Edición acortada para periódico
"Pienso luego existo" Descartes
Escudo familiar abandonado en propiedad sin reconstruir, Clle. 3 con Kra. 4 (Dic. 2012)
El escudo familiar preside el pórtico de antigua vivienda familiar, sin reconstruir (dic. 2012)
1.- La arcadia destruida (1983)
El sismo de 1983 ha sido uno de los más devastadores en la historia
de Popayán, no tanto por la intensidad según la escala de Richter (5.5
grados), sino por la escasa profundidad de su epicentro, la antigüedad
de las construcciones y la fragilidad de las modernas edificaciones, sin
las técnicas de amarre mediante el uso del hierro. El terremoto
destruyó prácticamente la totalidad del Centro Histórico, corazón de la
Ciudad Antigua, eje administrativo y residencial de Popayán. Fue como
un fin para otro comienzo, en razón de que, por lo general, se tuvo que
tirar al suelo lo que quedó en pie, retirar escombros y poner nuevos
cimientos para refundar la ciudad colonial, como repetición histórica
del gesto de Sebastián de Belalcázar. La tarea demandaba enormes
recursos, esfuerzo y tiempo, por lo cual muchas familias se ausentaron
de la ciudad, vendiendo sus propiedades o alquilando las averiadas
casonas al estamento oficial para reinstalar oficinas. Nunca se
recuperaron de esa condición; el tiempo las des configuró en función del
nuevo uso. La antigua Popayán, de quinientos años, labrada desde la
colonia con el oro de las minas y el comando en posiciones claves del
Estado, desde cuando fue capital del Gran Cauca que abarcaba medio país,
hasta lustros recientes, cenit de la familia Valencia y de figuras
políticas que descollaron a la máxima investidura política de nuestro
país (Víctor Mosquera Chaux y Carlos Lemos Simmonds). Ciudadanos
raizales ocupaban cargos importantes en la administración pública local y
nacional. Todavía se saboreaba el rancio abolengo y su destino dependía
de los propios habitantes, cuya mentalidad impregnaba a propios y
extraños, que adquirían de buen grado la idiosincrasia payanesa. Un
conjunto de valores tradicionales unía a la ciudad, desde el patojo
plebeyo al payanés ilustrado. Sin duda, ya no era la ciudad idílica de
otros tiempos, pero prevalecían sus valores en el imaginario colectivo,
que atraía la atención foránea hacia su historia y cultura letrada,
cuyos máximos símbolos eran los poetas Guillermo Valencia y Rafael
Maya, el Seminario, el Liceo Alejandro de Humboldt, la Universidad del
Cauca y la Semana Santa con su Festival de Música Religiosa, entre
otros. El poder político, económico, cultural, comercial, turístico y
hotelero se hallaba en poder de familias tradicionales sin mayor
competencia en la oferta. Popayán tenía su propia simbiosis, sin
presiones excesivas; la población no excedía los 80 mil habitantes; sus
alrededores no se hallaban poblados de cinturones de miseria; eran
paisajes agrestes donde se encontraba inspiración para la música y la
poesía. Quien venía a Popayán traía en sus hombros los medios de
subsistencia, recursos económicos e intelectuales que aportaba a la
ciudad; la inmigración era cualificada y ponía su cuota en la
multiculturalidad local. El nivel de vida, en todos los sentidos, era
bueno. Se disfrutaba de una aureola cultural, histórica, intelectual,
propicia a la educación, la plenitud de la vida y el turismo nacional e
internacional de calidad. Aún se conservaban los oficios tradicionales
que irrigaban bienestar económico y social, otorgando cierta dignidad a
la vida independiente. La comunicación de sus habitantes fluía mediante
la tertulia, famosa acá por el culto a la conversación, la práctica de
reunirse y las fiestas populares que integraban la ciudad. En síntesis,
la ciudad gozaba de una vida pública y social activa, con sanas
rivalidades en la competencia por el prestigio.
