización en detrimento de lo público, minimizando el estado burocrático para aligerar su peso de cargas laborales. Así, de Estado gestor se transformó en Estado contratista; fortaleciendo su condición rentista, que impregnó todo el sistema y la clase política; ahora podían enriquecerse y dominar a las clientelas mediante la gabela de los contratos. 3.- entregó, de modo intensivo, la explotación de los recursos mineros a multinacionales extranjeras y abrió el mercado a la inversión extranjera, como estrategia para generar empleo, con mínimas garantías laborales; para lo cual tuvo que flexibilizar la legislación laboral y desmontar la estabilidad y las cargas prestacionales, en consonancia con la filosofía neoliberal, con el fin de abaratar costos, incrementar rentabilidad y responder a la feroz competencia del capitalismo mundial; 4.- los recursos estatales se incrementaron por la vía de la venta de empresas y bienes públicos, de impuestos y del IVA. Gracias a esta feria de privatizaciones se incrementó el producto interno bruto (PIB); el cual, sin embargo, no  se ha reflejado en el bienestar de todos los colombianos, porque el éxito es más de naturaleza especulativa que de un dinamismo interno de la economía; reflejo éste de la característica de nuestras burguesías tercermundistas, que desde la colonia se especializaron  en el comercio, en la exportación de materias primas (minerales, petróleo, productos agrícolas tropicales como quina, cacao, tabaco, café, plátano, banano, etc., llamados commodities, en la nueva jerga internacional) e importación de artículos, actualmente ampliada  a casi toda clase de productos elaborados y no elaborados, cuyo costo es inferior en otros países, no tanto por la eficiencia técnica, sino por el subsidio estatal y la mano de obra barata. De este modo el Estado contribuyó a la quiebra de la industria y la agricultura nacional, convirtiendo a la mayor parte de la población colombiana, incluyendo a campesinos desplazados en masivo ejército de vendedores de mercancías extranjeras importadas de Asia oriental (Corea, Taiwán, China, etc.), países que revolucionaron la economía mundial mediante el aprendizaje del capitalismo norteamericano, el cual pagó caro la estrategia de establecer industrias en otros países para disminuir costos y eludir impuestos. Sus aprendices asimilaron bien la lección, imitando sus productos, disminuyendo la calidad al límite tolerable de lo efímero e invadiendo al mundo con sus mercancías baratas, burlando tratados internacionales de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Por esta vía China se ha convertido en un monstruo insaciable de materias primas que monopoliza el reciclaje mundial, que a diario desmantela la infraestructura de nuestras ciudades en busca del valioso cobre y otros minerales. La industria asiática ha puesto en jaque al capitalismo tradicional, norteamericano, europeo y japonés, mediante la oferta de una enorme cantidad de productos al alcance de  la población mundial, ávida de consumo. Gracias a esta oferta astronómica de mercancías y  al desempleo generalizado la mayoría de nuestra población se volvió experta en ventas (callejeras, de tienda y mostrador y las de multinivel basadas en la estrategia piramidal, tales como Amway, Omnilife, Yanbal, etc. a través de las cuales mercadean productos básicos, de salud y belleza, favoreciendo a empresas multinacionales y a unos pocos líderes, laureados con llamativos nombres (plata, esmeralda, diamante, etc.), encumbrados en la pirámide gracias al consumo y trabajo de la mayoría de los peones de la cadena que no logran ascender  en la pirámide, pero cuya ilusión los mantiene con una fe cuasi religiosa)  y otras actividades de naturaleza especulativa, en el recaudo de dinero fácil, desde los juegos de azar que ilusionan con premios millonarios de muchos dígitos, hasta las famosas pirámides, de nefastas consecuencias, aún recordadas por las infinitas colas para reclamar algunos céntimos de su inversión; muchos todavía las defienden como el milagro millonario, de alcanzar un bienestar utópico, sin esforzarse.  De este modo la vieja vocación especulativa de nuestras burguesías mercantiles se extendió al grueso de la población, antes productor de servicios básicos, tanto agrícolas como manufacturados a través de microempresas de oficios tradicionales; actitud que se retroalimenta en nuestra mentalidad de vieja data, desde los sueños de la conquista en busca del oro, de la guaca, del premio millonario, de la “mula” que corona el viaje, etc.; en síntesis, el sueño del hidalgo, heredado de la madre patria, que alcanza también el universo administrativo y político a través de las defraudaciones públicas, la tajada de los contratos, etc. Nuestra educación, además, contribuye a reforzar estos valores mediante la reproducción del saber y la dependencia, liberándonos de la responsabilidad de gestionar nuestro propio destino en todas las esferas de la vida. Bello sueño el de la CEPAL, alguna vez, de la sustitución de importaciones. Pero los gobiernos han sido lacayos de la burguesía mercantil, que siempre actuó con criterio de negocio favoreciendo algunos sectores sociales de la economía, como por ejemplo el del transporte automotor, en detrimento del ferroviario. Todavía hoy pesa ese poder de los transportadores en las determinaciones políticas nacionales y regionales. A esa actitud atribuimos la desaparición del transporte ferroviario, que podía haber unido toda la nación de modo más eficiente, constituyendo un solo país con comodidades repartidas por parejo, librándonos del centralismo embrutecedor.

