martes, 12 de febrero de 2013

Popayán hoy (Entrega 53) POPAYÁN SIN CENTROS VITALES DE CULTURA

La anterior y dinámica Casa de la Cultura Plutarco Elías Ramírez ahora se llama Casa Jorge Isaac, donde no se sabe qué funciona. A la entrada hay un vigilante uniformado que custodia tampoco sé qué. Igual ocurre con la Casa Caldas, Monumento de la Nación, donde además de la fundación con el mismo nombre hay oficinas de la licorera. Ahí hubo una excelente librería y un café que propiciaba la tertulia universitaria. Ya no quedan espacios culturales donde reunirse, leer, escribir, recrearse para motivar la imaginación o simplemente hacer vida social. Es la consecuencia de haber convertido la cultura en monumento. ¿Quién visita  la Casa Valencia,  la Casa Caldas,  la Casa Jorge Isaac,  la Casa Guillermo León Valencia y otras cuantas más, con guardias a la entrada? Sólo Alguno que otro turista. Existen por fuera de la cotidianidad cultural local.
Lo corriente es constituir fundaciones para eventos con ingresos (aspecto normal de la sobrevivencia económica). NO SE GESTIONAN AMBIENTES CULTURALES, RECREATIVOS Y DEPORTIVOS COTIDIANOS, COMO PARTE DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS, PARA INFANTES, JÓVENES Y DE TERCERA EDAD; SÓLO EVENTOS AISLADOS, DE FECHAS O ANIVERSARIOS. NADIE SE ACUERDA YA DE LOS JUEGOS NACIONALES Y DE SUS INSTALACIONES  EN LAS AFUERAS DE LA CIUDAD DONDE SE LAS COMERÁ LA "MADRESELVA" O DEL FESTIVAL GASTRONÓMICO, A LA ESPERA DE UNA NUEVA CELEBRACIÓN CON PROGRAMACIÓN ACADÉMICA Y COCTELES.



15 comentarios:

  1. Don Julio César Muñoz Jurado julitioz@hotmail.com> nos escribe: "Estimado profesor: estoy de acuerdo con sus lamentaciones. Lo que se ve aquí en Popayán, en lo que a cultura se refiere, es a unos tipos y a unas tipas que han creído que la CULTURA es salir en una carretilla o en una volqueta "adornada" con cuatro bombas de caucho y unas cuantas chamizas, y encima le trepan a una muchachita que se cree diosa de no sé qué, porque le dicen "reina". Y la "cultura" está "manejada" por unos que están ahí como consecuencia de que fueron llamados a "arrimarse al sol que más calienta" por los gobernantes de la politiquería. ¡Qué lástima, la tal cultura que tienen esos en su imaginación! Y sí: como dice usted, querido profe, para leer nada mejor que encerrarse uno en su piecita y disfrutar las letras en soledad, sin tener con quién compartir un agradable conversatorio, ni una risa, ni un gesto de amistad. Sólo eso: soledad."

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  2. Complétamente de acuerdo estimado Julio César. Me pregunto a veces: ¿a dónde ir? El parque Caldas (no es para estar, sino para dar una vuelta y seguir), los demás sitios son negocios bullosos, como Carrefour o Plaza Colonial, donde las músicas se mezclan con la televisión. La sala del banco de la república es para leer, no para conversar. Queda el café Juan Valdez, atractivo por la plaza interior; toca echarse unos pesos en el bolsillo y "pagar a la americana", si se va con amigos, Ud. sabrá por qué. Sin embargo, lo peor es que la vida social se ha estrechado a las fronteras de la vida privada, lo que dificulta aún más la comunicación.

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  3. jairo alonso nino diaz nos escribe:
    "Es un punto de vista muy importante de tener en cuenta desde su aspecto propositivo porque es necesario que Popayán vuela a ser la ciudad cultural que era hace 6 años. La Universidad del Cauca, Registro tambíen que ha disminuido grandemente los eventos culturales que realizaba al público de índole folclorico y clásico. Recordemos que Popayán es una ciudad de mucha historia, tradiciones, con una riqueza multiétnica y por tanto de un gran atractivo turistico, departamental, nacional e internacional.Y esta riqueza se está ignorando y subestimando. Los recursos culturales de Popayan es imperativo reactivarlos y aprovecharlos.
    Con sentimientos de admiración y aprecio
    JAIRO ALONSO"

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  4. Efectivamente, amigo Jairo. El pragmatismo institucional ha orillado la cultura a lo invisible.

