miércoles, 11 de marzo de 2015

Mi cuento, Vampiresa, posteado en Boca a penas, página poética de Brasil, con magníficos comentarios. Espero que se sumen a su lectura.

VAMPIRESA. Cuento de mi libro: La Seducción y otros relatos (De género fantástico), Popayán, 2004

Lo dedico a Adriana Aneli Costa Lagrasta, Poeta de Brasil.

1. Texto:

V A M P I R E S A

I

  Aquella tarde la puerta me supo a mujer. Los toques suaves, algo temerosos, alteraron mi corazón mientras ordenaba los libros. Muchos acudían a este sitio, donde con frecuencia nos entreteníamos en largas conversaciones, en las que no faltaban palabras bonitas para una mujer. Algunas veces brilló el genio de donjuán. Llegué a usar la  poesía para adornar  un  piropo : Aldeanita a cuyas trenzas até mi corazón de seda, o me valí de ella para insinuar alguna secreta intención: ...me gustaría ser el poeta peregrino siempre y cuando tú fueras la noche... 

     Esta vez el sobresalto fue mayor, como si hubiera quedado atrapado en una nube de energía que desde afuera me alcanzaba. Aunque recibía visitas frecuentes pocas veces me colmaban. Sin embargo, una renovada esperanza me prometía algo grande. La realidad sorprende como juego de azar. Cada  hombre o mujer va y viene sin saber que lo dramático acecha.

     Un golpe de emoción me sorprendió al mirar a través de la lentilla: no era una mujer bella, sino la viva carne del deseo, con abundantes signos de una naturaleza ardiente, que rebosaba hasta por sus ojos. Tras de  ese cuerpo, rebelde a la menuda ropa que lo aprisionaba, vislumbré una mujer golosa y de acción. A esa hora el calor y el movimiento me hicieron imaginar un cuerpo resbaloso y en celo. Llevaba el  cabello corto; lucía una blusa atrevida y su faldilla atraía la mirada sobre la vellosa línea de su vientre, donde quedó flotando mi deseo. Sus nalgas podrían haber resistido una procesión de amantes. Respiré con avidez, en busca de otros olores más allá de los cosméticos de tocador. Me preguntó sobre libros de vampiros. Una vez adentro, la conversación fue más importante que los libros. Al indagar por su curiosidad respondió : «¡Creo en su existencia... los he visto!»  No tenía idea de lo que me estaba hablando. Era inverosímil que algo semejante ocurriese en estos tiempos. A pesar de mi incredulidad puse mucho empeño en ayudarla. Le hablé de creencias tan arraigadas en nuestro subconsciente que suelen confundirse con lo real, sin que ningún argumento valga para sacarnos del equívoco, debido a fuertes impresiones ancladas en nuestro inconsciente. Nada de esto aceptó, ni otros argumentos que le expuse. De niña había visto algunas películas famosas: Nosferatu y el Conde Drácula. Le insinué que en el mito vampiresco se esconde un afán de inmortalidad y un desorden sexual, por exceso de naturaleza, que no tiene nada de oscuro y es, más bien, una suerte de pocas  personas privilegiadas. Algo satisfecha decidió marcharse, prometiéndome regresar al  siguiente dia con un obsequio que cambiaría mi vida.

II

     Debido a mi educación racionalista me acostumbré a ignorar el mundo oscuro. Todo  lo veía a través de coordenadas cartesianas, como si la fantasía sólo fuera parte del folclor, la literatura o el cine. Del mundo vampiresco y otros habitantes de la noche mi conocimiento no superaba el de la gente común. Desde mi infancia me infundieron miedo, como seres emparentados con el mal, formas horrorosas en las cuales encarnan espíritus fantasmales, puestos en el mundo para amedrentar a los descarriados y prevenir a los inocentes. Ello me produjo un temor reverencial a la oscuridad y  a la soledad. La  ciudad y la ilustración me ayudarían a superar tales lastres. ¡Eso creía!. La experiencia que voy a referir me enseñó que la ciencia apenas había iluminado parte de la realidad. 