3.- El centro histórico de Popayán, escenario de los desajustes y contradicciones de la ciudad.
La pérdida de importancia del Centro Histórico debe medirse a partir de las siguientes consideraciones: El terremoto de 1983 fue el primer suceso natural que propició el cambio de eje de la cualificación residencial y comercial de Popayán en dirección Norte. El segundo momento lo constituye la instalación de varios hipermercados en la zona norte, determinando nuevos polos de atracción y desarrollo que, poco a poco, han ido cambiando la geografía urbana de la ciudad. El Centro Histórico lo coparon las matrices bancarias, la administración judicial, municipal y gubernamental con la coorte popular que se mueve en torno a ellas, en busca de soluciones a toda clase de problemáticas. El pueblo, en su plena expresión variopinta está ahora encima de las instituciones. Antes era el escenario de la aristocracia, el lugar del despliegue de sus símbolos. Desde 1983 y 1991, ya no es camino real, sino plaza del pueblo. Los establecimientos comerciales tradicionales han ido desapareciendo, para instalarse otros afines a lo popular, con productos de todo a mil, dos mil, tres mil, cinco mil y diez mil, y almacenes de franquicia con modernas  estrategias de marketing y vitrinas al ancho de la pared para contrarrestar la disminución de visibilidad por causa del comercio informal que ocupa las calles, ahogando como hiedra a los locales comerciales. La lucha por el cliente callejero es feroz, sin lealtades comerciales.

A lo que podríamos denominar una primera descentralización comercial y residencial orientada hacia el Norte, siguió una nueva concentración comercial en el Centro Histórico; esta vez de carácter popular e informal, alimentado por la centralización institucional que mantiene un alto flujo de peatones en sus calles. Esta presión ha ido en aumento con el desaforado crecimiento del parque automotor, resultado de la globalización que abarató y facilitó la adquisición de vehículos, ahora artículos privilegiados de la especulación bancaria. En un primer momento se intentó resolver parte de la presión con la peatonización  del Parque Caldas. Sin embargo, el propósito no se ha cumplido, porque la disminución del tráfico generó condiciones para la toma de las calles por el comercio informal que ha invadido hasta el mismo parque, y cuya fuerza laboral se surte, no solamente de los estratos bajos, acrecentados por los asentamientos pos terremoto y el desplazamiento del campo a la ciudad, sino también por el grueso de la población, sin distinción de procedencia social, cuya única fuente de empleo son las ventas. En sus inicios la economía capitalista demandó mano de obra en grandes cantidades. Hoy día, cuando la mayor parte del trabajo lo realizan las máquinas, multiplicando los bienes en proporción astronómica, lo que más se necesita son vendedores. Los estados han creado las condiciones para liberar esta fuerza de trabajo. Todas las modalidades de ventas se han puesto a la orden del día, desde las tradicionales, las callejeras, las de puerta a puerta, hasta las de multinivel con aparente participación de los beneficios empresariales; sin duda,  sólo benefician a los pocos privilegiados de los primeros niveles de la pirámide y, por supuesto, a las empresas y sus inversionistas. El resto son consumidores y peones que sostienen la organización, bien adoctrinados por una fe inquebrantable en la ilusoria oportunidad de ascender. El elemento consustancial de la informalidad, en el marco globalizador y masificador de la economía capitalista es el fenómeno de las mercancías desechables y piratas producidas en los países asiáticos, incluyendo a China, que inundan a los países pobres con productos de baja calidad a un valor irrisorio,  fuente abastecedora del comercio informal.  Como elemento explosivo de esta mezcla, para Colombia y para Popayán, en particular, ha sido la agudización del fenómeno del desplazamiento, expresión de la nueva modalidad del conflicto armado con  protagonismo tripartito de Estado, paramilitares y guerrilla, que crucificó a la población campesina. El campesinado vino a estacionarse en los centros urbanos, con gravosos costos para el estado y la sociedad, en forma de subsidios, saturación del espacio público, crecimiento del comercio informal, mendicidad generalizada, colas interminables ante las oficinas municipales y gubernamentales y deterioro de la seguridad más elemental. Tampoco se puede  olvidar el caos y las penurias que produjeron las pirámides ‘virtuales’, de ingrata recordación, como pesadilla, burla histórica, o parodia irrisoria de aquellas que sí han perdurado por siglos. Los anteriores elementos conformaron una realidad peligrosa donde el bienestar y la vida se ponen en riesgo cada día.