2.- 29 años después del terremoto. Decadencia del Centro Histórico
La pérdida de importancia del Centro Histórico debe medirse a partir
de las siguientes consideraciones: El terremoto de 1983 fue el primer
suceso natural que propició el cambio de eje de la cualificación
residencial y comercial de Popayán en dirección Norte. El segundo
momento lo constituye la instalación de varios hipermercados en la zona
norte, determinando nuevos polos de atracción y desarrollo que, poco a
poco, han ido cambiando la geografía urbana de la ciudad. El Centro
Histórico lo coparon las matrices bancarias, la administración judicial,
municipal y gubernamental con la corte popular que se mueve en torno a
ellas, en busca de soluciones a toda clase de problemáticas. El pueblo,
en su plena expresión variopinta está ahora encima de las instituciones.
Antes era el escenario de la aristocracia, el lugar del despliegue de
sus símbolos. Desde 1983 y 1991, ya no es camino real, sino plaza del
pueblo. Los establecimientos comerciales tradicionales han ido
desapareciendo, para instalarse otros afines a lo popular, con productos
de todo a mil, dos mil, tres mil, cinco mil y diez mil, y almacenes de
franquicia con modernas estrategias de marketing y vitrinas al ancho de
la pared para contrarrestar la pérdida de visibilidad por causa del
comercio informal que ocupa las calles, ahogando como hiedra a los
locales comerciales. La lucha por el cliente callejero es feroz, sin
lealtades comerciales.
A lo que podríamos denominar una primera descentralización comercial y
residencial orientada hacia el Norte, siguió una nueva concentración
comercial en el Centro Histórico; esta vez de carácter popular e
informal, alimentado por la centralización institucional que mantiene un
alto flujo de peatones en sus calles. Esta presión ha ido en aumento
con el desaforado crecimiento del parque automotor, resultado de la
globalización que abarató y facilitó la adquisición de vehículos, ahora
artículos privilegiados de la especulación bancaria. En un primer
momento se intentó resolver parte de la presión con la peatonización
del Parque Caldas. Sin embargo, el propósito no se ha cumplido, porque
la disminución del tráfico generó condiciones para la toma de las calles
por el comercio informal que ha invadido hasta el mismo parque, y cuya
fuerza laboral se surte, no solamente de los estratos bajos,
acrecentados por los asentamientos pos terremoto y el desplazamiento del
campo a la ciudad, sino también por el grueso de la población, sin
distinción de procedencia social, cuya única fuente de empleo son las
ventas. En sus inicios la economía capitalista demandó mano de obra en
grandes cantidades. Hoy día, cuando la mayor parte del trabajo lo
realizan las máquinas, multiplicando los bienes en proporción
astronómica, lo que más se necesita son vendedores. Los estados han
creado las condiciones para liberar esta fuerza de trabajo. Todas las
modalidades de ventas se han puesto a la orden del día, desde las
tradicionales, las callejeras, las de puerta a puerta, hasta las de
multinivel con aparente participación de los beneficios empresariales;
sin duda, sólo benefician a los pocos privilegiados de los primeros
niveles de la pirámide y, por supuesto, a las empresas y sus
inversionistas. El resto son consumidores y peones que sostienen la
organización, bien adoctrinados por una fe inquebrantable en la ilusoria
oportunidad de ascender. El elemento consustancial de la informalidad,
en el marco globalizador y masificador de la economía capitalista es el
fenómeno de las mercancías desechables y piratas producidas en los
países asiáticos, incluyendo a China, que inundan a los países pobres
con productos de baja calidad a un valor irrisorio, fuente abastecedora
del comercio informal. Como elemento explosivo de esta mezcla, para
Colombia y para Popayán, en particular, ha sido la agudización del
fenómeno del desplazamiento, expresión de la nueva modalidad del
conflicto armado con protagonismo tripartito de Estado, paramilitares y
guerrilla, que crucificó a la población campesina. El campesinado vino a
estacionarse en los centros urbanos, con gravosos costos para el estado
y la sociedad, en forma de subsidios, saturación del espacio público,
crecimiento del comercio informal, mendicidad generalizada, colas
interminables ante las oficinas municipales y gubernamentales y
deterioro de la seguridad más elemental. Tampoco se puede olvidar el
caos y las penurias que produjeron las pirámides ‘virtuales’, de ingrata
recordación, como pesadilla, burla histórica, o parodia irrisoria de
aquellas que sí han perdurado por siglos. Los anteriores elementos
conformaron una realidad peligrosa donde el bienestar y la vida se ponen
en riesgo cada día.