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  5. Don jaime vejarano varona nos escribe: " !QUÉ BIEN DICHO! Me encanta la objetividad con que analizas la crisis cultural de nuestra Ciudad"

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  6. Estimado Jaime: Es parte de nuestra inquietud. Lo saludo con aprecio y lo acompaño en el vacío de la pérdida de su hermano Daniel; otro payanés valioso que nos dejó. Lo tuve varias veces como contertulio en Macondo. Su chispa era incomparable. Ojalá se recopilaran sus apuntes. Un abrazo.

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  7. Donaldo Mendoza :

    Hola Ómar
    A las casas-museos de Popayán algo les falta para atraer al visitante local que, no sé si exagero, las ve como unas casonas viejas que guardan algunas antigüedades, quizá enmohecidas. Es posible que al Estado le importe poco estas cosas, aparte de pagar la nómina mínima de burocracia que las administra. Como tú insinúas, son lugares a la espera de un redentor. Saludos, DONALDO.

    Omar:
    Así es Donaldo. Sobre todo es esta época en la cual lo viejo es estigma ante las nuevas generaciones, que con gusto lo echarían todo en una pira.

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  8. julio cesar espinosa espinosa :

    Mi caro amigo: Había dicho Lewis Munford, el urbanista gringo, que "sólo Frank Lloyd Wright puede salvar a la humanidad del caos urbanístico al que se aproxima, de un urbanismo mecánico, frígido, aséptico, inhumano"..
    Siempre que escribes das en el clavo, amigo. Yo creo que quienes toman decisiones sobre el desarrollo urbano y cultural de Popayán son universitarios iletrados, es decir, personas que manejan un poder aislado, sin contacto con las personas a quienes afectan sus decretos, son ciegos en el minúsculo ámbito en que se mueven. Debemos hacer que te escuchen y que nos escuchen. Saludos jce

    Omar: Estimado amigo: Estamos en la encrucijada de varios hechos: el descenso cultural al pueblo, no el ascendo cultural del pueblo; la política como lucrativo negocio centrada a trav'es del modus operandi de los contratos; el gobierno de leguleyos, economistas y tecnócratas; y el consumismo que impone un modelo de vida frívolo, entre otros. Todo lo cual covierte a los seres humanos es cosas y tema de estadísticas.

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  9. jorge arboleda :

    Omar,
    Cuando yo era popayanejo, que de eso hace ya varios años, pues los popayanejos son los que viven allá y no los que insistimos que por haber nacido allá y poseer una identidad marcada por cuatro edificios blancos recién envejecidos, tenemos derecho a opinar sobre lo que le viene bien y mal a ese “pueblo mágico” en el que, por ley, quieren convertir al otrora norte de la republiqueta en la que tú y yo nacimos. En esos años, que tampoco son muchos, los de entonces, que tampoco somos tan viejos, nos bañábamos en un aura soñada de lo que era la ciudad en la que habíamos nacido. Y así, con ese provincialismo del que nos convencíamos a sí mismos y con el cual convencíamos a los demás calentanos del resto del país, con todo ese cuento nos movíamos allende las fronteras del mundo seudo-civilizado andino colombiano.

    Les vendíamos la historia que en Popayán se encontraba la cuna de la democracia pues no por chiste habíamos tenido el mayor número de presidentes de la república (13 o 14 conté la última vez que me paré ante una placa en Santo Domingo). Que allí también se había originado la ciencia, pues allí mismo había visto luces el único sabio que se sepa existe en el país. Y claro, como no, que por ende, los que nacíamos allí veníamos predispuestos con el sino de la ciencia, la sabiduría y el deber no sólo intelectual, sino moral de decirles a los demás cómo vivir.

