martes, 26 de agosto de 2014

Cenizas sobre el Mar Egeo (Relato en nacimiento ...)

Desde algunos días cavilaba en un largo viaje por países del Viejo Continente, antes de exiliarse en Foranelandia. Una voz, muy adentro le decía: <Si acaso pudieras ir a Grecia, patria mítica del filósofo, y navegar por el Egeo. Cerrando los ojos podrías imaginar que escuchas diálogos de antiguos pensadores de la Academia y el Liceo, discursos en el Ágora o relatos del ciego Homero>. Se conformaba con ver aquellos paisajes y sentir la historia que había leído o visto en el cine, la televisión e internet. Era muy distinto experimentar in situ lo distante, ese laboratorio cultural de nuestra civilización. Se aburría de la monotonía del folclor de su País, tema preferido del Gobierno en tiempos de predominio popular, como si ello representara toda la Cultura. También lo sacaba de casillas el atraso, la violencia y el caos en campos, pueblos y ciudades, por ausencia del Estado, arbitrariedades políticas, clientelismo, corrupción, desigualdad, narcotráfico, ausencia de valores sociales, etc. que mantenían a la población prisionera en sus condiciones básicas de necesidad. Razonaba que el proyecto se podía llevar a cabo en poco tiempo, aprovechando el tren bala que une a Europa desde Londres a Moscú. Además, como efecto de la Globalización, se podía disponer de una red de hostales baratos llamados mochileros; hasta en su pequeña ciudad, Popayán, había visto varios, como Park Life Hostal. Conjeturó que al agrietarse el modelo de bienestar de muchos países, tras la reciente crisis económica mundial, con debacle bancaria y liquidación de compañías, bastaría un puñado de dólares (tres mil o cuatro mil) para dos meses bien administrados. Aunque no descartaba la posibilidad de prolongar su estadía echando mano de sus no pocas habilidades para gestionar la vida, sin acudir a la beneficencia (en su amor propio atesoraba el hecho de haberse bastado por sí mismo). Sólo echaba de menos que el mundo se hubiera descompuesto tanto, por la competencia económica, la superpoblación, la xenofobia y las guerras; de tal modo que no lo veía fácil. Además ya no era joven para esta aventura, aunque la madurez portaba otras ventajas. La confianza le venía de su buena salud, resultado de una vida cuidada con rutina de ejercicios, para hacer lo que tuviera que hacer. Los idiomas no le preocupaban; siempre tuvo interés por ellos y entendía, lo suficiente, textos escritos en inglés y francés, por lo que pasar luego a la oralidad sería asunto de práctica, más el apoyo de la poderosa herramienta idiomática Rosseta Stone.

No lo impulsaba a hacer este viaje un estado feliz, era más bien como la despedida, retomando el camino de antiguos desarraigos enquistados en la entraña. Treinta años vividos en el corazón histórico de Popayán, con estudios superiores, trabajo (cultural), mujer, hijos y propiedad no bastaron para borrar esa marca, tan durable como su vida, con saltos del campo al pueblo, del pueblo a la ciudad. Se lo recordaron aquí, bien claro, hasta el último instante, Patojos provincianos de antiguo y nuevo cuño, porque los había también, a mucho honor, Patojos universales (no en vano se repetía el dicho de que "todo el mundo es Popayán"). Entonces, se vio empujado a confrontar el extrañamiento de la Ciudad; aunque la vez primera, cuando llegó, fue de asombro y felicidad, a pesar de la horfandad con que cubría sus esperanzas y sueños; en cambio ahora se trataba de una sensación de pérdida del mundo construído, en medio del caos de la ciudad, conglomerado sin alma que la orientara por otra senda de grandeza como la que tuvo por más de cuatro siglos.

Alcanzar lucidez y seguridad no fue fácil. Siempre asomaba ese "otro" distinto, jamás superior, lo que hubiera sido una ventaja, sino, algo terroso, como todo lo campesino, con taras propias de la pobreza y el atraso, formando un manojo de complejos que hacían palidecer de vergüenza. ¿Cómo enfrentar así el amor urbano? ¿Cómo ser líder carismático, deportista ganador, intelectual lúcido, artista admirado o comerciante hábil? En una frase: ¿Cómo liberar la fuerza de la sensibilidad y la inteligencia? Fue así como la vida se convirtió para él en un modelo preconstruído, sin espontaneidad, un asunto de libretos que no funcionaban. El fracaso del amor verdadero permutó en proyectos imaginarios de amor, con largas cartas que llenaban el vacío del sentimiento, musas que fabricó el élan poético; los viajes también se postergaban para el futuro; aún anda por ahí la hermosa maleta comprada para esos supuestos viajes, con más de 20 años y apenas una salida a Bogotá; hoy ya no se puede usar por el peso y la avaricia náutica. Y así todo por el estilo, anticipos de futuros incumplidos. La mañana sabatina que encontró a Liceth paseando a su perro, la fábula que oyó de sus labios sobre la mascota, un animal callejero adoptado hacía dos meses, conmovió su corazón. El perro, estresado todavía por años desufrimiento, se metió al hocico un chuto de papel que recogió del andén. Pendiente como estaba, Liceth se dio cuenta de inmediato e introdujo con decisión su mano delicada en la boca del can sacando el "extraño alimento", a la vez que lo reprendía con firmeza y cariño. "Mira lo bonito que se está poniendo" -dijo con una expresión para no olvidar-. Fueron momentos de envidia por la nueva suerte del animal, objeto de mimos y adiestramiento. Se acordó entonces, como en metáfora retrospectiva, de aquel perro sarnoso de la infancia, que aunque noble y de extraña viveza, todos podían despreciar y patear. Pero también se reconfortó al saber que en ese entonces había comenzado el "camino del guerrero", que le permitió "triunfar" y sobrevivir hasta hoy.

Una vez más se enfrentaba a otro tiempo, cargado de desprendimientos, que prometía liberación y liviandad; también era una oportunidad de penetrar en el rizoma interno, descascarando la cebolla hasta llegar a la "nada" escondida, quizá apenas un soplo y poder volar algún día, en cenizas, sobre el mar griego, la otra Patria. Sintió que su historia básica había concluido, que los viejos asuntos podían cambiar de manos sin afectarlo sustancialmente. El nuevo estado de alma abandonaba su latencia, saliendo de la existencia subrepticia, acelerándose desde tiempos recientes con el socavamiento de su entorno. Primero fue Coronilla Bar, retumbando en las noches con el monótono tun, tun, sin dejar descansar ni el alma ni la materia, porque hasta los vidrios querían salirse de sus molduras y la carne no podía reposar, en tres cuadras a la redonda.

PAUSA ...

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