Durante la época de la reconstrucción de Popayán no se avizoró lo que
podría ser la ciudad futura, para haber diseñado una ciudad más
funcional. No existían condiciones para ello, en razón de que Popayán
había estado por fuera del desarrollo, como ciudad aislada y
tradicional. En consecuencia no se tenía experiencia de la ciudad
compleja y moderna. Esto quizá fue determinante para no haber pensado o
aceptado un modelo distinto de planificación. Probablemente hubo quienes
expusieron magníficos proyectos, como el del arquitecto Eladio
Valdenebro, quien propuso, según dicen, la conservación del Centro
Histórico con descentralización administrativa y fortalecimiento
residencial en su entorno. Sin embargo, las sociedades tradicionales,
entre ellas Popayán, no se mueven por actos visionarios, sino, bajo la
directriz de su mentalidad tradicional. Fue así como la ciudad mantuvo
su modelo histórico, característico desde su fundación.
Alguien se preguntará ¿Por qué hablar de decadencia del Centro, si
hay una arquitectura imponente y señorial con un parque majestuoso, que
evoca alguna joya del viejo mundo? Aparentemente es así, pero la vida no
es sólo monumentos ni ornamentos si ello no va acompañado de bienestar y
funcionalidad. El Centro Histórico de Popayán es hoy un lugar caótico y
menesteroso. Durante la administración de Ramiro Navia, quien acometió,
en actitud encomiable, soluciones de fondo en la malla vial, la ciudad
sufrió un colapso en la movilidad y en el comercio del Centro, por
afectaciones considerables y tardanza en la culminación de las obras
(desafortunadamente, la racionalidad administrativa, con plazos de
cumplimiento y tareas temporizadas no ha llegado todavía a nuestra
administración pública y privada). Por ejemplo la Carrera Tercera, en su
totalidad estuvo cerrada alrededor de tres años. Era triste ver todo
ese sector muerto, con el comercio en ruinas: muchos negocios cerrados,
otros más pudientes trasladados, y un gran número de propiedades en
oferta de venta o arrendamiento. Esta atmósfera marcó también gran parte
de la zona centro, ocasión aprovechada por los establecimientos
nocturnos, al amparo de la Secretaría de Gobierno, para establecerse
poco a poco, en contra de lo prescrito por el Plan de Ordenamiento
Territorial (POT).
La peatonización del parque Caldas no ha traído los beneficios
esperados para el Centro Histórico. El tráfico vehicular fue remplazado
por vendedores ambulantes, quienes presionan por invadir el mismo
parque, el cual se proyectaba como lugar de descanso e interacción
social y cultural. Actualmente, es lugar de paso o de estacionamiento
obligado, porque no hay otra alternativa de esparcimiento, así tengamos
que soportar las ventas ambulantes, la mendicidad, a los minusválidos
con carreta y parlante y a los vendedores de música con amplificadores
portátiles. Hoy por hoy, Popayán regresó a la plaza de mercado de los
años 50, 60 (?), ubicada a una cuadra del Parque Caldas, ahora
intensificada a un extremo intolerable, como en aquellos pueblos de una
sola calle, donde todo es comercio y bullicio, con negocios y camionetas
de baratillo estacionadas al lado la vía pública.