    Además, aprendimos que la ciudad había sido no solamente cuna del saber, sino de la inspiración pues se paseaban por allí musas que inspiraban no solo al único poeta del cual saben los popayanejos, sino a cuanto aguerrido enamorado y chisgarabís se paseaba bajos la araucarias de la plaza central. Claro, en las mentes “evolucionadas y de estatura”, como las de nuestros congéneres, halló nido la conclusión de que poder, sabiduría y poesía llevaban a la vida sofisticada y “de mundo” que hacía de Popayán no un simple pueblo de usanza campechana, sino una metrópoli civilizante.

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  10. Viene... (parte 2):
    Como ya expliqué, todo eso lo viví en los años en los que era popayanejo, porque como te digo, a pesar que muchos reviren y lo nieguen (y hasta le pese en la cobarde envidia, como diría doña Raquelita), el ser popayanejo es como una piel de culebra que se va quitando a medida que el tiempo pasa y se quita más rápido no con jabón de la tierra que se vendía en la pulpería Gualangas y que, creo, hasta hace unos años distribuían donde La Chocha, sino con un ejercicio místico que consiste en la “Abridera de los ojos”, aquella técnica muy parecida, pero en reversa, a la practicada por los seguidores de Samosata, el menor, en las gélidas aguas de Anton Moreno en la que los practicantes se abrían no los ojos sino otros ductos que los hacían mirar hacia adentro y no hacia afuera. En pocas palabras, la popayanejada se va quitando a medida que vemos “hacia fuera” y entendemos que todo aquello que tú y yo creemos firmemente como los valores de una identidad portentosa, no es más que una invención fantástica y re-creativa de nuestro propio provincialismo (para no decir de nuestro propio cocinado). Eso, si en realidad comparamos, como diría Francisco el matemático, nuestra ficticia identidad con los números.

    Entonces así, viendo pa’ fuera, nos empezamos a preguntar cosas como cuántos fueron realmente los presidentes que se sentaron periodos completos en Bogotá y allí encontramos que no fueron demasiados o que no hay un número exacto que es una cosa curiosa para una nación tan joven. También si nos atrevemos a espulgar libracos y a buscar las invenciones y escritos académicos de valía de nuestros científicos, o si espulgamos ya sea en la valía de nuestra poesía más excelsa en las generaciones del 27 o del 98 y las de las décadas posteriores, esto sólo para dar unos ejemplos y para no contraponer los números ya sea al número de sabios o poetas de renombre nacidos entre el viejo empedrado y Bello Horizonte (“allá donde la gente vive en el monte”, como rimaría el Diablo Cajiao), entonces nos daremos cuenta que tampoco tendremos respuestas verificables a nuestros ya celebrados alcances.
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  11. Viene.... (parte 3)

    Además, en plata blanca, como diría mi abuelita, ¿qué nos responderíamos, a la medición de la vida sofisticada esa que decimos deriva de las cuatro artes cojas mencionadas atrás? ¿Acaso la sofisticación ha crecido o disminuido o los pobladores cambiado hasta tornarse a una vida sofisticada que ni tú, que miras desde el ombligo de la bestia y yo que lo hago desde lejos, vemos ya en lo que llamas el centro cultural de la ciudad? Mi querido amigo, la vida sofisticada, esa del centro quieto, el de las librerías, las charlas intelectuales, el sueño bohemio, los conciertos de música clásica, el centro de los laboratorios científicos, el de los filósofos-gobernantes de Platón, de los poetas trasnochados; esa vida que tú y yo soñamos no sigue siendo más que eso, un sueño. Y digo “sigue siendo” porque nunca fue. No hay tal, ni tú ni yo que pasamos buena parte de nuestras vidas entre las cuatro calles del centro (“ocho calles y trece carreras”, diría un amigo nuestro), la vimos nunca. Si, es cierto, nos la pasamos soñando que existía, contamos de ella a los demás, los convencimos de que allí vivía pero, como diría el matemático “los números no cuadran” pues en realidad lo que pasó fue que escogimos recordar a diario los pocos momentos fugaces en los que jugamos a ser civilizados. Se nos pasó la vida creyendo que vivíamos en una semana santa eterna donde todo eran, como diría otro amigo, “triunfos” y jolgorio sofisticado.