III

     La   ilusión de estar con ella me predisponía a seguirle la corriente, seguro de que sus fantasías ocultaban vigorosas calenturas del cuerpo. Grande era mi ansiedad por compartir ese remolino de pasiones. Con el paso de los días, y ante el incumplimiento de su promesa, me fui olvidando del asunto, hasta que un sábado, sobre el filo del mediodía, algunos clientes de mi establecimiento se movieron inquietos en sus asientos al ver entrar a la sensual mujer. Vestía las mismas prendas de la primera vez: minifalda y diminuta blusa, ambas prendas de color rojo, intenso como viva sangre. Los zapatos de tacones moderadamente altos, la pulsera, un anillo y los aretes resaltaban su elegancia. Fue hasta donde yo estaba y me saludó con un beso. Luego sacó del bolso el regalo prometido, turbador envoltorio que me entregó con recelo, bajo la promesa de  no verlo en ese instante. Su  aliento me distraía cada  vez que hablaba. Cuando quedamos solos miró la escalera, y preguntó : «¿que hay  arriba? Tengo curiosidad...» -agregó-, y se encaminó hacia allá. Al subir, sus muslos quedaron expuestos ante mis ojos. Arriba, miró con emoción hacia todos lados como si hubiera encontrado el lugar deseado. Todo le agradaba: la alfombra roja, el juego  de sala  color vinotinto, el espejo, donde se leía, también en tinta roja, espejo de las pasiones, y el cuadro de Hernández que celebra de forma voluptuosa el cuerpo femenino, la música y el amor. Después indagó  por el recinto encerrado en madera y tríplex con adornos en relieve. «Allí, ¿qué hay?» -preguntó-. Sin esperar respuesta avanzó. Su  mirada quedó vagando en el tendido de color carmesí que cubría la cama. Poco a poco fue levantando los ojos, que se posaron en un cuadro surrealista de una joven desnuda suspendida a media altura sobre el arco de un puente. Alterado por su presencia le dije: «voy a caer si no me apoyo en algo», y me fui acercando hasta quedar pegado a ella. Al ver que sus brazos me ceñían descansé. Su cuerpo me tenía desvelado desde el primer día. Soñaba con sus labios carnosos, algo recogidos, como pétalos de rosa, para ofrecer su fragancia, y con sus senos, semejantes a racimos de madura fruta bajo la doblada rama. Muchas veces en la soledad de mi cuarto inventé el goce que cuidaba como el avaro a su fortuna. Tenía práctica en esto desde los furores de la adolescencia. Ahora, su boca atizaba mi pasión, exquisita humedad que compartíamos con deleite. Sus ojos, en donde había descifrado el deseo, se adormecían. Mis labios jugaban en su cuello dejando estelas de tibio vaho. «Antes de continuar debo tomar algo» -dijo-. Fue hasta el asiento donde había dejado el bolso y sacó un frasco mediano, lleno de un líquido color vino tinto. Supuse que era vino. Lo destapó y  bebió  la mitad.  «El resto es para ti si lo deseas» -dijo-. Lo consumí como un autómata, sin tener tiempo de reparar en su sabor, porque al instante ya no era el mismo; en mi consciencia  sólo habitaba un deseo majestuoso. Recuerdo  que  me  tumbó sobre  la  cama, hundiendo mi falo en su pulposo nicho, que succionaba como un tirabuzón. Muy cómoda  y complacida cabalgaba, resbalando sus senos sobre mi pecho. La  fuerza de su mirada hería mis ojos, y sus amenazantes muecas turbaban mi espíritu.  A bocanadas me tomó del cuello, donde finalmente se adormeció. Era curioso, mi cuerpo de atleta se iba debilitando, en cambio mi falo se hacía más imponente en la andanada de vigorosos tirones. Sin duda era por el brebaje. Una dulce corriente, apenas perceptible sentía en mis venas, como si mi espíritu viajara feliz, en medio de una fiesta. Sin noción del tiempo me extinguía, viendo embellecerce más y más a ese animal, en medio de la fatal atracción que me llevaba a la muerte. Apenas atiné a vislumbrar el fin, como si marchara raudo hacia un abismo. 

     Cuando ya la luz me abandonaba irrumpieron en la habitación dos vigorosos jóvenes en cuya presencia me sentí como miseria  lastimosa. A no dudar, eran de su misma especie. Sin dificultad la arrancaron de mi cuerpo y se la llevaron. Muy cerca de la muerte, la película de mi vida había empezado a rodar sin esperanza. En uno de sus pasajes me veía rodeado de algunas personas vestidas de blanco, que aguardaban mi resurrección en la camilla de convaleciente.

   Desde entonces no parezco el mismo; es como si perteneciera  a otra especie. Al recordar el obsequio de la vampiresa lo busqué con ansiedad. Veo, sin ninguna sorpresa, que se trata de un  frasco idéntico al del líquido que bebimos en el fatal preludio amoroso. ¡Un júbilo sobrecogedor me embarga cada vez que lo tengo en mis manos!

2. Archivo de audio:  https://www.youtube.com/watch?v=UpTQ2LNJC3Q

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