Durante la época de la reconstrucción de Popayán no se avizoró lo que podría ser la ciudad futura, para haber diseñado una ciudad más funcional. No existían condiciones para ello, en razón de que Popayán había estado por fuera del desarrollo, como ciudad aislada y tradicional. En consecuencia no se tenía experiencia  de la ciudad compleja y moderna. Esto quizá fue determinante para no haber pensado o aceptado un modelo distinto de planificación. Probablemente hubo quienes expusieron magníficos proyectos, como el del arquitecto Eladio Valdenebro, quien propuso, según dicen, la conservación del Centro Histórico con descentralización administrativa y fortalecimiento residencial en su entorno. Sin embargo, las sociedades tradicionales, entre ellas Popayán, no se mueven por actos visionarios, sino, bajo la directriz de su mentalidad tradicional. Fue así como la ciudad mantuvo su modelo histórico, característico desde su fundación.

Alguien se preguntará ¿Por qué hablar de decadencia del Centro, si hay una arquitectura imponente y señorial con un parque majestuoso, que evoca alguna joya del viejo mundo? Aparentemente es así, pero la vida no es sólo monumentos ni ornamentos si ello no va acompañado de bienestar y funcionalidad. El Centro Histórico de Popayán es hoy  un lugar caótico y menesteroso. Durante la administración de Ramiro Navia, quien acometió, en actitud encomiable, soluciones de fondo en la malla vial, la ciudad sufrió un colapso en la movilidad y en el comercio del Centro, por afectaciones considerables y tardanza en la culminación de las obras (desafortunadamente, la racionalidad administrativa, con plazos de cumplimiento y tareas temporizadas no ha llegado todavía a nuestra administración pública y privada). Por ejemplo la Carrera Tercera, en su totalidad estuvo cerrada alrededor de tres años. Era triste ver todo ese sector muerto, con el comercio en ruinas: muchos negocios cerrados, otros más pudientes trasladados, y un gran número de  propiedades en oferta de venta o arrendamiento. Esta atmósfera marcó también gran parte de la zona centro, ocasión aprovechada por los establecimientos nocturnos, al amparo de la Secretaría de Gobierno, para establecerse poco a poco, en contra de lo prescrito por el Plan de Ordenamiento Territorial (POT).

La peatonización del parque Caldas no ha traído los beneficios esperados para el Centro Histórico. El tráfico vehicular fue remplazado por vendedores ambulantes, quienes presionan  por invadir el mismo parque, el cual se proyectaba como lugar de descanso e interacción social y cultural. Actualmente, es lugar de paso o de estacionamiento obligado, porque no hay otra alternativa de esparcimiento, así tengamos que soportar las ventas ambulantes, la mendicidad, a los minusválidos con carreta y parlante y a los vendedores de música con amplificadores portátiles. Hoy por hoy, Popayán regresó a la plaza de mercado de los años 50, 60 (?), ubicada a una cuadra del Parque Caldas, ahora intensificada a un extremo intolerable, como en aquellos pueblos de una sola calle, donde todo es comercio y bullicio, con negocios y camionetas de baratillo estacionadas al lado la vía pública.