    No hay tal. La vida nobiliaria que vimos en las elites no era más que mercachiflería barata, intrigas de pueblo y “robo de ganados”, como atestan los documentos. De resto, esa bullaranga que te aqueja por estos días siempre existió, solamente que quizás un poco más soterrada o escondida tras los bares de La Huesarria, el cabaret del periplo de Sevilla, las contorsiones de La Torera y las carnestolendas de todo el año en las haciendas (todas tan en dehesa como se quejara Humboldt) donde “se perdían” los muchachitos, donde nuestros prohombres, conservadores, liberales, comunistas y todos muy clericales, degustaban de las carnes tiernas de los niños sonsacados con cuentos de debajo de las enaguas de las mamás. Y ellas todas muy halagadas los despedían con bendiciones pues los niños iban invitados a los veranos de los “dotores”. Todo muy puro, muy divino, muy de la casa; limpio y de parte aseada como los finos vinos de Vino Loco o el mejor aguardiente del mundo (y el chirrincho cuando no haya más).

    Así, mi estimado Omar, que las quejas sobre los antros del centro son patadas de ahogado. Primero porque esa Popayán que creímos existía es cosa de “Neverland” ( o “Wonderland” como escribiría CS Lewis) y, segundo, porque después de la más inconstitucional de las constituciones, qué le vas a pedir a los olmos que te den peras, si ni siquiera hay olmos! Es botadera de esfuerzos seguir reproduciendo la historia que nos tocó a los que por una u otra razón tuvimos que vestir la piel de la culebra esa de la que hablé al comienzo. Como diría uno de los borrachines del humilladero hace años mientras veía pelear a dos alcoholizados guambianos en la parte baja del puente, “déjelos que se maten que para eso hay más”, después de todo es el mandato de nuestra ley moderna. Por eso, mi recomendación es que mejor inviertas las ganancias del “real estate” en ventanas anti-tormentas con doble vidrio anti-ruido. Creo que te sale más barato y al menos no tienes que sufrir el insomnio que te lanza flecha en ristre contra la ciudadanía. Recuerda que Aristóteles decía que los juicios, cuando tomados por el conjunto de la población, son más acertados que los de los expertos. Así que “adelante niños de la patria” -como copiara el profesor Arévalo a los estudiantes del Manojo Infantil en su publicación famosa de los Pétalos de Urbanidad- “maten, forniquen y peleen” que la vida es un carnaval y, como todo carnaval que se respete, debe pasar por el centro y santificarse por las autoridades civiles, eclesiásticas y militares.

    Saludo,
    Jorge

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  12. Omar:
    Genial Jorge, tu retrato de la Ciudad Blanca. Cambiaremos la muleta seria, formal, que habíamos cogido, por el capote del humor y la ironía que bien manejas, y que también nos caracterizó en los 3 lustros de Macondo. Ciertamente lo de Ciudad culta, ha sido el resultado de una manipulación histórica, por algunos pocos rasgos aislados, en medio de una plebe general que por ignorancia se ha creído el cuento, entre locales y foráneos.

    La diferencia entre el Popayán de ayer y el de hoy que encubre el imaginario tradicional, visibilizando más nuestras verguenzas está en que ese Popayán que tú y yo habitamos, siendo muy jóvenes, alimentados más por nuestras fantasías académicas, era una ciudad pequeña con una élite relativamente fuerte y acomodada con privilegios de educarse en la universidad del Cauca, fuera de Popayán o del País, enclavada en el poder, los bancos y el comercio exclusivo, formada históricamente en la Urbanidad de Carreño y el Catecismo, emparentada por relaciones de conveniencia y prestigio, nos creó una idea falsa de cultura. En verdad era un asunto social reforzado a través de lo que tú llamas "islotes" de conocimiento, para usar algún término; un trabajo eficaz de Marketing histórico. Sin duda este fue el modelo de sociedad culta en el siglo XIX y comienzos de XX. El problema está en que Popayán se estacionó allí. De acuerdo con ese modelo, devenido en caricatura, hemos vivido hasta el presente. No se efectuó la transición a la modernidad, que, talvez, hubiera hecho manejable, en términos de "racionalidad social", la revoltura actual de la posmodernidad, que nos ha retrotraído a la condición provinciana de pueblo, en la plenitud del significado. Ahora aparecemos como los subdesarrollados de la civilización en manos del comercio chino, el cual nos está colonizando por completo. El tema cultura en la Popayán actual es nuestra mácara, porque la vida cotidiana, política, social, educativa, urbanística y económica va en contravía, totalmente, de unas supuestas directrices culturales. Un abrazo para el amigo úcido.
    Omar

