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"Una bahía sucia, un puerto, un
recuerdo difuso son el punto de partida de ‘Los estratos’, la segunda
novela del escritor payanés Juan Cárdenas, nominada al premio Las
Américas. Una novela muy política que se desarrolla en una ciudad que
podría ser Cali o cualquier otra de América Latina.
Por: Catalina Villa | Editora de GACETA Domingo, Agosto 3, 2014
Juan
Cárdenas nació y creció en Popayán, pero pasó muchas temporadas en el
Valle. Su padre aún vive en Cali y a esta ciudad dice deberle buena
parte de su educación sentimental.
Cortesía Editorial Periférica | Especial para GACETA
No. No es coincidencia. Es que a este escritor lo unen lazos fuertes a Cali. Si bien nació (1978) y creció en Popayán —allí hizo el bachillerato— fueron muchas las temporadas que pasó en esta ciudad. Su padre aún vive aquí y a ella dice deberle buena parte de su educación sentimental.
Pero no se confunda. ‘Los estratos’, su segunda novela después de ‘Zumbido’, no es un intento de retratarla. Porque Juan Cárdenas no cree en eso de la metáfora del espejo para explicar las relaciones entre literatura y realidad.
“La literatura no refleja nada”, dice. Él prefiere otra metáfora. La de la literatura como una especie de microorganismo biológico que le sale a la realidad. Uno que se va alimentando de ella, pero que a la vez tiene una vida propia.
Y eso es, de cierto modo, ‘Los estratos’. La historia de un hombre de clase acomodada que va en busca de un recuerdo —una bahía sucia, un puerto, una nana— mientras su vida se desbarajusta. Y en el entretelón, en esa ciudad sin nombre, aparece una sociedad dividida, separada por una suerte de castas, pero en la que, paradójicamente, suceden unos trasvases culturales que terminan ‘contaminándolo’ todo. Podría ser Cali, sí, pero también cualquier ciudad de América Latina.
Esta novela, publicada a finales del año pasado, fue nominada en el mes de julio al premio de literatura Las Américas, en Puerto Rico, y ya recibe comentarios generosos de la crítica internacional, mientras en Colombia permanece inadvertida. Se trata de una novela que habla de la desigualdad, de la segregación, de esa forma sutil de violencia que, al final, genera más violencia.
Juan, es inevitable no relacionar el título de su novela, ‘Los estratos’, con la odiosa clasificación socioeconómica de los colombianos, que va del 1 al 6 y que, por estos días, se está revaluando, justamente por la inequidad y la segregación que genera. Pero es evidente que el asunto va más allá de una simple denominación…
Sí. En mi novela eso aparece y es que da igual que oficialmente haya o no estratos cuando las condiciones materiales y socioculturales que dan lugar a esas divisiones profundas siguen vigentes.De todas maneras, debo aclarar que todo el tema de los estratos no era solamente por esa clasificación que existe en Colombia. De hecho, esta palabra aquí nos suena, pero fuera del país nadie tiene ni idea de que en Colombia están ‘oficializadas’ las castas. Por eso, a mí me interesaba más la metáfora geológica de las estratificaciones que uno ve cuando hacen los cortes transversales del planeta. Todo eso parece algo perfectamente ordenado cuando en realidad es fruto de una violencia geológica y sísmica brutal.
En la división de castas que plantea ‘Los estratos’ están muy presentes las negritudes. En ese sentido, Cali sí parece ser protagonista en la novela...
Es muy difícil no darse cuenta de que Cali es una ciudad con una influencia negra fortísima. Pero, durante mucho tiempo eso se invisibilizó. Todavía hay aparatos que intentan invisibilizar a las negritudes y que son predominantes allí. Ahora, ese componente negro también está atravesado por una historia mucho más trágica y fea, una historia poscolonial, que es la explotación de las poblaciones negras en la súper industria de la caña de azúcar.Allí hay unas relaciones casi de esclavismo y de violencia históricas contra estas comunidades. Lo curioso es que con el tiempo se han producido unos trasvases culturales entre esas poblaciones negras y esa Cali aparentemente blanca. Y eso era algo de lo que me interesaba hablar, de cómo se dan esas contaminaciones.
¿Es por eso que surgen en la novela unos apartes en los que usted mezcla frases escritas en la jerga de las comunidades negras con frases en castellano?
Hace ya bastante años, estaba yo en Nueva York visitando a un tío que vive allá, y me dijo: “Vos hablás como en Colombia hablaban los negros en los años 60”. A mí eso me causó mucha gracia porque quiere decir que en el habla popular del suroccidente colombiano se ha metido lo negro de un modo muy fuerte y casi ni nos hemos dado cuenta.Con los textos me interesaba entonces esa idea de contaminación, de comercio cultural que se ha ido dando a lo largo de la historia de lo negro y lo no negro. Hoy es muy difícil hacer una separación entre una cosa y otra.
Ahora, volviendo al tema de las estratificaciones geológicas, me interesaba que el libro funcionara también así; que vos pudieras tener esa impresión física, casi pictórica, de ir viendo los bloques de texto montados uno sobre otro. Porque en últimas, yo creo que el espacio donde se dan esas divisiones sociales, históricas y culturales, donde se reflejan de forma más acuciante, es justamente en el lenguaje. Yo quería hacer un paisaje, o una representación gráfica de los estratos lingüísticos, que eso se pudiera ver.
¿De dónde surge esa afinidad marcada con las negritudes?
Mi papá es valluno y mi mamá es de Popayán. Ellos, por su militancia en la izquierda, tuvieron muchísimo trabajo con las comunidades negras del norte del Cauca. Eso luego se tradujo en una organización que fundaron, Fundación para la Comunicación Popular. Tenían toda una serie de proyectos desde autoconstrucción hasta de tejido social y cultural en zonas ultra marginales como Guachené y Santander de Quilichao. Por eso, tuve que pasar muchísimo de mi tiempo con comunidades indígenas, pero sobre todo negras, que son las que terminaron marcándome más en mi educación sentimental y cultural.Creo que eso finalmente se ha visto reflejado en todo mi trabajo literario, porque dejó en mí una marca tremenda y no me la puedo sacar. Luego, todo eso se ha ido entrelazando con una formación intelectual y una educación política, así que era inevitable separarlo de mi trabajo.
Usted permaneció cerca de diez años en España, pero ha dicho que su obsesión es América Latina. ¿Cómo es eso?
Creo que hasta que no vas a vivir allá un tiempo no acabás de entender qué rayos es América Latina. Hablo desde mi experiencia. España se convirtió en un lugar de encuentro de muchos latinoamericanos y eso me ayudó a tener una conciencia fuerte de latinoamericano, de ‘sudaca’. Y no lo digo con el sentido peyorativo, al contrario, es una cosa bien potente.Otro factor que me hizo quedar fue que durante los últimos años las editoriales independientes se fueron consolidando, así que la escena de escritores, españoles y latinoamericanos, se hizo muy rica. Estas editoriales empezaron a tener la capacidad de absorber literatura de tradiciones muy diferentes. Allá se traducen libros del polaco, del japonés, del húngaro… fue muy bueno lo que se generó.
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