El Centro Histórico de Popayán sufre actualmente una presión crítica, con saturación y bloqueo de la movilidad que reviste enorme peligro en caso de otro desastre. Reconocemos que no es suficiente echar mano de la ley, porque se ha generado un conflicto de intereses de gran envergadura. Es necesario desahogar el Centro mediante proyectos alternos que redistribuyan la ocupación laboral, soluciones atractivas que conlleven ofertas de comercio y recreación, imitando el estilo de los hipermercados, con multitud de servicios. No sirven de nada proyectos como el del IDEMA, calabozos de ventas, con un entorno poco atractivo. La oportunidad está a la vista: Hay tres zonas estratégicas que se pueden reestructurar y modernizar con mega proyectos arquitectónicos que respondan a necesidades y a una  estética de mejoramiento visual del entorno. Esos puntos son: la galería Bolívar, la Galería de la Esmeralda y la galería del barrio Alfonso López; tres lugares para grandes proyectos de impacto social,  económico y cultural. 

La zona centro, otrora próspera, padece, desde el terremoto, un desplazamiento cualificado: del comercio formal, de oficinas,  de consultorios,  de centros médicos,  de vivienda,  de educación, etc. La consecuencia más grave es que al lado de lo institucional, que tiene vida de oficina de ocho horas, se está conformando otra realidad que pronto reinará, de no tomarse las medidas de anticipación: una zona rosa con bares, discotecas, sitios de prostitución, casinos, y todo aquello que suele rodear estas actividades: comercio de alucinógenos, inseguridad, etc., realidad por la que pasaron otros centros históricos del  país, como la Candelaria en Bogotá y la zona  antigua de Cali, que por fortuna y con grandes costos sociales y económicos se han recuperado. Notamos  que el oficio burocrático se encerró por completo en las oficinas y no hay vigilancia ni prevención. De tal modo que al final, las normas  no cumplen la función de evitar el conflicto entre los ciudadanos.

El Centro Histórico ya no es atractivo para vivienda digna, comercio formal, hotelería, educación, etc., por ruido, abandono, desaseo humano, embotellamiento, aparcamiento desorganizado, costosos servicios públicos e impuestos, contrario a lo que ocurre en otras partes del mundo, donde los Centros Históricos tienen un tratamiento preferencial como contraprestación a las limitaciones de la conservación. El Centro Histórico, poco a poco, se ha vuelto marginal, característica negativa para el comercio, que se alimenta de la capacidad de compra de los individuos. Hoy día el Centro es un lugar de trámites institucionales, de contratistas, de clientelas políticas, de manifestaciones de toda índole, de ventas ambulantes, de desplazados e indigentes, quienes conforman una población homogénea que resta importancia al sector para generar prosperidad, belleza y tranquilidad. No nos explicamos qué pasa con el Plan de Ordenamiento Territorial (POT), supuesta carta de navegación para la ciudad. A años de haberse expedido no vemos sus efectos ni comprendemos los criterios con que se otorgan licencias sin el estricto uso de suelo.

Popayán fue un sentimiento acendrado en el corazón y una Idea anclada en la mente de sus ciudadanos; hoy es un lugar como otro cualquiera, de inconciencia colectiva, sin la fuerza para alimentar un sueño en las nuevas generaciones. Sólo quedan huellas de una antigua arquitectura esplendorosa, abandonada al tiempo, sin la mano amorosa para cuidarla y preservarla. Con algunos retoques volvería a lucir su antiguo brillo, pero el deterioro en la calidad de vida le pone el sello de muerte inexorable. ¿Cómo poder decir: hubo una vez…? Si hasta la memoria se nos escapa de las manos, porque no hay estímulos intelectuales para el ensayo, la creación literaria y la historia. Habitamos una ciudad sin grandeza de alma, a merced del instinto depredador. 


Omar Lasso Echavarría

Licenciado en Filosofía – Universidad del Cauca. Fundador de Macondo libros y tertulia, con reseña en el periódico Lemonde,París, agosto 9 de 1996 y en el libro Icì las-bas, Librairie Meura, Lille, 2005.  Autor del libro de cuentos La seducción y otros relatos. Macondo libros, 2004, Popayán; y del ensayo  La nueva poesía en la crisis de la ciudad letrada, Popayán 1980-2005. Llama de piedra. Poesía contemporánea de Popayán.  Felipe García Quintero (Editor), Ediciones Axis Mundi / Ministerio de Cultura, Popayán, 2010

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