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  13. Email de rodrigo valencia : "Llegó la hora de hablar del Popayán real, el existente hoy, y de eso deben ocuparse los entendidos. El otro, el de las historias blanqueadas por espesos muros, es mito que nos transmitieron las generaciones viejas; querían construir un panegírico desde las telarañas apoderadas de la historia, recordando herencias apergaminadas por el sentimentalismo inútil. Hubo un Cauca grande con historia patria, que terminó desmembrándose para facilitar los manejos sociales, políticos y económicos de las regiones subsecuentes. Nosotros, el Cauca originario, quedamos en el rinconcito del olvido largo, que ha querido ser redimido por la apariencia de legados pasados, tránsitos que se han constituido en lastre para despertar nuevos ojos y nuevos horizontes adecuados a los nuevos tiempos.
    En todo caso, hubo un Popayán mejor, sin cultura o con más cultura, no importa (liberémonos de mitos); una ciudad donde hubo una vida apacible, donde las puertas de las casas permanecían abiertas sin el peligro ni amenaza de los latrocinios; una ciudad donde, desde el Morro de Tulcán, uno divisaba calles modestas pero perfectamente trazadas con orden, limpieza y respeto, algo que hoy se convirtió en algarabía variopinta. El espíritu de quienes conocimos esa vida se ve hoy golpeado no solamente por la estética del desorden material y orgánico de la ciudad, sino por la tropical abundancia de una moral en donde se aposentó, como en todas partes, la estrategia de las camarillas politiqueras, mercado innoble para el repartimiento de los privilegios personales. El blancor de los casi buenos recuerdos es ahora el lugar para la duda y el desencanto diarios."

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  14. jorge arboleda nos ha enviado una segunda parte a su escrito sobre Popayán en la que reivindica la parte positiva del asunto, como utopía o dimensión mágica. Debo fraccionarla en dos partes (en comentarios el tope es de 4.096 caracteres)

    Omar,
    Gracias por tu respuesta. Como no imaginé que fueses a hacer públicos mis comentarios a tu queja sobre nuevos antros del centro histórico y como veo riesgo en que se malentiendan y terminen por interpretarse como otra queja negativa, para las cuales somos expertos los que alguna vez vivimos en las calles enmarcadas entre la casa de las Pandeleche al saliente y las de los Martínez en El Cacho, entonces por ello quiero aquí aclarar algunas cosas no vaya a ser que el fantasma de misiá Carmelita se encargue de propagar solamente la parte nefasta que, por supuesto nos encanta más.

    Primero, el hecho de que tú y yo los demás, quienes compartimos el ya mencionado sueño de Popayán como una ciudad civilizadora y sofisticada gracias a su competencia en los campos de la ciencia y las humanidades, por no mencionar su contribución a la genética de la casta dirigente del país, no creo debemos abandonarlo pues viendo que la nación, en términos de valores morales y cívicos marcha de trasero directo al estanco, lo único que creo puede salvarla es la mantención y mejoramiento de fantasías tales como el cocinado ese del que comimos quienes en Popayán nacimos, crecimos o vivimos.

    Como ya dije, cuando yo era popayanejo tal vez la idea de ese sueño parecía gratuita. Bueno, déjame decirte que la cosa no es tan fácil y que no basta oír El Yunque para repetirnos que Popayán no tiene esto, ni lo otro, ni los demás. Simplemente, y eso los sabemos la mayoría de popayanejos y ex popayanejos, la ciudad es diferente de las del resto del país y ha sabido tomar posición entre éstas al poseer un norte montado sobre su brújula fantástica. Con esto quiero decir que a pesar que, como dije en mi comentario anterior, los números no cuadran, al menos la mantención del sueño de una sociedad civilizada, civilizadora y sofisticada existe y es materia de discusión entre algunos de sus habitantes. Con ello quiero añadir que es mejor vivir de sueños y fantasías que vivir sin ellas; situación esta última que creo es la padecida por esos cientos de pueblos colombianos que, sin rumbo ni ideales crecen, se reproducen y mueren como seres vivos descerebrados.