El Centro Histórico de Popayán sufre actualmente una presión
crítica, con saturación y bloqueo de la movilidad que reviste enorme
peligro en caso de otro desastre. Reconocemos que no es suficiente echar
mano de la ley, porque se ha generado un conflicto de intereses de gran
envergadura. Es necesario desahogar el Centro mediante proyectos
alternos que redistribuyan la ocupación laboral, soluciones atractivas
que conlleven ofertas de comercio y recreación, imitando el estilo de
los hipermercados, con multitud de servicios. No sirven de nada
proyectos como el del IDEMA, calabozos de ventas, con un entorno poco
atractivo. La oportunidad está a la vista: Hay tres zonas estratégicas
que se pueden reestructurar y modernizar con mega proyectos
arquitectónicos que respondan a necesidades y a una estética de
mejoramiento visual del entorno. Esos puntos son: la galería Bolívar, la
Galería de la Esmeralda y la galería del barrio Alfonso López; tres
lugares para grandes proyectos de impacto social, económico y cultural.
La zona centro, otrora próspera, padece, desde el terremoto, un
desplazamiento cualificado: del comercio formal, de oficinas, de
consultorios, de centros médicos, de vivienda, de educación, etc. La
consecuencia más grave es que al lado de lo institucional, que tiene
vida de oficina de ocho horas, se está conformando otra realidad que
pronto reinará, de no tomarse las medidas de anticipación: una zona rosa
con bares, discotecas, sitios de prostitución, casinos, y todo aquello
que suele rodear estas actividades: comercio de alucinógenos,
inseguridad, etc., realidad por la que pasaron otros centros históricos
del país, como la Candelaria en Bogotá y la zona antigua de Cali, que
por fortuna y con grandes costos sociales y económicos se han
recuperado. Notamos que el oficio burocrático se encerró por completo en las oficinas y no hay vigilancia ni prevención. De tal modo que al final, las normas no cumplen la función de evitar el conflicto entre los ciudadanos.
El Centro Histórico ya no es atractivo para vivienda digna, comercio
formal, hotelería, educación, etc., por ruido, abandono, desaseo humano,
embotellamiento, aparcamiento desorganizado, costosos servicios
públicos e impuestos, contrario a lo que ocurre en otras partes del
mundo, donde los Centros Históricos tienen un tratamiento preferencial
como contraprestación a las limitaciones de la conservación. El
Centro Histórico, poco a poco, se ha vuelto marginal, característica
negativa para el comercio, que se alimenta de la capacidad de compra de
los individuos. Hoy día el Centro es un lugar de trámites
institucionales, de contratistas, de clientelas políticas, de
manifestaciones de toda índole, de ventas ambulantes, de desplazados e
indigentes, quienes conforman una población homogénea que resta
importancia al sector para generar prosperidad, belleza y tranquilidad.
No nos explicamos qué pasa con el Plan de Ordenamiento Territorial
(POT), supuesta carta de navegación para la ciudad. A años de haberse
expedido no vemos sus efectos ni comprendemos los criterios con que se
otorgan licencias sin el estricto uso de suelo.
Popayán fue un sentimiento acendrado en el corazón y una Idea
anclada en la mente de sus ciudadanos; hoy es un lugar como otro
cualquiera, de inconciencia colectiva, sin la fuerza para alimentar un
sueño en las nuevas generaciones. Sólo quedan huellas de una antigua
arquitectura esplendorosa, abandonada al tiempo, sin la mano amorosa
para cuidarla y preservarla. Con algunos retoques volvería a lucir su
antiguo brillo, pero el deterioro en la calidad de vida le pone el sello
de muerte inexorable. ¿Cómo poder decir: hubo una vez…? Si hasta la
memoria se nos escapa de las manos, porque no hay estímulos
intelectuales para el ensayo, la creación literaria y la historia.
Habitamos una ciudad sin grandeza de alma, a merced del instinto
depredador.
Testigo (signo característico de la arquitectura tradicional) en erosión. Kra. 5 con Clle. 4, esquina (Dic. 2012)
Casa, estilo inglés, sin el hálito de sus mejores días (Dic. 2012)
Presión del comercio informal, kra. 7 con Clle. 6 (dic. 2012)
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