    Segundo, y este punto lo agradezco a las discusiones con mi mujer sobre el asunto de la vida sofisticada de una ciudad, lo anterior nos lleva vislumbrar que a pesar que la sofisticación de la ciudad no se vea hoy ni en las buenas maneras (tan recalcadas en las páginas amarillentas de los Pétalos de Urbanidad del maestro Arévalo) ya de su clase dirigente o dirigidas, o en la forma como sus ciudadanos interactúan de forma igualitaria, como es el caso de sociedades desarrolladas; si hay una conversación civilizada acerca de la vocación y futuro de la ciudad como sociedad. Debemos con esto, entonces, reconocer que la sofisticación de Popayán es también un sueño pero que está a pasos de hacerse realidad pues, al menos, algunos de los nuevos popayanejos (payaneses creo les llaman ahora a todos) están discutiendo sobre cómo hacer la vida mejor en la ciudad. Como ves, Omar, este es un punto positivo que por positivo que sea no puede simplemente echarse en saco roto y esperar que solito evolucione pues, de no regarse, así sea con los orines de Guineo, se transformará en un discurso bizantino de esos que tanto gustan en nuestra obsoleta universidad y terminará como las eternas discusiones que han causado las grandes pérdidas en la historia de nuestra republiqueta: la necesidad de construir el canal de Panamá y lo necesario o superfluo del metro de Bogotá. En corto, sería muy bueno, aunque quizás medio utópico, si la ciudad comienza a mirar pa’l otro lado para así no caer en la costumbre colombiana de discutir como atrapar al ladrón mientras este se escapa con el botín... Continuúa en el siguiente comentario....

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  15. Continuación del segundo escrito de Jorge Arboleda...

    Tercero, como la misión de quienes alguna vez estudiamos las ciencias sociales, no solamente es recitar la forma como los habitantes del sub-Ártico construyen sus igloos y como despellejan a las ballenas, sino presentar ideas para la solución de problemas (tan creativas como esa de que te compres unas ventanas antirruidos, para combatir los antros) creo que los popayanejos actuales deben ingeniarse la forma de pasar a la ciudad bajo el dintel del sueño y con ello matar así sus fantasías hasta hacerlas realidad. Es decir, los popayanejos de hoy necesitan evitar la frustración que se produce cada que uno dice que la ciudad es nido de la ciencia pero ni siquiera hay científicos, o cuna de poetas, pero los poetas serios escasean, o cuna de las leyes pero las mismas terminan en la casa de los abogados esos que son como veinte hermanos y que se demandan los unos a los otros y al final terminan quedándose con los derechos de todos.

    Por ello, la misión de los popayanejos de hoy, entre los que ya no me cuento porque no me ahoga el humo de los mil autos chiquititos que se enredan en la esquina de la calle quinta y la Plaza Grande y porque a mi no me toca comer ternero con tiquetes del festival “astronómico”, como dijo un humilde embolador la última vez que estuve por allí, es ingeniarse la forma de hacer el sueño a la realidad. En tu caso, ya sabemos, es difícil pues ¿cómo puede ejercitarse una discusión sana sobre los antros? ¿Cómo pueden los nuevos popayanejos entender que el parque Caldas no es el narco-parque Lleras de Medellín, ni el mosaico de cuchitriles de la Candelaria en Bogotá y, menos, las bodegas de pescado seco de Cartagena, hoy convertidas en mansiones suntuosas? ¿Cómo aclarar que lo que vendrá una vez se asienten las cantinas del centro será un paisaje no muy diferente al de Yopal o Mocoa? Mi querido amigo, tú que estás en el campo (con libreta de campo heredada de “il professore Mazzoldi”); no en el monte porque aun no te exilian a Bello Horizonte o a cualquier jaula de esas que pululan en el norte de la ciudad, ahí te queda la inquietud. A ver como tú y tus vecinos se las arreglan para ver si ese sueño de no tener que caminar en las noches preocupado del atracador, o del borracho que te ha de atropellar en su narco-móvil, o del ladrón que espera que salgas de rumba para entrar por tu televisor y tu bicicleta, es posible. Ya me has de contar.

    Saludo,

    Jorge

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